Revista Libros

Solo para perdedores

Por Clochard
Solo para perdedores No es más que un sucio homenaje,  el título ya advierte y   con las sensibilidades  de cada uno  ustedes sabrán lo que hacer.
Siempre comienza del mismo modo. Llevas un par de semanas sobrio y entonces alguien viene a joderte. No importa que sea el jefe del asqueroso trabajo de turno, otra editorial que te dice educadamente que tus cuentos son basura o esa zorra que vive contigo y que te das cuenta que solo eras capaz de aguantar borracho. El caso es que llega un día en que ya no puedes más y abres la puerta del garito más sórdido que eres capaz de encontrar en la maldita ciudad, enfrentas la mirada reprobadora del camarero que igual ya te conoce o conoce a demasiados tipos como tú y pides una cerveza. Una simple cerveza, joder, tan solo eso, si un hombre derrotado no puede pedir una puta y simple cerveza no entiendo en qué jodido mundo estamos dispuestos a vivir. El primer trago hace que te marees un poco pero tu garganta lo agradece tanto que con el segundo (y último trago) ya sabes que pedirás otra y un vaso de whisky. El whisky es otra cosa, es un cálido amigo que te anuncia que estás de nuevo en casa, es un lugar reconocible y agradable, mil caballos desbocados frenando en seco en mitad de tu alma. Y seguramente hay una canción, siempre hay alguna maldita canción de esas que no querías volver a escuchar jamás. Y tal vez también haya alguien a tu lado. Alguien que parece llevar una eternidad charlando antes de que fueras consciente de su presencia y que te pide un cigarro y espera a ver si la invitas a un trago. Y entonces la miras por primera vez. Has visto a tantas como ella con un nombre inventado tan igual al de otras tantas que te preguntas si no formarán parte de un extraño ejército femenino dispuesto a acabar con todos los hombres de la tierra. Y cuando su mano se desliza por tu pantalón y sube hasta tu bragueta tú ya estás lo bastante borracho como para decirte a ti mismo que porqué no. Y mientras deposita un rastro del desmesurado carmín de su boca en tu mejilla te dice que va un momento al baño y tú pides otra ronda antes de pagar y de pronto no sabes cómo ni porqué estás en un apartamento en Brooklyn con mucha más gente a tu alrededor. Alguien te alcanza una cerveza que bebes asqueado y pensando que venderías a tu madre por otro whisky, en lugar de eso la mujer del bar te ofrece algo de coca. Miras a tu alrededor y ves a varias mujeres y algunos tipos moviéndose cómo imbéciles intentando llevar el compás de una estridente música. Te preguntas qué demonios haces allí y te dispones a marcharte pero la mujer te agarra de la mano y te arrastra hacia su habitación, por suerte antes consigues hacerte con una botella de bourbon que casi acabas antes de que la mujer prepare dos rayas más y te tumbe contra la cama.
Ahora que la tienes encima y puedes observarla mejor te das cuenta de que es mucho mayor de lo que aparenta y que puede que en algún momento hubiese sido hermosa, algo difícil de saber ahora bajo las capas de maquillaje. Después de todo tú tampoco eres más que un viejo y feo borracho, te dices para darte ánimos pero ya es tarde y lo sabes. Ella se desnuda mostrando un buen par de tetas que lames con avaricia mientras agarra tu polla flácida, nada, no hay manera. Hay que reconocer que la tipa es constante ya que se la mete en la boca y vuelve a intentarlo pero aquello no responde, la apartas con una disculpa y te tumbas en la cama dispuesto a terminarte la botella antes de marcharte a tu casa pero oyes cómo ella solloza a tu lado. Le pones una mano en el hombro y al mirarla descubres que se está masturbando. Joder, eso no te había pasado nunca, la tía está ahí a tu lado llorando mientras se mete los dedos y aquello te hace sentirte el tipo más cabrón del mundo. Sobre todo porque comienzas a excitarte y la cosa empieza a ponerse dura, la mujer contempla esperanzada tu erección y vuelve  acercarse a ti pero tú sabes que si te la follas jamás podrás perdonártelo así que te levantas y te vistes dejándola allí y pudiendo notar el odio de su mirada posándose en tu espalda.
Caminas tambaleándote de vuelta a casa, vuelves a sentirte sucio e inmundo y rezas por encontrar algún sitio abierto en que tomar el penúltimo trago. Sientes una pena honda y extraña por aquella mujer, no entiendes muy bien porqué debería importarte un carajo. Es una especie de punzada, de lástima por ella y por todos los que son cómo ella, por ti mismo, perdedores, fracasados, vencidos, borrachos y chiflados. Por todos esos hermanos que nacisteis con ese estigma marcado en la frente, la sed innata, la herida jamás cicatrizada.
Das la vuelta a la esquina y el corazón te salta de alegría al ver que lo de el Loco Harry todavía está abierto. Entras y saludas a un par de viejos camaradas, el antro está muy animado para esas horas de la madrugada y te olvidas pronto de oscuros pensamientos. Pagas una ronda con todo el dinero que te quedaba para pasar el mes y te sientes feliz al ver como en la mesa  de billar estalla una pelea. Antes de unirte a ella brindas con el espejo, echas un buen trago y te dices a ti mismo que hay noches en que si la vida no vale la pena habrá que obligarla a que la valga.

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