Revista Psicología

¿Son buenas las comparaciones de los hijos?

Por Yanquiel Barrios @her_barrios
¿Son buenas las comparaciones de los hijos?

Es una situación frecuente que al referirse a los hijos, los padres acotan que a pesar de ser hermanos, son muy diferentes. No se refieren solo al físico, sino a los rasgos del carácter y de la personalidad en formación. Muchas veces los comentarios vienen cargados de ciertos significados: uno de los hermanos es más inteligente o habilidoso, o más fácil para la crianza. Sin quererlo, exteriorizan estos criterios, los comparten con amigos y familiares, en presencia de los niños.

Con frecuencia se escucha decir: "las comparaciones no son buenas". Y en realidad no hacen daño, si al compararlos se realzan los rasgos positivos de cada hijo. De hecho, pueden servirnos para mostrar que cada persona es diferente y al mismo tiempo, todos somos únicos y valiosos. Como padres podemos destacar que nos gustan ciertos rasgos de uno y del otro niño, indistintamente. Pero cuando no sucede así y uno de los hijos solo escucha regaños, mientras el otro recibe elogios, sin quererlo lo estamos lastimando y a la vez reforzando las características que consideramos negativas. No nos percatamos además de que justamente, poco a apoco y desde muy temprano, el sistema familiar le ha ido concediendo determinado rol a ese niño.

Somos los padres los que les devolvemos a los hijos la imagen de lo que ellos son. Si cada día les asignamos rasgos negativos, ellos terminan convenciéndose de que son de ese modo. Esa se va convirtiendo en su identidad. Y aunque les duela que sus padres admiren más al hermano(a), no pueden dejar de ser así, porque nosotros no se lo permitimos.

Otras veces hemos hablado del respeto a la individualidad de cada ser humano. Existe una naturaleza biológicamente dada, que no requiere ser violentada o negada, para lograr el objetivo de formar personas de bien. Esa debería ser la meta de la educación y no que los niños se parezcan al modelo de hijo que construimos en nuestra mente. De ser así, nos va a gustar más el niño que se parece a lo que quisimos. Y no estaremos brindándole suficiente aceptación y respeto al que no logra ser así. A veces lamentablemente y sin malas intenciones, somos los padres los que fabricamos un "niño problema".

Nada es más importante para un hijo, que sentir el orgullo y amor de sus padres. Nada los lastima más, que sentir que eso está en juego. Por eso, hay que revisar las dinámicas familiares, qué lugar le hemos ido dando a cada hijo; entender que mientras menos nos gusta una conducta, quizás mayor es la ayuda que necesita ese niño. Es preciso crear espacios y tiempos para disfrutar de cada hijo, cada cual con su estilo. Hay que conocerlos bien porque sin ninguna duda, con sus diferencias personales, cada uno tiene sus propios encantos y vale la pena disfrutarlos y disfrutarse recíprocamente. Esto favorecerá el bienestar psicológico de padres e hijos.


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