Revista En Femenino

Tal como éramos

Publicado el 29 marzo 2011 por Historiadea
Tengo estos días una pavorosa conciencia del veloz e implacable paso del tiempo. Y no lo digo por las recién aparecidas canas a las que me refería hace un par de entradas _que también_ sino porque me hallo en medio de un batiburrillo generacional que hace coincidir la inminencia de mis cuarenta primaveras con el próximo y esperadísimo nacimiento de Franceso, mi primer sobrino, el estirón postinvernal de mis hijas _cada día más grandes y despiertas_ y la presencia en casa de mis padres, que se van haciendo inevitablemente mayores pese a las inyecciones de niñez que las nietas les administran en vena cada vez que se dejan caer por Toletum.
Parece mentira cómo la vida, que a menudo nos resulta un patrimonio inextingible, va cumpliendo sus ciclos de manera puntual más allá de todos los relojes. Cómo va abriéndose camino a través del calendario dejando en la cuneta la estampa de quienes una vez fuimos para devolvernos nuevos rostros de nosotros mismos. Más gastados, más adultos, sí, pero _como es el caso_ infinitamente más sabios, comprensivos y llenos de matices.
Miro a mis hijas y me resulta extraño, demoledor, casi inconcebible, que hace cinco años no estuvieran en mi vida. O que dentro de diez, quince o veinte, cuando tengan edad suficiente para leer este post, sus abuelos, que es lo natural, puedan no estar _como hoy_ disfrutando como enanos de su frescura y desparpajo mientras esperan ansiosos el advenimiento de un nuevo nieto.
Y luego vuelvo los ojos a la estantería de las fotos y me miro, muy niña, montada en un caballo blanco el día de mi Primera Comunión. Y después miro al Bombónido, que también tiene ahí su foto de cuando aún no era el Bombónido, vestido de futbolista, rubio como un querubín y ya apuntando maneras de outsider con el ceño fruncido. Y compruebo el impresionante parecido entre padres, hijos, hermanos, nietos... y me congratulo, pese al voraz paso del tiempo, de estar viva, de haber llegado hasta aquí, de poder sentir en carne propia que la vida se renueva cada día, que nada en verdad desaparece y, sobre todo, de poder amar y ser amada incondicionalmente.
Tal como soy. Como somos.
Tal como éramos: puros, cíclicos y por siempre niños.

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