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Te llamaré Oniria (Obertura)

Por Clochard
Te llamaré Oniria (Obertura) Nada sabe ella, a sus dieciséis, de los nervios de la primera cita, del tacto de mariposa de unos labios posados en su boca, de la amistad forjada entre confidencias, risas y canciones. Ella solo sabe de ciudades imposibles, escaleras infinitas, del tiempo que no existe, de vuelos en pijama, de paisajes improbables, de gatos que le cuentan, de muertos que le hablan, de vidas improbables, de anhelos ajenos, de mundos de agua...
Porque Nuria, a sus dieciséis, habita los sueños de los demás. O sueña los sueños de los demás, eso tampoco lo ha sabido nunca. Sabe que nunca tuvo un sueño propio. Aparece — por buscar una plabra— en los sueños de otros, involuntaria intrusa en quimeras ajenas.
 En la vigilia Nuria es una chica callada y aparentemente triste. Todo el mundo, incluidos sus padres, la miran de esa manera, como miran los que se creen normales al resto, con esa mezcla de miedo, condescendencia y rechazo. No saben que ella sabe porque suele esconderse en los sueños ajenos o adquirir otras formas o ser ella a la vez que es otra persona. Ella sabe que su madre sueña con el cuerpo de aquél hombre de bigote que un día vino a casa diciendo que era un tío lejano. Nuria sabe que su padre continúa trabajando en sueños en la fábrica, realizando trabajos interminables y absurdos. Nuria ha estado en los sueños del viudo que vive dos calles más abajo y ha visto como recorre calles extrañas, apurado para coger un metro o un tranvía que siempre se le escapa. Ella sabe que el viudo siempre intenta soñar con su mujer, pero nunca lo consigue. Sabe del poeta que vive en otra ciudad y sueña en secreto con su amada, la chica de la tienda de ropa que tiene predilección por los tipos musculosos y tatuados que vienen y van por su cama, alguno dejándole el regalo de un bebé de ojos azules. La chica de la tienda sueña con platós de televisión, los tipos musculosos y tatuados con motos de gran cilindrada. Nuria sabe que el presidente de aquel gran país que dirige el mundo sueña que es un niño que juega a aplastar muñecos de plastilina, conoce las pesadillas de la estrella del cine que teme quedarse sin rostro, del periodista cínico que reparte sentencias en televisión y sueña recurrentemente que está en calzoncillos en directo y en prime time. Ella conoce la angustia nocturna del banquero multimillonario que sueña que se queda sin blanca.
Nuria sabe de todos, conoce sus esperanzas, su temor y su dolor, y siempre calla. También conoce cosas más extrañas, sabe de las figuras oscuras de ojos amarillos que también visitan los sueños de la gente, pero de ellos no quiere saber nada. Por supuesto que alguna vez alguien tiene sueños muy hermosos, maravillosos e indescriptibles, pero son muy pocos.
Una vez sus padres la obligaron a visitar a un psicólogo. Era un hombre gordo que no cesaba de sudar y hacerle preguntas extrañas. A Nuria le repugnaba aquél hombre y aquella noche cuando entró en sus sueños conoció la causa. Se vio a ella misma desdoblada, tumbada en el sofá mientras el obeso doctor la  desnudaba y toqueteaba. Jamás volvió a aquella consulta por más que sus padres la amenazaran y castigaran.
Nuria no actua en los sueños de los demás, suele tratar de pasar lo más inadvertida posible hasta que el despertar del soñador la expulse de allí. Vive atormentada por conocer los sueños de los demás, cosas que no le importan ni le interesa saber y que en la vida real le duelen o afectan. Es como si pudiera adivinar el interior de la gente, ver más allá del imaginario e hipócrita velo que todos llevan, conocer su identidad tras las máscaras y, normalmente, lo que ve no le gusta.

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