Revista Educación

Uno de los nuestros

Por Siempreenmedio @Siempreblog

14 octubre 2014 por araphant

“En realidad, la globalización parece hoy ineludible e irreversible. Se ha alcanzado (y se ha sobrepasado) el punto de no retorno. No hay vuelta atrás. Nuestras interconexiones y nuestra interdependencia son ya globales. Lo que ocurre en un lugar influye en las vidas y las oportunidades vitales de personas de todos los lugares. A la hora de calcular los pasos que dar en un sitio determinado, deben tomarse en consideración las respuestas de la gente de todos los demás lugares. Ningún territorio soberano, por extenso, poblado o rico en recursos que sea, puede proteger por sí solo sus condiciones de vida, su seguridad, su prosperidad a largo plazo, su modo de vida favorito o las seguridad de sus habitantes. Nuestra dependencia mutua ha adquirido dimensiones planetarias y, por lo tanto, somos ya (y seguiremos siendo por tiempo indefinido) responsables objetivamente unos ante otros. Hay, no obstante, pocos indicios (suponiendo que los haya) de que quienes compartimos el planeta estemos dispuestos a asumir en serio la responsabilidad subjetiva de esa otra responsabilidad objetiva nuestra”.

Zygmunt Bauman (Mundo consumo. Ética del individuo en la aldea global).

Perdonen que comience con esta cita del sociólogo polaco Zygmunt Bauman (y aprovecho para recomendar encarecídamente su lectura) ya que últimamente le cito mucho y mi mujer dice que ya empiezo a ser un pesado, pero sus palabras vienen muy al caso de lo que les quiero expresar. La semana pasada fue una semana intensa en España: el caso de las tarjetas fantasma de los directivos y consejeros de Bankia, la convocatoria de la consulta soberanista en Cataluña, el primer contagio de ébola fuera de África, el sacrificio del perro de la enfermera contagiada y la penosa gestión de la crisis (de todas las crisis) de un gobierno cada vez más inútil. Con tantas cosas por las que indignarse y movilizarse era difícil decidirse por una pero…

Carta de ayuda de Javier Limón.

Carta de ayuda de Javier Limón.

Finalmente las mayores y más mediáticas quejas y movilizaciones fueron para impedir el sacrificio de la mascota de Teresa Romero, la enfermera que pilló el ébola después de atender a los dos misioneros españoles enfermos repatriados por el Gobierno de España en forma bastante chapucera. Las autoridades decidieron que, ante la duda de si el perro, de nombre Excalibur, estaría infectado y podría contagiar a otras personas y ante la ausencia de un lugar adecuado donde aislarlo y estudiarlo, lo más seguro sería sacrificarlo, desoyendo incluso a expertos en ébola que aseguraban que era muy importante estudiar al animal para conocer el verdadero alcance del papel de éstos en la transmisión del virus. Y aquí es donde empieza la polémica.

Vaya por delante que yo no critico la atención que se ha prestado al perro. Tengo uno al que tuve que dejar en otras manos (muy buenas manos) cuando tomé la decisión de marcharme de España contribuyendo a la famosa movilidad exterior de la ministra Báñez y después de dos años me sigue doliendo haberme separado de él tanto como el primer día. No. No se trata de lo que se ha montado a cuenta del dichoso perro. Se trata de lo que no se ha montado con otras cosas que, al menos para mí, son igual de indignantes (si no más) y de las posibles razones que hay para esto.

Un par de semanas antes de toda esta movida, el New York Times publicaba una terrible fotografía del español Samuel Aranda en la que un par de niños enfermos de ébola agonizaban en el suelo de un hospital de Sierra Leona entre orines y suciedad. Esta foto por sí sola debería habernos indignado de tal forma que nos impulsara a hacer algo -lo que fuera- para ayudar a cambiar esa situación. Sin embargo, no fue así.

El mismo día que sacrificaban a Excalibur, un niño de diez años de nombre Saah Exco moría solo y tirado en una calle de Liberia (como un perro, dirían algunos) después de que varios hospitales se negaran a atenderlo. Esto también debería habernos conmovido e indignado lo suficiente como para hacer algo -lo que fuera- pero ya para entonces toda nuestra atención estaba puesta en Excalibur y en el Partido Popular, relegando a un segundo plano incluso a la propia Teresa Romero y otras siete personas que permanecían ya en ese momento aisladas y en observación.

Hay quien me ha dicho que no podemos comparar una cosa con otra. Yo no quiero comparar la muerte de Excalibur con la muerte de Saah ni con la muerte de esos otros más de 4.000 africanos a causa del ébola, sería injusto para unos y para otros, tan injusto como que unas muertes nos conmuevan más que otras. Hay quien argumenta que el caso del perro es especial, que es la gota que colma el vaso en la mala gestión de unos políticos inútiles; que el perro es un miembro más de la unidad familiar y que por eso despierta tanta empatía; que nos movilizamos por las cosas que nos parecen más fáciles de solucionar y por lo que nos toca más de cerca. Y todo eso es cierto. Lo que me molesta es que se utilice como excusa y justificación para no reconocer que:

  • Primero: nos acostumbramos de tal manera a determinadas situaciones que terminamos ignorándolas, ya sea por hartazgo, pereza o desmotivación, pasen estas situaciones en nuestro barrio, en nuestro país o allende nuestras fronteras (ejemplo: la señora que murió tras pasar tres días en los pasillos del Hospital Universitario de Canarias y que ni siquiera mereció nuestra atención porque es algo tan “normal” que ya ni siquiera nos conmueve).
  • Segundo: para nosotros, lo que está lejos, ni existe ni es problema nuestro, excepto cuando toca subirse al carro de la actualidad (pensemos en Haití, México, Siria, Gaza… y cómo nos indignamos un día para volver a ignorarlos al siguiente) Tranquilos, también pasará con el ébola y África.
  • Y tercero: nuestra sensibilidad hacia los animales ha superado, por lo general, a nuestra sensibilidad hacia lo que le ocurre a otros seres humanos; sobre todo si éstos pertenecen a otras razas, países y culturas. Aunque tengan 10 años y mueran tirados en la calle.
Ilustrción de André Carrilho

Ilustración de André Carrilho

En el momento en que escribo esto, si uno busca en Google “perro Excalibur” (comillas incluidas) aparecen unos 544.000 resultados. Si busca “Saah Exco” aparecen 189.000. En el futuro seguiremos recordando a Excalibur, el perro mártir producto de un gobierno incapaz, pero olvidaremos a Saah, uno entre tantos otros muertos que no nos conciernen, porque no son de los nuestros. Pero la realidad es que sí son de los nuestros y sí que nos conciernen, como bien dice Zygmunt Bauman. Saah y todos los demás se merecen y necesitan nuestro esfuerzo y nuestro recuerdo tanto o más que Excalibur pero por unas razones u otras no lo han tenido ni lo tendrán. Eso es lo más doloroso.

Pd.: Nadie está hablando ni parece dispuesto a indignarse tampoco por el operativo policial que, con el nombre de “Mos Maiorum”, ha sido diseñado desde el Consejo de la Unión Europea (UE) y que se propone detener a inmigrantes irregulares con el fin de identificar mafias y crimen organizado pero que, en fondo y forma, contiene un sesgo racial que podría vulnerar los derechos humanos de miles de personas. Y es que (otra vez) no son de los nuestros.


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