Revista Cine

Visionado: “La gran estafa americana”, de David O. Russell: “Extremadamente gris”

Publicado el 02 marzo 2014 por Cinetario @Cinetario

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Nota: * * *

No terminamos de comprender a David O. Russell. Tras tres años acudiendo puntualmente a su cita con la gran pantalla, que curiosamente también ha coincidido con su entrada ineludible, edición tras edición, en las candidaturas estrella de los Premios Oscar, nuestro asombro sigue intacto. Si con The Fighter y El lado bueno de las cosas pudimos comprender, hasta cierto punto, su calado emocional y chisposo, respectivamente, en el gran público, con La gran estafa americana no pasamos de defender su inmaculada corrección en un par de aspectos. Porque eso es todo lo que hemos visto: cómo hacer una película entretenida sin más. Eso no da para diez candidaturas. Eso ya lo son muchas películas.

Pero ahí está de nuevo. Una historia de dos estafadores de poca monta que caen en las garras de un atolondrado y ambicioso agente del FBI a finales de los años 70 y se ven obligados a participar en una pantomima de caza de brujas equivocadas. Una historia que arranca tan floja y tímida que cualquier golpe de efecto, por intrascendente que resulte, se agradece para intentar sentirse cómplice de lo que cuenta. Una historia en la que no conseguimos empatizar con casi ningún personaje, pese a notar todo el rato lo sumamente trazados que están sus estilismos, no sabemos si por causa de fuerza mayor o simplemente por el friquismo mal interiorizado con el que algunos conciben el fashion setentero.

A su favor: que es indudable que crece conforme avanza. No de manera continua, ya que las más de dos horas de metraje dejan secuencias intermitentemente aburridas en las que el argumento se medio atasca medio enreda con diálogos que carecen de interés, pero sí con los veinte minutos finales, quizás la pequeña perla, en el último rincón de la ostra, que consigue salvar la película de la pira. Eso y sus dos actores principales. Christian Bale horrorosamente inflado y peinado es el único con el que conseguimos sentir algo de entrega emocional, y Amy Adams resulta brillante más allá de sus vaporosos escotes, simplemente porque es una actriz que sabe comerse la pantalla aunque el guion no se la merezca. No hay nada sobresaliente ni en el rol choni de Jennifer Lawrence, que parece definir su propio papel cuando habla de ese esmalte cuyo olor es “flor y basura” al mismo tiempo, ni en Bradley Cooper, cuya vis cómica no es que no termine de cuajar, es que no sabemos si alguna vez empezó a cocinarse. Dejamos no obstante un pequeño elogio para esos actores que siempre nos gusta encontrarnos, como nuestro amado Jack Huston (el mutilado facial de Boardwalk Empire, serie de la que Russell rescata también a Shea Whigham), el polifacético Jeremy Renner y el brevemente estelar Robert de Niro.

Y claro, la música. Ahí sí que sabe el cineasta dónde se mete. Vuelve a contar con Danny Elfman en los ‘scores’ y con la supervisión de esa gran profesional de las BSO que es Susan Jacobs, haciendo que merezca la pena hacerse con la lista de reproducción: Jeep´s Blues de Duke Ellington, Live and Let Die de los Wings (escrita por Paul McCarney), Delilah de Tom Jones, I Feel Love de Donna Summer y los créditos finales con la magnífica Long Black Road, de Electric Light Orchestra, entre otros.

Ese vapuleo crítico entre una profesional dirección, un guion pobre, actores irregulares y buena música es lo que convierte La gran estafa americana en una película extremadamente gris, en palabras del estafador Bale sobre la autenticidad de las obras de arte. Como si necesitara todo el rato ser matizada. Como si nada fuera ni tan bueno ni tan malo, y como si hubiéramos descubierto que el truco es que no hay truco, que no es mejor ni el original ni el estafador, sino sólo el resultado. Por eso queremos al final salvar esta pequeña engañifa colocada en Hollywood, de manera muy dolorosa, al lado de grandes películas como Gravity, El lobo de Wall Street o Her. El mensaje tampoco está tan mal, eso de redimirse con inteligencia y de la delgada línea que separa a los buenos de los malos. Menos es nada, vale. Lo aceptamos. Que esté, que brille, pero que no se le lleve todo.


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