Revista Cocina

Y mi gato se nos fue . . .

Por Nuriaeme
Llevo semanas desaparecida, lo se, y sin previo aviso que es lo que más me fastidia. No me gustan las ausencias sin que hayan sido anunciadas.
Antes de dejar pasar más tiempo y viendo que el ánimo no mejora, te contaré que el gato de mis amores y el de toda la familia, nos dejó. Después de haber superado una larga enfermedad,  hace unas semanas notamos con lo tragón que era, que perdió el apetito, bastante peso y pasaba los días sin apenas moverse. Tras llevarlo a su veterinaria, el diagnóstico se complicó con problemas cardiacos y una operación casi de urgencia. Más de una hora estuvo en quirófano y salió con éxito de la cirugía, así que la esperanza y la alegría nos inundó sobremanera. El batacazo llegó horas después, cuando la cardióloga llamó para darnos la más triste de las noticias. No pudieron reanimarlo.
Estamos desolados, vamos con la lágrima fácil y a destiempo por los rincones y disimulando cada uno como puede para seguir el ritmo diario. Pero no tenemos energía y ganas para muchas otras actividades, entre ellas cocinar y escribir en el  blog. Igual no has tenido nunca una mascota y piensas que volcar tanto sentimiento y pena en un animal doméstico es cuanto menos exagerado, pero te aseguro que se les llega a querer tanto, que el vacío que te dejan es diametralmente opuesto al tamaño que tienen, es decir  . . . grande, muy grande, grandísimo.
Ha estado en casa diez años, y llegó sin que nadie lo esperase. En un paseo por el campo, unos familiares oyeron un suave e insistente maullar, y tras buscar la procedencia, allí estaba él. Un pequeñísimo gato de ojos celestes, nariz rosada y pelo blanco, con la pata trasera atrapada en un muro de piedra. Lo lograron liberar y a casa lo trajeron. Desde el minuto uno, el muy bandido nos robó el corazón.
Uno de los veterinarios que lo trató a lo largo de su vida, nos dijo hace años que "son pequeños tiranos" y no todo el mundo está preparado para tener gatos, al principio no lo entendimos. Pero es cierto: Son independientes por naturaleza y te dan cariño cuando ellos quieren, se acercan a ti si les viene la gana y si los llamas porque quieres acariciarlos, se quedan cinco centímetros más lejos de donde estás para que tengas que acercarte tú y no al contrario . . . . . así son ellos.
Le gustaba comer en el plato con la comida recién puesta y el agua fresca, de pequeño jugaba con lo que no debía y más que maullar, nos hablaba y hasta notabas por el tono que nos reñía por no hacer las cosas con mayor rapidez. No hacía falta comprarle juguetes felinos, al final se entretenía con una caja de  cartón que acababa de vaciar. Le encantaba acostarse en el sillón en cuanto me levantaba aunque fuese un momento, o se tumbaba sobre el teclado del ordenador ronroneando como si no hubiera un mañana, menudo era pidiendo mimos.
Cada vez que alguno de nosotros nos lo cruzábamos por casa, lo cogíamos en brazos. Por supuesto completábamos el gesto con un montón de besos y achuchones, nos despertaba el instinto de la ternura de una forma extrema. En alto nos reíamos diciendo que no habría un gato más besuqueado y querido en el mundo mundial, pero eso lo dirán todos los dueños ¿verdad?
Y en cuanto llegaban las noches frías, nadie como mi gato para calentar los pies en la cama, si era la elegida esa noche, porque al final terminaba en los pies de cualquiera de casa, a su libre albedrío. Ultimamente dormía a menudo con mi madre, tanto que ella, le llamaba: mi compañero. Tardaron años en ser amigos, pero el tío se las ingenió para engatusarla con paciencia, y poco a poco haciéndole monerías lo consiguió. Aún no nos hemos atrevido a decirle que no volverá, y cuando nos pregunta, contestamos que sigue en la clínica . . . tiempo al tiempo.
La casa está triste y la sentimos extraña, nos tenemos que hacer a la idea. Sabemos que es pronto para pensar en adoptar otro gato, pero estoy segura que la vida nos pondrá en el momento adecuado algún peludo por delante.
Hoy Domingo, mientras desayunaba con mi hija, ha venido su amigo felino, un gato negro y precioso con andares majestuosos que vive frente a casa, y al verlo nos hemos emocionado. Así estamos de tontorrones. Ya no jugarán más a esconderse en el campo, ni saltarán buscándose entre los árboles. Tan solo nos queda el recuerdo, y de momento duele.
Te demuestran tanto cariño y te despiertan tan buenos sentimientos, que consiguen hacerte más humano.
. . . . . . .Volveré en unas semanas.

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