Y se le rompió la mente

Siempre fue una chica sana, un poco mimosa, quizá caprichosa, pero sana.
Sonreía casi siempre y jugaba a todas horas, fue una niña risueña a la que le
encantaba disfrazarse de princesa. Con los años empezaron a gustarle los
chicos, se enamoró más de una vez de esa manera de amar que todos tenemos a los 15. También lloró decepcionada, se sintió incomprendida, sus amigos le hicieron sufrir y el desamor le rompió el corazón.

Era una chica “normal”; su familia, “estructurada”. Pudo estudiar “hasta el final”. Primero, hizo la carrera que sus padres querían, “aquella que tenía más salidas”: derecho. Después, cuando ya había cumplido con sus progenitores, llegó su hora: ella quería ser diseñadora; y lo es.

Pronto pudo vivir de su creatividad, trabajó para importantes firmas y viajó a Londres, París y Milán en busca de las mejores telas.

Conoció al hombre perfecto y se casó en el que se convirtió en el día más feliz de su vida. Ahora tienen una hija a la que quieren con locura.

Llevaba, como digo, una vida modélica. Sin embargo, en algún momento de su vida su mente se rompió. Esa mente que parece que lo aguanta todo, pero que es mucho más frágil de lo que creemos.

En un momento, su psique se vino abajo; la anorexia cogió el control de su vida. Aparentemente lo tiene todo: familia, amor, dinero, amigos…
pero no ha sido suficiente. No ha logrado ser feliz, todos los días su mente la mata un poco más. No se deja ayudar. Sin darse cuenta se autodestruye cada día desde hace muchos años y todos los que la queremos somos testigos impotentes de este doloroso drama.