"Al primer amor se le quiere más, a los otros se les quiere mejor."
Antoine de Saint-Exupery
Aunque algo tarde, reseñamos las pocas películas que tuvimos oportunidad de ver en el 14 Festival de cine francés, en esta ocasión se optó por un clásico, como lo fue Los paraguas de Cherburgo, una de las películas más importantes de Jacques Demy.
Aunque ligado al movimiento de la Nouvelle Vague, el director Jacques Demy tuvo un universo propio, donde lo musical, el amor y el homenaje a la época dora da de Hollywood están presentes en su obra, que cada día, no sólo es más admirada sino que ha sido recuperada, por su estilo y la particularidad de su fundamento visual. Alejado de posicionamientos políticos o experimentaciones formales, su obra es un gran conglomerado de delicados estereotipos y apuntes sobre el amor. Demy, que además de haber estudiado cine y arte, también fue un colaborador en el cine de animación francesa, y tuvo influencias de diversas fuentes, que finalmente se van a reflejar en sus obras llenas de color e ingenuo sentimentalismo, donde la música y los personajes femeninos van a ser fundamentales; elementos que también se van a percibir en la filmografía de su esposa, la también cineasta - y tal vez la mujer más representativa de la Rive Gauche o la "otra" nueva ola francesa- Agnes Varda. La prematura muerte de este director, apagó una cinematografía, que sí bien tuvo altibajos, cada día es revisada y asimilada, no sólo por la calidad de éstas sino por la "hibridación" de los géneros, característica que marcó a los cineastas de la nueva ola, y de las configuraciones fílmicas de los años 60.
Demy (der.) junto a los protagonistas
Con guión del propio Demy, la película se puede resumir en la agridulce experiencia del primer amor, divida en tres actos que van desde 1957 hasta 1963; relatándonos la relación entre la joven Genevive (Catherine Deneuve) y Guy (Nino Castelnouvo); la partida de éste a prestar el servicio militar en la Guerra de Argelia, el embarazo de Genevive, la ausencia y su posterior matrimonio con el rico joyero Rolando, y finalmente el regreso de cada uno de los personajes, que se encontrarán en el frío de una Navidad, en la que el amor ya ha desaparecido, y cada uno ha seguido con su vida.Completamente cantado este relato con diálogos naif sobre el amor, las conveniencias de éste y la "realidad" de la vida, son una gran excusa para formular un guión que con una sencilla premisa toma otros rumbos con la disposición de lo musical, sus variaciones narrativas y aún representativas. La simplicidad de su historia se hace grandilocuente o diferente a partir de su manejo de la ópera popular, donde cada diálogo o hasta el más simple texto toma notas musicales, y ésto a favor o en contra, es la gran identidad que aflora con esta obra.El trabajo fotográfico de Jean Rabier, un habitual del cine francés, principalmente de Claude Chabrol, se une al colorido e impresionante diseño de producción de Bernard Evein, decorador teatral, -amigo y colega de Demy-, que igualmente se entrelaza con el vestuario de Jacqueline Moreau, generando estos bellos, artificiosos y singulares fotogramas, cercanos a la fotografía de moda, a las artes decorativas y a la misma pintura de esa década que van a empatar con las melodiosas y dulces notas de Michel Legrand, que a fin de cuentas, es quien le da no sólo la sonoridad a esta obra sino su propia narrativa; música de gran recordación sentimental pero que estructura a la misma obra en toda su disposición argumental. Rodada en estudio o gran parte de ésta, los decorados, cada punto de iluminación, vestuario y hasta el más mínimo detalle están configurados para afectar la narración y estados de ánimo, aunque su principal labor sea absolutamente estética y plástica en el mejor de los sentidos, y como parte misma de la identidad de este director.