2022: el gran reto de la salud mental de la población

Por Mundotlp @MundoTLP

Sufrirá un periodo de desilusión depresiva y angustiada y el desarrollo psicológico de los menores se verá alterado más tiempo. Se necesita acabar cuanto antes con el estigma y dotar de recursos a los profesionales


Tanto revuelo mediático alrededor de la salud mental, aunque este, en realidad, responde a intereses populistas y políticos. Perotiene al menos algo bueno: parece anunciar la llegada de una nueva forma de acercarnos a ella. Con una nueva mirada que llevará a un mejor trato a las personas con dolencias mentales. Una mirada ciudadana libre de estigmatizaciones y una mirada política atenta a las necesidades de estas personas.

"La atención a la salud mental sufre unas carencias importantes de recursos desde hace años. La pandemia las ha hecho más evidentes"

La atención a la salud mental sufre unas carencias importantes de recursos desde hace años, pero la pandemia las ha hecho más evidentes. Para 2022, la aparición de la sexta ola de covid-19 habrá empeorado aún más la situación. La sensación de indefensión ha crecido y, con ella, llegan nuevas incertidumbres que parecen incontrolables y que amenazan el futuro económico de más personas.

La decepción

La población se había ilusionado con la vuelta a una supuesta “normalidad” feliz y ahora padecerá un periodo de desilusión depresiva y angustiada. El desarrollo psicológico de los niños y adolescentes se verá alterado por más tiempo, traduciéndose en más trastornos de la conducta y del autocontrol. Los ancianos perpetuarán su miedo y con ello su declive depresivo. Y los ya insuficientes recursos sociosanitarios que existían para la atención a los pacientes con trastornos mentales se verán colapsados, aumentando aún más la frustración y el malestar de la población.

Ante este panorama sería irresponsable mirar al problema de perfil o con frivolidad electoralista, con medidas de cara a la galería o con proclamas sensibleras. El reto del 2022 implica mirar a la salud mental de la gente de manera directa y comprometida.

Necesitaremos afrontar todos, y en serio, el auténtico reto frente a la salud mental: aceptar y normalizar las patologías que la engloban. Lo que se traducirá algún día en el fin de la discriminación social y en el aporte de los recursos que su tratamiento necesita.

Transformación social

La primera transformación ha de ser social. La sociedad en general no acepta bien la enfermedad mental ni a las personas que los padecen. Los empresarios prefieren no contratarlos, los compañeros de trabajo los miran con recelo, los vecinos los observan con temor y los colegiales les hacen 'bullying'. Los medios de comunicación solo se acuerdan de ellos cuando un delincuente tiene una enfermedad mental, magnificando algo que es muy infrecuente entre los pacientes. Por ello, las personas esconden sus depresiones y sus ansiedades. La sociedad acepta otras enfermedades, como las cardiacas o las neurológicas, y entienden sus minusvalías. Pero a la enfermedad mental se le profesa una combinación de miedo y de rechazo, una fobia que evita lo que quizás uno también lleve dentro. Una fobia llena de mitos y de desinformación.

Parece que se haya descubierto ahora, a raíz de un caso famoso, que la gente se suicida incluso siendo rica y simpática. Acaso nos han engañado estos años diciéndonos que el suicidio es una consecuencia del sistema socioeconómico o de la pobreza. O acaso nos siguen engañando con los planes de prevención del suicidio que se están elaborando y que inciden en lo mismo. Todos hablan del suicidio como si no fuera con ellos, como si alguien ajeno tuviera que arreglarlo.

El coste de la incomprensión

Los psiquiatras sabemos desde siempre que el primer empujón al suicidio lo da la enfermedad mental. Pero el definitivo lo da la soledad radical del paciente, que resulta del desconocimiento y de la incomprensión de estas enfermedades por parte del entorno.

Por ello, la sociedad tiene que aprender que las enfermedades mentales existen, que seguirán existiendo, que no son meras reacciones al estrés de la vida y no son equiparables al malestar cotidiano. Y que debemos saber detectarlas y acogerlas como se debe. Para ello, ya han empezado a dar un magnífico ejemplo algunas personas famosas que han hablado si tapujos de sus patologías y sus tratamientos, hasta ahora ocultos por miedo a la estigmatización.

"El primer empujón al suicidio lo da la enfermedad. El definitivo lo da la soledad del paciente, por la incomprensión de la sociedad"

La transformación política debe ser sincera y hay pocas dudas de cómo debe ser: se deben asignar considerablemente más recursos a la atención sanitaria y social de la salud mental.

Probablemente, haya que sustraerlos de otras partidas, pero este es el momento de demostrar que realmente les interesa la salud mental y que no la utilizan solamente como recurso populista. Debe terminar el uso demagógico de ella y de los derechos de los enfermos mentales, y asumir que los pacientes tendrían mejores instalaciones y un trato más humanizado si los profesionales pudieran dedicarle más tiempo. Que los déficits no están en las actitudes de los sanitarios ante la enfermedad mental, sino en las condiciones de escasez en las que trabajan por la falta de recursos materiales y humanos que se destinan a otros menesteres mucho menos dramáticos.

Formación para el cuidado de la mente

La acción política también debe encaminarse al fomento de la educación de los jóvenes en el cuidado de la salud mental, en la normalización social de los trastornos mentales y en la erradicación de su discriminación. La relación de la enfermedad mental con el acoso escolar es estremecedora, y la propia existencia del 'bullying' en los colegios es una vergüenza social que no se conjura con manifestaciones esporádicas o con programas de televisión, sino que necesita de una normativa contundente.

Los políticos deben también promover la información a la población sobre la existencia de las enfermedades mentales y sobre el sinsentido de su discriminación social y laboral. Y, aunque quizá no signifiquen muchos votos directos, el político debe diferenciar claramente las personas que sufren trastornos mentales de los que padecen otros problemas de orden social, como el estrés laboral o la violencia de género, aunque con frecuencia coexisten ambas condiciones.

Equiparar las enfermedades mentales con los problemas sociales solo lleva a privar a los pacientes de los recursos y de la atención sanitaria que merecen. Muchos de los beneficios y recursos que se dedican a colectivos perjudicados socialmente no se aplican por igual a los pacientes perjudicados por la enfermedad mental. El papel del político no es el de construir ideas sobre lo que es la salud y la enfermedad mental, sino el de procurar que las personas que padecen trastornos se sientan bien atendidas y tengan acceso a medios sanitarios y sociales adecuados. Las administraciones tienen que asumir, informando sinceramente a la población, que la atención sanitaria a las personas con trastornos mentales es una prioridad social en la que hay que invertir, como en el cáncer u otras enfermedades, y que todos debemos apretarnos el cinturón para ello.

Acción sanitaria

Finalmente, la acción sanitaria tiene que ser decidida, valiente y científica. Las actuaciones de los sanitarios deben ser sustentadas por la comunidad científica, y son las que deben guiar el tratamiento. El tratamiento farmacológico no es un capricho ni un puro negocio, como parecen sugerir maliciosamente algunos 'psicopolíticos', sino una herramienta efectiva que utilizan los médicos para favorecer la recuperación de las personas afectadas. Y a menudo los fármacos son la única alternativa porque los médicos carecen de medios y de tiempo para realizar tratamientos psicoterapéuticos.

"El tratamiento de las personas afectadas psíquicamente por las secuelas de la pandemia es obligado y debe ser regulado y preciso"

Un psiquiatra obligado a visitar a cuatro pacientes en una hora ve desperdiciada su capacidad y su formación para hacer psicoterapia. El tratamiento psicológico de las personas afectadas psíquicamente por las consecuencias de la pandemia es obligado y debe ser regulado y preciso, empleando con efectividad los insuficientes recursos actuales de psicólogos clínicos y de psiquiatras y destinándolos a los más necesitados clínicamente, a la espera de que las administraciones provean de una cantidad de recursos más adecuada a la magnitud del problema.

El acceso a la nueva salud mental en el año 2022, en plena época pandémica, tiene dos vías. La primera es convertirnos en una sociedad que asume la enfermedad mental propia y la de los demás y que afronta las incertidumbres y la angustia mediante la comunicación con sus semejantes y la consulta a los profesionales. Asumir que no somos tan poderosos, que un virus puede poner nuestra vida patas arriba, nos hará reconocer nuestra vulnerabilidad. Y reconocernos vulnerables nos permitirá buscar ayuda en las personas y en los profesionales sanitarios sin miedo al estigma social. La segunda vía es el aumento de los recursos sanitarios y sociales que se dedican a las enfermedades mentales. Pero ninguna de las vías será posible si no se consigue el reto fundamental: reconocer plenamente la existencia de las enfermedades mentales, sin miedo y sin mentiras ideológicas.

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