675

Por Arquitectamos

Estoy trabajando en el estudio, voy a echar mano a mi calculadora y me doy cuenta de que no la tengo. Esta mañana la he echado a mi mochila y mi mochila está ahora en casa.

Me apaño con la calculadora del teléfono; es mucho peor y me vale para un momento, pero no para estar mucho tiempo trabajando con ella. Es desesperante.

Valoro la pereza de subir a casa a por mi calculadora y la de seguir con la del teléfono y no sé cuál es peor. Entonces me viene a la cabeza que en el estudio hay otra calculadora que no he usado nunca y que lleva once años sin que nadie lo haga.

"Estará buena", me digo. "La pila se habrá descompuesto y todo".

Era la calculadora de Adeli, mi brazo derecho en el estudio. Cuando cerramos me traje a casa lo que pude. Ofrecimos material a quien lo quisiera, incluso tiramos cosas que no podíamos traernos, pero los pequeños objetos sí que nos los trajimos a casa mi socio (Tomás) y yo. No sé por qué no se quedó Adeli su calculadora como recuerdo. Seguramente ni se la ofrecimos, y desde luego ella era incapaz de tomar nada que no fuera suyo. (O tal vez no quiso quedársela. En aquellos días aciagos del cierre todo recuerdo era un mal recuerdo).

Yo me traje tres mesas, cinco sillas, estanterías, cuatro cajoneras, dos vitrinas, tres ordenadores, el plotter, la fotocopiadora y material de todo tipo. Cosas tan tontas como mi caja de compases desaparecieron. Seguramente fueron al contenedor de basura en un arranque irreflexivo. (También tiramos revistas que ahora echo de menos: Fueron días de desalojar el estudio con desesperación, con saña, y de no saber dónde meter tantas cosas ni, sobre todo, tampoco quererlas).

En la que fue la cajonera de Adeli hay también un escalímetro, una grapadora y alguna cosa similar que no he tocado en estos once años. Y su calculadora.

La encendí y funcionaba. ¡Qué barbaridad de pilas! Apareció el cero y también el simbolito de la memoria. Pulsé la tecla MR y salió en la pantalla el número 675.


Me quedé impresionado y le tomé una foto para subirla a Twitter: La calculadora llevaba once años apagada y atesorando esa cifra en su memoria.

(No soy Ramanujan, con su famoso 1729, pero creí intuir que ese 675 tenía pinta de cuadrado. Pero no: Evidentemente no soy Ramanujan. Saqué la raíz cuadrada y es 25,9807...etc. 625 sí habría estado bien: 25 al cuadrado. O sea, 5 a la cuarta).

Noté una extraña incomodidad ante ese número persistente y borré la memoria. La calculadora quedó finalmente a cero. Y la apagué. Era como si hubiera estado en coma todos estos años, y al borrar la memoria sentí como que la dejaba descansar por fin en paz y la liberaba de su carga.

Soy un sentimental (o, mejor, decidme ñoño). Me pregunté qué habría estado calculando Adeli hace once años que le diera 675 y que hubiera guardado en memoria. Me pregunté en qué estuvo trabajando el último día, cuando ya hacía tantos meses que no teníamos nada en lo que trabajar.

Me volví a sentir 1) orgulloso de la cantidad de trabajo que habíamos sido capaces de sacar adelante durante tantos años, 2) muy triste por el último año del estudio (o incluso los dos últimos años) y 3) muy plácido por mi estado actual, tranquilo y nostálgico.

Y volví a pensar (lo hago prácticamente todos los días) en la gente del estudio de Madrid. No quiero ni escribir sus nombres. Uno de ellos ha fallecido y yo, cada vez que pienso en él y en los demás, me siento hueco, estragado. Los echo de menos, aunque por otra parte estoy tan a gusto solo, trabajando a un ritmo casi insignificante, a mi aire. Es un enorme descanso no tener a nadie a mi cargo, no tener que distribuir trabajo, no supervisar, no estar pendiente. Pero los echo de menos.

De pronto me han caído sesenta y un años y voy caminando plácidamente hacia mi jubilación. No: Por supuesto que no me han caído de pronto. Llevan sesenta y un años (y sobre todo estos once últimos) cayéndome lentamente, y yo, si me permitís la expresión, disfrutándolos con nostalgia del pasado, placidez del presente e ilusión del futuro. No me sé explicar.

No entiendo esta calculadora: Once años guardando en su memoria el número 675 como llevo yo guardando en la mía tantas cosas y tantas personas; tantos compañeros, tantos clientes, tantos trabajos, tantos amigos. Y, tras todo ese tiempo, otra vez dispuesta a trabajar en cuanto la he solicitado. En cierto modo como yo también: Nostalgia, melancolía, memoria, y al mismo tiempo ganas de seguir, de trabajar, de aprender, de disfrutar, de buscarme problemas; de jubilarme de una bendita vez, de una maldita vez, de descansar y leer, de olvidarme de todo pero también de seguir en la onda.

Qué cantidad de sentimientos contradictorios y de reflexiones estúpidas y ñoñas me ha traído esta calculadora olvidada que, despreciada y arrinconada durante once años, ha seguido aferrada a su misión de guardar obstinadamente, contra toda lógica y contra todo propósito, el estúpido número 675, que ni es cuadrado perfecto ni nada.

Nota:
Leches. Me acabo de dar cuenta de que hoy, 12 de noviembre, es el cumpleaños de mi (ex) socio Tomás. Felicidades.