He visto esta curiosa foto de 1912 en la que un "voluntario" se estampa de un cabezazo contra una pared para probar el casco de fútbol americano que han perpetrado quienes le miran desde el fondo, en sitio seguro y sin correr riesgos. "Pruébate este casco que hemos diseñado y sáltate tú los sesos, hermoso, que a nosotros no nos viene bien en este momento". Y va el intrépido y embiste con toda su alma.
El impetuoso, homérico joven, confiado y optimista, se lanza de cabeza contra la pared. Qué fe en la técnica, qué confianza en los sonrientes artífices del cacharro supuestamente protector.
(Por los atuendos capitales de los personajes que aparecen -nadie lleva la cabeza desnuda- aventuro que el del sombrero es el diseñador, los dos de las gorras los fabricantes, y desde luego el del casco es el del casco).
No puedo evitar la comparación de esta foto con el ejercicio de la arquitectura: El del sombrero es el arquitecto, los de las gorras son el constructor y el promotor y el del casco el usuario. (A menudo el usuario es también el promotor de su propia casa o de su propia nave, o restaurante, o lo que sea, y se genera una doble y compleja filiación de la que también hablaré).
El arquitecto piensa: "Aquí haré un gran ventanal. ¿Tal vez algo frío en invierno? No, seguro que no". "Este salón grande y diáfano quedará estupendo. ¿Quizá demasiada luz para esa viga? No; la calcularé bien y limitaré su flecha". "Esta meseta compensada se ajusta estupendamente a este rincón. ¿No es incómoda con tantos peldaños en cuña? No; en absoluto: Es puro Neufert".
Y después, durante años, durante siempre ya, los habitantes tendrán frío en invierno ante ese ventanal cuya pretendida paz y alegría visual jamás se ha dado, soportarán con paciencia las fisuras del techo del salón, no ruinógenas, pero sí molestísimas, y que por más que se arreglan y repintan vuelven a aparecer, y se caerán de vez en cuando por la escalera, sobre todo cuando vayan cargados de cajas o paquetes.
Y si protestan ante el arquitecto, este les contestará: "No puede ser. Estaba todo bien calculado". Y si es concienzudo exhibirá los cálculos que hizo en su día sobre la transmitancia térmica del vidrio, la flecha activa a plazo infinito de la viga y la huella del pie en cada peldaño compensado. "¿Veis? Está todo bien. No puede ser. Eso que decís que os sucede es porque no usáis bien vuestra casa. No la mantenéis bien ni la tenéis en buen estado de uso".
Y, mientras tanto, seguid dándoos cabezazos contra la pared, que no os va a pasar nada. ¿No veis que está todo calculado?
Los promotores organizan la edificación, los arquitectos la diseñan y calculan y los constructores la llevan a cabo. Los compradores solo tienen que ajustarse bien el casco y lanzarse contra la pared.
Y qué manera de lanzarse. Durante el boom he visto la locura que era comprarse un chalet o un piso. Hordas de compradores en las casetas de ventas, sobre todo los domingos, centelleantes firmas de contratos, emisiones de cheques de señal, codazos porque les quitaban el de esquina, que era el mejor. Una locura. Ni siquiera iban dos o tres veces para ver cómo era la zona, qué pasaba allí otros días y a otras horas, qué ambiente había. Nada.
Fueron a ver la promoción (el solar semidesbrozado y unos paneles con unos planos que no comprendían y unos renders casi eróticos) un domingo por la mañana. Tardaron solo veinticinco minutos. Qué suerte, esto está al ladito de Madrid. Luego estarán en un atasco de dos horas de ida y dos de vuelta durante el resto de su vida laboral. No pensaron que la carretera no iba a estar igual de despejada un día laborable a las siete y media de la mañana.
Además, es posible que en esa zona verde que tienen justo delante sea precisamente donde los jóvenes bestiajos hagan el botellón. Y también que el polígono industrial de ahí al lado, que justo el domingo que fueron a ver el chalet estaba inoperante, les llene la vida (y sobre todo las noches) de ruidos y tráfico de camiones.
Todo esto que digo lo he visto. Familias que tardaron en comprarse el chalet mucho menos que lo que tardan en comprarse un pantalón. Un pantalón se lo prueban, ven si les tira, se prueban otro, y otro, incluso miran en otra tienda, y al final se deciden. La casa no. Ni la vieron ni la probaron. No podían esperar a verla hecha porque se quedaban sin ella. La compraron sobre plano sin saber leer un plano, y se aferraron a una memoria de calidades llena de lugares comunes y estupideces vacías.
Por supuesto que el promotor, el arquitecto y el constructor cometieron la casa, pero el entusiasmo de la familia para calzársela y estamparse contra ella sin más es algo del todo incomprensible.
Muchas veces han sido los propios usuarios quienes me han encargado el proyecto de su casa y han actuado como promotores y cuasi-constructores. También como cuasi-arquitectos, indicándome cómo hacer cada cosa y corrigiéndome los croquis. En estos casos he intentado siempre asesorarles, o al menos protestar ante lo que creía erróneo, pero casi nunca ha servido de nada. Se han metido ellos solos en el charco a conciencia. Se han puesto el casco con premeditación y alevosía. (Añadiré con humildad que a veces les he visto dirigirse al abismo y no he podido evitarlo; no me han hecho caso. Pero otras tampoco me han hecho caso y gracias a ello han perpetrado algún que otro horror en el que viven estupendamente. Es decir, es un horror para mí, pero ellos han demostrado saber más que yo).
Y, por fin, para completar los tipos y sus combinaciones, también ha habido ocasiones en que han sido los propios arquitectos quienes se han puesto el casco y se han tirado de cabeza:
Entre 1952 y 1953 los arquitectos Alvar y Elissa Aalto se construyeron una casa experimental en Muuratsalo. Era un retiro de fin de semana y vacaciones, para divertirse navegando por el lago y para descansar. Es particularmente curioso que emplearan más de cincuenta clases de ladrillos y de revestimientos cerámicos para ver cómo se comportaban y cómo estallaban ante las brutales heladas invernales, y así aprender en cabeza propia qué no hacer y qué no emplear en sus futuros proyectos.
Entre 1959 y 1962 los arquitectos Alison y Peter Smithson se construyeron un pabellón más que una casa en el condado inglés de Wiltshire. No pretendía tener una constitución permanente e inamovible, sino ser algo ligero y cambiante. Según escribió Peter más de veinte años después, era "un dispositivo para probar cosas en uno mismo".
Es muy agradable ver cómo los propios arquitectos asumen su responsabilidad y experimentan ideas y soluciones en sus propias casas antes de ofrecérselas a los desprotegidos clientes. Sí, es muy confortador. Lo que no lo es tanto es comprobar que a lo largo de toda la historia de la arquitectura siempre se ha obrado a ojo, por prueba y error, a cabezazos.