A propósito del premio Nobel

Por Gonzalo


El premio Nobel es hoy una institución sólida, y tanto la proclamación de galardonados como la entrega de medallas (y talones) figuran como fechas fijas en todo calendario. Se habla sin descanso del premio Nobel, se admira sin límites a quienes lo ostentan, pero ¿quién sabría aún decir el nombre de algún científico galardonado en los últimos años?

Medalla del Premio Nobel

Que los ganadores del año pasado ya sean desconocidos indica que se elige a personas que no tienen nada que decirnos, o no mucho. Y entonces se vuelve dudoso que hayan traído “el mayor beneficio a a humanidad”.

Cuando Nobel dio vida a su premio queriendo hacer algo bueno por el mundo, no podía sino escoger a las ciencias de la naturaleza, y en forma de aquellas disciplinas que enumeró. Hoy, pasados más de cien años desde sus últimas voluntades, no es sólo esa división la que ha quedado sobrepasada: también la entera práctica de la investigación se ha alterado, y los grandes adelantos en que creyera Nobel provienen antes de la cooperación interdisciplinar que del logro técnico aislado.

Ciencias de la Naturaleza

La ciencia trae el mayor beneficio a la humanidad allí donde procede de modo interdisciplinar. Necesitamos menos galardonados por alcanzar algún logro técnico en su especialidad, y más premiados que tengan algo que decir a la humanidad con sus ideas. En otro caso, ya no sabemos para Navidad quién estuvo en Estocolmo el 10 de diciembre.

Alfred Nobel, “el rey de la dinamita” como le llamaban los periódicos, sorprendió a sus contemporáneos con un notable testamento que había redactado un año antes de la fecha de su muerte, 10 de diciembre de 1896, obviamente sin sus abogados.

Soltero y sin hijos, Nobel disponía que la parte principal de su patrimonio se destinara a premiar con sus intereses “a quienes en el año vencido hayan traído el mayor beneficio a la humanidad” en cinco campos: Física, Química, Fisiología -a la que añade Nobel de Medicina-, Literatura y, por último, en el ámbito de la paz “en pro de la fraternidad entre los pueblos”.

Albert Einstein y Kurt Gödel

La detallada enumeración procede del propio Nobel, quien ponía claramente por delante de las letras y la política a las ciencias de la naturaleza.

Para hacerse una idea de qué difícil tiene que haber sido transformar las parcas indicaciones de Nobel en un vasto procedimiento que funcionara, basta recordar que se trataba de unas disposiciones testamentarias dictadas en París por un sueco fallecido en la Riviera italiana.

Es patente que fue ante todo el hecho de haber redactado el políglota Nobel su última voluntad en su lengua materna lo que llevó a hacer de Estocolmo sede de las ceremonias oficiales. Allí se trasladaron los restos del fundador a finales de diciembre de 1896.

No hay distinción del mundo científico mencionada con más frecuencia que el premio Nobel, tanto en el mundo de la cultura como en la vida cotidiana. Ninguna cuenta con mayor reputación, si se halla como en ella en el punto de mira de los medios de comunicación, y ninguna otra entidad colegiada ofrece un plantel tan selecto y excusivo como los galardonados con el Nobel.

Pablo Neruda y Mario Vargas LLosa

A lo largo de su historia, no llega a setecientos el número de quienes han sido enaltecidos a esa nobleza científica, siendo menos de doscientos entre todas las especialidades de ciencias de la naturaleza. Número que podría haber alcanzado el de trescientos, de haberse agotado todos los años el cupo de tres laureados por disciplina.

Deberíamos poner la vista en otro plano y reparar en que los seres humanos celebraron con el premio Nobel la entrada en una nueva época. Habían dejado atrás el siglo XIX y veían ante sí descomunales oportunidades para la ciencia y la técnica, justo lo que quería fomentar Nobel, tan seguro como muchos de sus contemporáneos de que no podrían traer sino beneficios.

Aún funcionaba la antigua convicción de que un proceder racional sólo puede acarrear algo bueno, y aun que la dinamita de Nobel serviría ante todo para aumentar el poder de los seres humanos mediante el conocimiento.

A ello se añade que la ciencia, con los albores   del siglo XX y la primera concesión del premio Nobel, se abría paso hasta alturas de abstracción nuevas y desconocidas. Las palabras clave eran relatividad y teoría cuántica, y los desarrollos intelectuales que les acompañaron dejaron huella en pintura y literatura, profunda relación que sigue ocupándonos hoy. Corrían aires nuevos, empezaban los tiempos modernos, y era ese progreso el que ese premio Nobel honraba y representaba.

Representación de la Teoría Cuántica

El premio Nobel recogía además un ideal resucitado el mismo año en que moría su fundador: el espíritu de las Olimpíadas, permitiendo así trasladar la idea de competición internacional a los recintos de la ciencia.

Y, en efecto, a poco de darse a conocer los nombres de los ganadores, los periódicos ya recogían una especie de medallero en que podía y puede leerse qué país ha recibido en cuánto tiempo y cuántos premios.

Puede que cause asombro, pero el premio Nobel y sus instituciones están tan limpios de toda sospecha como pueda desearse. Lo único que aquí o allá se les reprocha son fallos en la elección de galardonados. Así, por ejemplo, se pasó por alto la aportación de Lise Meitner a la compresión de la fisión atómica por la que se premió en solitario a Otto Hahn.

Otto Hahn y Lise Meitner

No tomar en consideración a la señora Meitner tuvo poco que ver con ser mujer, y más con que se trataba del premio de Química. Sencillamente, los miembros competentes del comité no habían entendido en qué consistía la aportación de Física teórica que había hecho Lisa Meitner y qué se había ganado con ella, puesto que “sólo” había explicado cómo se libera tanta energía  en ese proceso y, además, con fórmulas muy simples.

Hay otras celebridades que Estocolmo nunca tomó en consideración. Entre los físicos, se cuentan Robert Oppenheimer y Georg Gamow, entre los químicos se echa en falta a Dimitri Mendeleiev. En medicina se puede poner sobre el tapete el nombre de Sigmund Freud, que bien a gusto habría recibido la corona. Einstein, por ejemplo, rehusó firmemente proponerle como candidato -demasiadas cosas poco científicas- y Wagner-Jauregg opinó jocoso que, no obstante, le podían conceder el de literatura.

Sigmund Freud

Precisamente Julius Wagner-Jauregg es uno de los pocos premiados por un trabajo psiquiátrico. En su caso lo fue en 1925 por su idea de que la fiebre o las infecciones podían tener consecuencias aprovechables.

Tiene que ser una bonita fiesta la que se celebra en Estocolmo cada año, y es bonito que, pese a todo, la cosa gire de algún modo en torno a la ciencia.

Fuente:  El gato de Schrödinger en el árbol de Mandelbrot   (Ernt P. Fischer)