-¿Una cocina de doce metros cuadrados? Pequeña, ¿no? ¿Tú qué opinas? ¿Cuánto mide la que tenemos ahora?
Y así, poco a poco, iban tomando forma (y, sobre todo, tamaño) la cocina, el salón, los dormitorios... En definitiva: Entre tantos tanteos y correcciones el trabajo se acabó centrando solo en las plantas. Fallo mío, repito: El afán de encajar el programa, de que los números cuadraran, y la idea engañosa (nunca sale bien) de que cuando resolviéramos todo eso ya haríamos los alzados. ¡Error! Todos sabemos que ese sistema de trabajo no es correcto, pero a veces nos sumergimos en él, supongo que por comodidad, por acotar el programa y concretar con los clientes, de una vez, el punto de partida del trabajo. Mientras tanto las fachadas no interesan, y creo que precisamente pensar así es puro fachadismo, porque implica que las fachadas son un maquillaje, una decoración, un quita y pon que da más o menos igual. Es como pensar por un lado en una persona y ya luego, aparte, en su vestido. El vestido no forma parte de la persona, pero la fachada sí forma parte vital y orgánica de la casa.
Pues ahora estoy con eso, con el vestido. O, mejor dicho, con el disfraz. Ya digo que la culpa de esta situación es exclusivamente mía. Y ya me están diciendo los clientes qué vestido quieren para su casa (qué tipo de ladrillo visto, qué ventanas, qué tejas, etcétera), y yo, profesional eficiente donde los haya, tomo el catálogo de materiales trillados e intento encajar unas fachadas que no sean excesivamente trilladas. (Error de nuevo. Lo sé. Esa especie de prurito de buscar algún punto no demasiado común cuando el planteamiento mismo, el concepto de todo este proyecto, una vez más, es lo más consabido del mundo, e incluso ese afán de una cierta originalidad es lo más habitual y falto de originalidad, y mi único trabajo decente, ya que no ha brillado la chispa, sería hacer un buen trabajo sencillo y homogéneo, técnicamente bien resuelto y punto. Sin nada más, sin tonterías).
Oliendo ya el fracaso del intento, buscando la fachada imposible que lo resuelva todo milagrosamente y haga atractivo mi bocadillo de pan con pan, recurro a mi biblioteca para buscar ejemplos, a modo de catálogos de "sírvase usted mismo", recetas, soluciones prefabricadas a las que agarrarme como a un clavo ardiendo para maquillar esta casa que viene sosa, sosa y sosa desde el principio.
Se trata de un problema de "composición", de "fachadismo", con sus ritmos, sus chorradicas... Paso la mirada por las estanterías buscando ejemplos de arquitectura de ventana-ventana-ventana, cornisa, moldurita, arco y ventana-ventana-ventana.
La cosa va mal. Ya hablé una vez de la nostalgia frustrante y a la vez dulce que me supone demorarme en los libros con una especie de delectación morbosa.
Esta vez tomo en mis manos este de Berlage:
No confío en que me resuelva el problema; vamos, estoy seguro de que no me lo resolverá. Pero al menos me distraeré hojeándolo y ojeándolo.
Es un libro que tengo muy abandonado. Pero de repente he recordado algunos de sus edificios, diseñados como con el piloto automático del puro oficio: ventana-ventana-ventana en una planta y ventanaventana-ventanaventana-ventanaventana en la siguiente... Varias ventanas englobadas con una sola moldura y otras sueltas... Esas cosas, esas estrategias inanes.
Ya digo que desde el principio sé que ese libro no me va a servir para lo que necesito y ya me pongo a mirarlo por mirarlo, sin un interés específico, distraído en curiosear sin más.
Y se me van los minutos en esa perezosa distracción, olvidado ya de mi trabajo y de mi problema.
Y veo algo que me llena de admiración, y es que este notable arquitecto, mediocre o, al menos, no brillante (1), tiene una gran solvencia y una enorme capacidad de trabajo.
(1).- Todo esto es muy relativo. Creo que Berlage, arquitecto interesantísimo, tiene muchas cualidades, pero no es una figura al nivel de las verdaderamente grandes. En una próxima entrada me extenderé sobre esto.
Es algo impresionante no solo ver la gran cantidad de encargos y de propuestas para concursos, sino lo trabajadísimo que está todo. Tanto, que para hacer un plan urbanístico dibuja en perspectiva la ciudad proyectada, con todo. Qué locura, qué adicción por el trabajo, qué fiebre.
Y entonces ese trabajo algo gris, en muchos aspectos anodino, se ve heroico. Se ve heroica la mera capacidad de trabajo, y se ve excitante hasta la emoción esa dignidad con la que trabaja Berlage.
Y envidio el aroma burgués -sí, burgués, ¿qué pasa?- de ese trabajo, su respetabilidad, su seriedad, su remuneración económica, y termino de mirar el libro apreciando ya no la calidad de la arquitectura berlaguiana, sino su capacidad de proporcionar a su autor un estilo de vida hoy perdido y digno de añoranza.
Y yo he empezado buscando una idea para centrar cuatro ventanas y he acabado emocionándome porque una vez hubo una extraordinaria profesión: la de arquitecto.
(Nota final: Hoy he sido muy injusto con Berlage. Lo he tomado como excusa para hablar de otras cosas. Prometo hablar de él muy pronto con algo más de fundamento).