"Abrió los ojos. Despertó. Estaba temblando. No de frío, ni de miedo. Simplemente temblaba. Miró a su alrededor. Tenía lo que siempre había soñado. Su vida era lo que muchos considerarían perfecta. Lo tenía todo.
Y de repente, volvió a sentirlo. Un pinchazo en su pecho. Como si le clavaran una daga, como si la hundieran en el más escondido rincón de su ser. Le costaba respirar. Cogía grandes bocanadas de aire, pero aún así, su cuerpo parecía no aceptarlo. Sus ojos estaban abiertos de par en par, inyectados en sangre. Y entonces, empezó a llorar.
Pero no lloró exageradamente. No hizo ruido alguno. Simplemente dejó que, en silencio, lágrima tras lágrima corriera por sus mejillas, creando suntuosos y abundantes ríos con gotas saladas. Lloró desde lo más profundo de su ser, desde la parte de su alma que guardaba bajo llave, en un cofre en el que nunca nadie había podido acceder.
Hacía días que dormía mal. Despertaba a medianoche, con los mismos síntomas y con un gran pesar en su corazón. Y así iba aguantando. Y así iba soportando ese gran peso, mientras intentaba continuar con su rutina que, día tras día, se hacía más pesada. Cada vez tenía más claro que no encajaba en ningún sitio. Que la Tierra no era su lugar. Que había sido un error todo lo que había hecho hasta el momento.
Pero no entendía el mensaje que su subconsciente le estaba enviando. No le pedía que se rindiera. No le pedía terminar de una vez por todas. Solo le pedía que se diera cuenta de una cosa. Solo le pedía que escuchara su corazón. Solo le pedía que abriera los ojos, y que viera que tenía
lo que siempre había creído soñar."