El proceso de acidificación de los océanos es sorprendentemente simple. De la misma manera que el dióxido de carbono, procedente de la quema de combustibles fósiles, se acumula en la atmósfera y causa el calentamiento global, también se acumula en los océanos, donde cambia la química del agua.
Cuando el dióxido de carbono entra en el océano, este reacciona con el agua de mar para formar ácido carbónico. Desde el comienzo de la revolución industrial, hace 150 años, el mar ha absorbido aproximadamente una cuarta parte de todo el dióxido de carbono proveniente de combustibles fósiles, lo cual es equivalente a 500 mil millones de toneladas. Por lo tanto, el promedio de acidez ha aumentado un 30 por ciento. En peso, esto es equivalente a 500 mil millones de Volkswagen Escarabajos vertidos en el mar.
Las actividades de los humanos están innegablemente vinculadas a los cambios en la acidez de los océanos. Además de ser indiscutible el efecto que produce la acidificación del dióxido de carbono, el CO2 que se produce por la quema de combustibles fósiles se puede identificar y medir en el agua del océano.
Una preocupación primordial por el aumento de la acidez de los océanos es que reduce la disponibilidad de carbonato, una molécula que es utilizada por decenas de miles de especies marinas para formar sus conchas, caparazones y esqueletos. Se ha demostrado que en muchas de las especies estudiadas sus caparazones eran más débiles y su crecimiento más lento. Si el nivel de acidez se eleva, el agua del océano se torna corrosiva, lo que literalmente disuelve las conchas. La capacidad de desarrollo del organismo afectado estaría en peligro y a largo plazo lo llevaría a la extinción. La acidificación del océano podría resultar en una “osteoporosis global”, perjudicando no sólo importantes mariscos comerciales, como las langostas, los cangrejos y los mejillones, sino también a las especies claves en las redes tróficas marinas. Los impactos en la cadena alimenticia pueden afectar a peces, aves y mamíferos marinos. Existe evidencia de que la acidificación ya está afectando la vida marina por todo el mundo. Por ejemplo, las ostras del Pacífico no se han reproducido con éxito en su hábitat natural desde 2004 y en una isla de la costa de Washington las algas suplantan a los mejillones en una zona intermareal. En el otro lado del planeta, una especie de coral en la Gran Barrera de Coral de Australia registró un descenso del 14 por ciento en la calcificación desde 1990 y en la Antártida el peso corporal de una especie de plancton es de un 30 a un 35 por ciento menor de lo ha sido históricamente.
La acidificación del océano: el problema bajo las olas Los modelos científicos indican que el promedio de la acidez de los océanos se duplicará para finales del siglo si no disminuimos la velocidad a la que quemamos los combustibles fósiles. Los científicos predicen que el Ártico será corrosivo para algunos organismos con caparazón o concha dentro de unas décadas y la Antártida a mediados de siglo. Esto es solo química, los caprichos del cambio climático no se aplican a esta previsión. Se espera que la acidificación de los océanos ponga en riesgo la pesca comercial mundialmente, la cual es una industria de miles de millones de dólares. Por lo que, también amenazaría una de las principales fuentes de alimentos para cientos de millones de personas. En Estados Unidos, el turismo relacionado con los océanos, la recreación y la pesca generan más de 2 millones de empleos. Muchos tipos de mariscos se verán afectados directamente, lo que repercutirá en los peces que se alimentan de ellos. Por ejemplo, los pterópodos, caracoles marinos pequeños que son particularmente sensibles al aumento de la acidez, representan el 60 por ciento de la dieta de los salmones jóvenes rosados de Alaska.