Vivimos en un contexto donde se premia lo mediocre, donde el que hace las cosas bien es mirado con recelo, donde la mayoría espera a que el que va primero tenga un desliz y caiga, donde lo que siempre ha sido vulgar y un día le suena la flauta tiene más valor que lo que siempre ha sido excelente. También parece que poco importa el cómo se hacen las cosas, sino el resultado final. Juan y Manuel lo ven en el colegio. Pero pasa también en el fútbol, en la tele o en el diseño de productos.
Un producto puede ser blanco o negro, puede ser curvo o cuadrado, grande o pequeño, pero no puede ser sostenible o no serlo. La sostenibilidad es una manera de hacer, una metodología de trabajo, no un acabado final. Aquellos que integran criterios de sostenibilidad en sus procesos de creación lo hacen porque lo consideran el camino hacia la excelencia. Aunque esa excelencia, como ya se ha visto, no se valora en exceso. Pero es que además, a aquellos que han optado por el camino difícil –el que comporta estudios ambientales rigurosos, no exportación de la producción, no copia sino innovación, coherencia proyectual,…- se les exige más, son mirados con desconfianza y han de justificar sus pasos muchísimo más que a aquellos que pasan de intentar ser buenos.
Juan ha optado por no sobresalir de la media para no llevarse collejas. ¿Por qué se inclinarán los que hacen buen diseño? Post publicado en el blog de Nutcreatives para Experimenta.
o: Vuelta a lo simple o Los objetos dicen o Valorar lo invalorable