Pocas veces en los últimos tiempos he leído un artículo tan razonable como éste de Vicente Molina Foix http://www.elpais.com/articulo/opinion/fuera/fumador/elpepiopi/20100603elpepiopi_5/Tes
Yo, como el autor, no fumo aunque esporádicamente he disfrutado y disfruto de una pipa o de un buen puro acompañando una buena lectura o una agradable conversación. También he sufrido y sufro la falta de respeto de fumadores que, sin pedir permiso, han inundado de humo el entorno cerrado en el que me encontraba de forma ostensiblemente molesta (algunos de ellos se han convertido en intransigentes militantes antitabaco con la habitual fe del converso). Esto a veces ocurre actualmente en entornos sanitarios donde está prohibido fumar hace años. Como médico procuro ayudar a mis pacientes a dejar el hábito, si me lo piden, sobre todo apelando a su voluntad en primer lugar, antes de utilizar fármacos que solo son una ayuda en ciertos casos bien seleccionados.No creo sin embargo que contra el tabaco valga cualquier estrategia y observo con desconfianza la mezcla de propaganda política y puritanismo con el que los poderes públicos y privados abordan el asunto actualmente. Enhttp://aplamancha.blogspot.com/2008/02/adicciones.htmlya escribí una entrada sobre el tema y he cambiado poco de opinión. No me resisto a poner aquí algunos fragmentos del artículo mencionado. Stuar Mill ("Sobre la libertad" es un libro que conviene releer en estos tiempos) hubiera estado, probablemente de acuerdo:
No he fumado ni un solo cigarrillo en mi vida, una vida pasada desde la infancia entre fumadores, algunos de ellos orgullosos de serlo, es decir, no pertenecientes a ese grupo mayoritario de quienes, al ofrecerte uno y rechazarlo tú diciendo que no fumas, te dicen en serio, con una leve sonrisa de añoranza: "Pues no sabes la suerte que tienes, chico".
...Como al que más, me molesta tener que tragarme a la fuerza el humo de los desconocidos en los lugares públicos, sobre todo si me lo echan en la cara, pero contemplo estupefacto los torpes preparativos de una nueva ley antitabaco que el Gobierno de Zapatero, con su conocida política general de declaraciones vibrantes y rectificaciones vergonzantes, vuelve a anunciar. Al igual que en otros asuntos donde confluyen la salud pública y el derecho privado, me parece indignante que al fumador, hoy por hoy todavía un sujeto que vive en la legalidad, se le degrade socialmente, se le aísle y se le confine, mientras se le intimida con cajetillas truculentas que recuerdan las estampitas de Pedro Botero rodeado de niños disolutos quemándose en el infierno con las que los curas y monjas querían infundirnos la aversión al pecado.
… creo que el fumador español ha caído en un vicio peor que el de encender compulsivamente sus cigarrillos y aspirar su humo. No ha entendido lo fácil que sería un pacto social entre él, directamente, y el no fumador, que hiciera innecesario, e incluso ridículo, el arbitrismo avasallador de la nueva ley preparada por la ministra Jiménez. Ese pacto tan sólo tendría que tomar en cuenta que una tendencia salutífera mundial -con la que se puede o no estar de acuerdo- ha puesto de relieve en los últimos años la evidente injusticia histórica de que el fumador, antes, pudiera fumar en todas partes a su antojo sin reparar en los que no lo hacían. El asumido respeto de unas mínimas normas de educación cortés, de atención al otro, de auto-control cívico, debería facultar a los fumadores a exigir una similar tolerancia con ellos.
….Así que si yo fuera fumador, me levantaría en armas dialécticas contra una ley desproporcionada que pretende no la regulación de una molestia, sino la eliminación de un hábito, convirtiendo al que lo ha adquirido libremente en un paria de la sociedad. Pero también, si yo fuera fumador, huiría como de la peste del romanticismo literario del hecho de fumar, que me parece superfluo y puede llegar a cursi.
… No está aún probado que el tabaco sea una religión, en cuyo caso sería la creencia más extendida del mundo. Escribo esto desde mi condición de ateo de todos los credos y de todas las nicotinas, incluso la más baja. No me mueve a escribir la caridad, sino la razón. Libertad de ritos. De eso se habla ahora, también desde una conciencia avanzada, y es una libertad a considerar, por mucho que implique a menudo el convertirnos a los laicos en víctimas pasivas de sus emanaciones dogmáticas.
… A los practicantes sobrenaturales se les permite, incluso en un Estado no-confesional, echar campanas al vuelo, llamar chillonamente a la oración, hacer procesiones o rogativas al santo (puro humo para quienes no creemos en milagros), mientras que todos los días, cuando bajo a comprar la prensa, veo junto al portal a un puñado de oficinistas de mi edificio practicando vergonzantemente, en mangas de camisa incluso si hace frío, el rito infame del cigarrillo de media mañana, que sabe a gloria, según parece. No puedo impedir que me venga entonces a la cabeza la imagen de los primeros cristianos apiñados para rezar en las catacumbas. El daño del tabaco. Eso sí está probado, y ningún fumador lo ignora.
Dejémosles su libre albedrío, su derecho humano al placer peligroso, sólo atentos a que su ismo, su religión o su vicio no perjudiquen la salud terrenal de los que están a su alrededor, frase que veo impresa en la cajetilla de un amigo que acaba de encender su Fortuna en mi salón.