Acuarelas enero

Por José Garrido Herráez
   Empezamos el año con flores. Y con árboles. La primera acuarela ha sido un gozo pintarla, algo más que las otras, verla terminada muy similar a cómo la habíamos pensado durante días. Supone el placer de imaginar algo y llevarlo a un papel en blanco. Muchas horas imaginando algo que luego se hace en un par de horas cuando ya tenía forma en nuestra cabeza. Sería muy dificil concretar cuánto se ha tardado en crear esta acuarela, pues el rato con el pincel en las manos no es ni lo más largo, ni lo más difícil, ni lo más laborioso. Ni ese jarrón existía, ni ese colgador de macramé, ni esas flores. Hasta que las he pintado. Tal vez eso sea lo mas hermoso de la pintura, trasladar a un soporte algo que antes sólo vivía en tu cabeza. Tengo en el balcón y en el alféizar de mi ventana algunos pensamientos en maceteros; también alguna maceta colgando sujeta por los nudos que hicimos hace muchos años y, lo más valioso, tengo aprendida una forma de pintar cacharros viendo cómo lo hace Geoffrey Wynne. Parece mentira que ese cuenco orientalizante primero haya sido amarillo, luego naranja al añadir rojo, luego de un violáceo inedetermimado y sucio, aunque muy transparente, tras la última capa de ultramar. Se aplican una sobre otra antes de que se seque la anterior, dejando correr el agua hacia abajo. Una vez seco sale ese blanco real, roto, que no es blanco, sobre el que hacer brillos y superponer, tambien en dos veces, los dibujos que le adornan. Primero cuando aún queda algo de humedad; una vez seco se repasan las formas rápidamente con pintura: Potter's Pink, el rosa de alfarero, tal cual. El colgador de macramé se reservó previamente con líquido enmarcarador. Una vez termidado lo demás y quitada esa goma, aparece el blanco del papel, blanco hiriente y crudo que se suaviza, se sombrea para intentar separar los nudos del cacharro dando relieve a la cosa. Para todo ello se necesitaba una luz lateral que produjera esas sombras. Inventado lo demás, poco cuesta inventar la luz.   Para explicarlo todo, ya puestos, el papel es Arches de grano fino, un cuarto de hoja; los pigmentos Daniel Smith, con dos violetas a cual más hermoso, Carbazole y Amatista. Ultramar, amarillo oscuro, rojo de alizarina, ocre dorado, verde de jade, sodalita en algunas mezclas de sombra intensa y el citado Potter's Pink para el cacharro. Un pincel de Escoda de petit gris y uno chino más fino.

   El anterior, segunda de este año, un olivo con el que mantengo una cierta amistad, aunque me lleva bastantes siglos de edad, la olivera gorda de Ricote. La he visitado en más de una ocasion y pintado en bastantes más. Es hermoso visto desde cualquier lado y sólo una de sus ramas ya es tema agradecido. Sobre papel satinado de Windsor & Newton, las acuarelas San Petersburgo, White Nights, rusas, de la que habrá que hablar despacio. Las tengo en pastilla desde hace unos años, aunque ahora ya se venden tambien en tubo. Son muy baratas y resultan ser pigmentos de un solo componente, incluso el índigo y el cerúleo, cosa rarísisma incluso en marcas más costosas. No tienen estos pigmentos nada que envidiar a otros de más postín y podrían sacarle los colores a algunas de esas marcas si comparamos los precios. Con los pinceles, en este caso chinos, pero de la China, no de la tienda de la esquina, ocurre otro tanto. Cada día me gustan más, aunque hay que acostumbrarse a ellos y hacer de sus defectos virtudes, que es lo que hacen los asombrosos pintores orientales, por cierto inventores del pincel, el papel y esa tinta que los ingleses llaman india y nosotros china.   Merecería dedicarle una entrada a una comparativa de pigmentos entre varias marcas, al menos entre las seis o siete que conozco y utilizo. Podrían sacarse muchas consecuencias interesantes, a la vez que ahorrar bastante dinero eligiendo bien, sin dejar de ussar lo mejor.   Un eucaliptus gigante de una plaza de Valencia. Pasé por allí, hice unas fotos y ahora las aprovecho. No recuerdo cómo se llamaba la plaza. Sí que ese hermosisimo árbol se encontraba parcialmente tapado por otros, lo que me ha complicado mucho pintarlo a partir de las fotos. No hay nada como pintar en vivo, pero no siempre es posible hacerlo, menos pintar todo lo que uno va viendo.
    La siguiente es otro viejo conocido, un olivo del Maestrazgo, al atardecer y en contraluz. De unas fotos de un viaje por Castellón del que me traje varias docenas de olivos majestuosos.    La siguiente acuarela fue la última del año pasado. Una vez más la tentación irresistible de una foto de Juan Manuel Vilaboa. Un camino de su Galicia, simpre misteriosos y mágicos en sus fotos.
   La siguiente también es de este año recién estrenado, un olmo de Cabeza de Buey, en Caceres, de una foto que publicita esta zona. Ya la había pintado antes, pero siempre se puede intentar hacer algo diferente con una misma imagen.  En este caso probar nuevamente texturas y recuperar como en una anterior esas acuarelas rusas, White Nights, de San Petersburgo. Las compré allì por intenet, ahora ya se venden en España. Son más que buenas, además de baratas, por lo que volveremos a ellas, como decía. Tiene unos toques de lápiz blanco.   Por último, una recién terminada, de una foto de 2015 que hice desde Altea, con Calpe y su peñón de Ifach al fondo. Un atardecer. En la foto se pierden parte del degradado azul del cielo, que prácticamente se pierde. Lo dejaremos así, aunque mejor hubiera quedado fotografiándola a la luz del día, que un foco cercano no ayuda a reproducir sutilezas cromáticas.