Pedro de Olavide también inmigró desde Perú, muerta su familia en el terremoto que destruyó Lima en 1746. La verdad es que tuvo que salir huyendo de allí lleno de deudas, cuyas culpas echaba al muerto. Y me refiero a su señor padre. También por gastarse en contruir un teatro parte de los fondos que le habían encomendado administrar para usar los bienes de los fallecidos en obras de reconstrucción. Buen pájaro era el tal Olavide. Al final fue perseguido y condenado por la Inquisición y tuvo que hacer las maletas e irse a Francia. No sé si la inquisitorial inquina vendría de que los fondos de las Nuevas Poblaciones eran los incautados a los jesuitas en la desamortización o, tal vez, por importar libros de dudosa doctrina y por sostener veintiséis proposiciones heréticas, tales como defender a Copérnico o por prohibir que las campanas tocaran a muerto en el imperio, pues con tantas bajas como la peste provocaba en esos momentos, se iban a abatir los ánimos de la población superviviente. ¡Qué tiempos! Tanto estas Nuevas poblaciones como la fábrica de Tabacos de Sevilla, me interesaban especialmente por ser escenario de algunos de los capítulos de mi inconclusa narración sobre el convento de San Odón de la Muela, que retomaré en cuanto tenga tiempo, interpretando a mi manera los eventos de la época ilustrada.
Pedro de Olavide también inmigró desde Perú, muerta su familia en el terremoto que destruyó Lima en 1746. La verdad es que tuvo que salir huyendo de allí lleno de deudas, cuyas culpas echaba al muerto. Y me refiero a su señor padre. También por gastarse en contruir un teatro parte de los fondos que le habían encomendado administrar para usar los bienes de los fallecidos en obras de reconstrucción. Buen pájaro era el tal Olavide. Al final fue perseguido y condenado por la Inquisición y tuvo que hacer las maletas e irse a Francia. No sé si la inquisitorial inquina vendría de que los fondos de las Nuevas Poblaciones eran los incautados a los jesuitas en la desamortización o, tal vez, por importar libros de dudosa doctrina y por sostener veintiséis proposiciones heréticas, tales como defender a Copérnico o por prohibir que las campanas tocaran a muerto en el imperio, pues con tantas bajas como la peste provocaba en esos momentos, se iban a abatir los ánimos de la población superviviente. ¡Qué tiempos! Tanto estas Nuevas poblaciones como la fábrica de Tabacos de Sevilla, me interesaban especialmente por ser escenario de algunos de los capítulos de mi inconclusa narración sobre el convento de San Odón de la Muela, que retomaré en cuanto tenga tiempo, interpretando a mi manera los eventos de la época ilustrada.