Sherry Turkle, doctora en Sociología y Psicología de la Personalidad y profesora del MIT, escribió En defensa de la conversación, en el que advierte de que los más jóvenes están perdiendo empatía al perder la capacidad de conversar. Se reemplaza el habla con el texto porque es una forma de comunicación menos demandante y menos comprometedora.
Las máquinas comienzan a controlarnos y no al revés. Construimos un yo idealizado para gustar en las redes y nos volvemos esclavos de nuestro personaje. Los teléfonos ahuyentan el aburrimiento en todo momento, porque podemos escribir mensajes compulsivamente, enviar y responder correos de trabajo las 24 horas del día y practicar el clicktivismo, que es una frivolización del activismo social basado en la creencia de que se salvan ballenas de la extinción si juntamos suficientes retuits y de que todo puede cambiar firmando una petición de change.org. Los padres le prestan más atención a sus celulares que a sus hijos, que aprenden muy temprano a refugiarse, ellos también, en las máquinas inteligentes.
La adicción a las redes sociales sumadas al uso ininterrumpido del teléfono tiene consecuencias en los patrones de sueño, en el aumento de depresión adolescente por acoso cibernético, en la intensificación del control y los celos entre las parejas, en la pérdida de tiempo productivo y en la confusión entre lo público y lo privado, que puede tener consecuencias para la vida laboral y personal.