Los seres humanos hemos esclavizado a los demás animales. Los sometemos a nuestra voluntad para utilizarlos de comida, de vestimenta, de transporte, de entretenimiento, de compañía,... Pero esta situación no se mantiene en el tiempo de forma espontánea sino que necesita un constructo ideológico que ayude a mantenerla para evitar que se vea cuestionada y asaltada por la empatía y el sentido moral (como ocurre con los niños que todavía no han asimilado los prejuicios especistas) y de ese modo surge la idea de que los seres humanos somos seres superiores que tenemos legitimidad para dominar a los demás animales.
Un ejemplo representativo de esta adoctrinación lo encontramos de la mano de la Asociación Española de Pediatría, quien aconseja a los padres que no cuenten la verdad a sus hijos sobre la procedencia de los productos de origen animal para que así no los rechacen. Se afirma que con los vegetales "no hay ningún problema" pero que con los animales hay que esperar un tiempo "hasta que el niño comprenda como funciona la naturaleza [sic]". Es decir, hasta que la cultura especista haya anulado su empatía y su sentido moral y asimile como normal la idea de que los demás animales existen para que nosotros los explotemos.
Ya desde la infancia se nos educa en la noción de que los demás animales son seres inferiores que existen en el mundo para ser utilizados por nosotros: los humanos. Pero esta idea es un prejuicio. No es un hecho; no es una verdad. Y además es una idea que contradice los principios elementales de la ética básica.
El antropocentrismo no es algo "natural", no es una idea que está inserta en nuesta mente de forma inherente, sino que es una doctrina ideológica que se difunde en nuestra cultura como paradigma moral y cuyo objetivo es cosificar a los otros animales para facilitar su explotación. De la misma manera que la cultura machista cosifica a las mujeres para que los varones las puedan dominar y someter a su voluntad.
Puede que exista una tendencia de origen biológico a agruparnos junto a los que son más semejantes a nosotros (lo cual ayudaría a explicar fenómenos como el racismo o el sexismo) pero no es natural toda la ideología que acompaña a la discriminación especista sino que es una construcción cultural que se ha ido forjando para justificar la opresión sobre los demás animales.
Cuando desde niños se nos inculcan una serie de ideas y de hábitos de conducta, luego nos resulta más difícil cuestionarlos y analizarlos con objetividad. De ese modo aceptamos como normal lo que en otras circunstancias juzgaríamos como un error o un crimen, de acuerdo a nuestro sentido moral. Si no fuera por la adoctrinación especista que recibimos a partir de la infancia en todos los niveles (familia, colegia, sociedad) no podríamos aceptar la explotación de los demás animales como algo normal. Lo demuestra el hecho de que tantísima gente rechace determinadas formas de explotación animal precisamente porque no han sido educados ni acostumbrados a ellas.
La filósofa Hanna Arendt y el psicólogo Stanley Migran han dedicado gran parte de su trabajo a estudiar de qué forma los seres humanos que no tienen una naturaleza cruel o psicópata son capaces de apoyar y participar en actividades de violencia extrema cuando se les presiona socialmente para ello. Todos poseemos una tendencia a seguir los dictados del grupo al que pertenecemos, ya sea a normas establecidas en ese grupo o a la voluntad del líder que lo dirige, y esa tendencia nos condiciona hasta el punto de anular por completo nuestra empatía natural y nuestro razonamiento moral.
Vivimos en una cultura que nos adoctrina en la creencia de que los demás animales existan para servir a nuestras necesidades y deseos. Interiorizamos totalmente esa creencia en nuestra mentalidad. Asumimos desde niños el hábito de participar en la explotación de los animales nohumanos sin apenas darnos cuenta de ello. Es por esto que cuando alguien critica la existencia de la explotación animal se le recibe a menudo como si estuviera defendiendo que respirar aire está mal.
Algunas personas alegan que no deberíamos imponer a los niños el veganismo. Mientras que al mismo tiempo esas personas inculcan sus propias creencias y hábitos a sus hijos. Aparte de esta evidente contradicción; si realmente no se quiere imponer a los niños nada más allá de lo necesario, entonces que se les cuente toda la verdad de lo que les hacemos a los animales nohumanos que explotamos, y todo lo que implica su explotación, y que los niños decidan por sí mismos a ver qué sucede.
Sin embargo, por mucho que nuestra empatía y nuestra moralidad se puedan ver reprimidas y distorsionadas por esta adoctrinación, podemos conseguir salir de ella precisamente gracias a esas mismas cualidades. Muchos de nosotros ya hemos cuestionado y desafiado esas creencias que nos dicen que está bien explotar a otros animales, que está bien ignorar que ellos son seres que sienten y que tienen emociones y sentimientos, y que está bien destruir sus intereses con el objetivo de favorecer los nuestros.
A esa oposición a considerar a los animales nohumanos como si fueran objetos y meros recursos para los humanos es lo que llamamos veganismo.