El cine de Jim Jarmush tuvo la suerte de recalar en un mundo cuyo estado mental tendía descaradamente hacia lo superficial, al descubrimiento de nuevos géneros, arquetipos y puntos de vista más allá de los heredados del cine clásico y dados por muertos en 1960. Todavía aguantaron una década, pero en cuanto sus principales directores y actores se retiraron o desaparecieron conseguimos sacárnoslos de encima. Los argumentos mínimos de Jarmush no se dejan etiquetar así como así: todo parece que fluye hacia un objetivo narrativo que no se declara o se demora sistemáticamente, un significado oculto que estallará en el momento más inesperado y obligará al espectador a reencajar las piezas que ha ido reuniendo. Pues no señor, no hay nada de eso; se trata de un suceso cotidiano y menor que pone en marcha una historia banal, con personajes mediocres y un desarrollo previsible dentro de lo previsible (aunque más de uno se resista a creer que sea así y/o necesite llegar hasta el mismísimo plano final para aceptarlo). Precisamente ahí está la clave de su indudable éxito: en que reivindica una narración hecha de mediocridades excéntricas, lo justo para mantener el interés hasta la siguiente secuencia, en la que comprobamos que hay más de lo mismo. Los argumentos de Jarmusch son una sucesión de momentos extraños, ridiculos y divertidos, siempre sobre un fondo de verosimilitud inalterable que fluye al margen de sus paranoias. A pesar de todo, tenía su público: recuerdo que Bajo el peso de la ley (Down by law) se mantuvo en cartel durante meses en el cine Casablanca de Barcelona, convirtiéndose en referencia cultural de algo que todavía no se sabía muy bien qué diablos era, pero que con el tiempo acabó cayendo del lado del cine indie.
Filmada en impecable blanco y negro, la película está protagonizada por tres actores de trayectoria y estilos completamente eclécticos: todo consiste en enfrentarlos en una serie de situaciones desarrolladas con lógica, pero meritoria y extrañamentemente prolongadas, de manera que surja el humor a base de repeticiones y absurdos verbales que se recrean en una situación sin salida argumental. Conversaciones que no llevan a ningún sitio, personajes que no evolucionan, tan sólo se deslizan por la vida, e improvosan sobre la marcha; se trata de una variante de la dilación narrativa de Tarantino, sólo que --en lugar de la tensión violenta-- se basa en la ironía y en lo grotesco (de ahí su inevitable atractivo entre audiencias jóvenes) que hizo concebir esperanzas sobre un cineasta renovador. Hasta que se cruzó Noche en la Tierra (1991) --el primer filme declaradamente global antes de la globalización-- y se vio claro que la fórmula estaba agotada; aunque para entonces sus seguidores podíamos consolarnos con la primera parte de su filmografía y dar por bueno el balance creativo.
La película se sostiene totalmente gracias a la capacidad de improvisación de sus tres protagonistas --Tom Waits, John Lurie y Roberto Begnini-- y en la habilidad para enlazar narrativamente largas escenas para que interactúen los tres. Para el espectador novato o contemporáneo, Bajo el peso de la ley (Down by law) no deja de ser una vuelta de tuerca a los filmes carcelarios sobre fugas, con el atractivo de que omite todos los tópicos del género y añade muchas cosas raras y divertidas, el retrato de un mundo absurdo donde no hay espacio para la trascendencia ni la seriedad. Exactamente como requería la estética ochentera de aquellos años.
En Bajo el peso de la ley (Down by law), como en toda la primera parte de la filmografía de Jarmusch, no hay más cera que la que se muestra: parecía que finalmente iba a ser posible un cine que expresara únicamente aquello que mostraba, que no había nada más allá de la realidad de la pantalla, sin significados ocultos, sin metáforas ni metonimias sobre la vida y el amor también. Cine en presente, sin la carga del pasado y sin complicaciones futuras. Fue bonito mientras duró.