Imagino que la longitud de cada texto venía determinada de antemano por los editores, pero precisamente por eso uno espera algo más que una declaración de intenciones o una retahíla de posibles nefastas consecuencias ante nefastos peligros. Los tres ensayos son un aviso a navegantes escritos desde el implícito convencimiento de quienes están seguros de tener la razón a pesar de todas las apariencias en contra; mientras que los lectores, gobernantes y demás agentes del mercado digital están equivocados. Cuesta aceptar puntos de vista tan poco argumentados, y más teniendo en cuenta que el usuario/consumidor de a pie ignora avisos mucho más acuciantes en temas más cercanos, como por ejemplo el cambio climático (todavía hay quien cuestiona su existencia como consecuencia de una actividad humana poco respetuosa con el medio ambiente). Si esto es así qué caso harán en temas mucho abstractos, llenos de jerga neotécnica. Con las pocas ganas de leer que hay ahí fuera...
Como aperitivo, Brey propone una curiosa teoría de la historia en la que la variable informacional es el único elemento que cuenta:
1. Aparición del lenguaje
2. Aparición de la escritura
3. Aparición de la imprenta
4. Aparición de los medios de comunicación y de la cultura de masas
Un poco tendenciosamente simplificador ¿no? Para un consultor como Brey, es lógico que acontecimientos tales como la agricultura, las guerras de religión, la revoluciones sociales, las ideologías, los inventos, los descubrimientos y demás imprevistos sean meras fruslerías que en nada afectan a la evolución humana en la Tierra («rugosidades y ecos» las denomina). No es que carezca de coherencia interna, ni de utilidad para su razonamiento posterior, pero sobraba ese reduccionismo de toda la historia a un simple flujo informativo.
Sobre los ensayos, sus hilos argumentales resultan de sentido común: para Brey el crecimiento exponencial de la información nos provoca parálisis y rechazo ante la evidencia de no poder atenderla debidamente. Preferimos lo sencillo, la satifacción inmediata, y por eso --en la práctica-- nos volvemos más ignorantes. Brey olvida que no todo el mundo está igualmente capacitado --ni siquiera con la tecnología más moderna-- para hacer un uso avanzado de la información. La Sociedad del Conocimiento a la que aspira (como la gran mayoría de expertos) es una utopía (inalcanzable por definición), una meta siempre virtual que sirva de acicate para conseguir mejoras parciales. La Sociedad del Conocimiento nunca podrá encarnarse en una realidad sociohistórica. Que los poderes públicos, los agentes del mercado, la comunidad científica, la incorporen a su actividad es una tendencia deseable; pero a la inmensa mayoría de usuarios/consumidores les basta con el entretenimiento.
Mayos, por su parte, hace una recapitulación de las obviedades anteriores (es el único que cita a los otros dos), disponiendo los mismos conceptos de otra manera para que destaquen aún más: crecimiento «malthusiano» de la información, aumento del poder de los expertos y desinterés de la mayoría por todo lo que no sea descargar, gratis y sexo. Su principal preocupación es que la incultura generalizada que amenaza a la población empobrezca nuestras democracias, como si la baja calidad democrática que padecemos hace tiempo fuera una mala digestión de las tecnologías digitales, en lugar de una pauta visible desde mucho antes de la eclosión del fenómeno digital: abtencionismo electoral creciente, partidos políticos organizados de forma dictatorial, abandono de discursos accesibles, pérdida de vista de los problemas cotidianos, corrupción... ¿Hace falta que siga?. No, señor Mayos, tras el crecimiento exponencial de la información (es cierto, en su mayoría inútil y/o errónea) se encuentra el acceso del usuario/consumidor a los mismos canales de distribución informativa de los que antes gozaba en exclusiva la élite intelectual (hoy invadida por recién llegados sin prestigio) que se escandaliza ante el espectáculo indecente de la dilapidación de la información.
Recapitulemos: la información es la mercancía que manejan los consultores, asesores, gurús, expertos y demás tecnócratas, así que en sus reflexiones y teorías necesitan valorizarla al máximo para venderla a buen precio. Si la información abunda en exceso se devalúa su cotización en el mercado, y por eso están acojonados ante la posibilidad de que cualquiera pueda fabricarla. Buenos conocedores de los entresijos de la teoría de la escasez económica, no les precocupa la calidad, porque eso no influye en el valor final, sino la cantidad. Y por la misma razón, el momento actual --rebosante de una confianza ilimitada en las posibilidades de negocio de las novedades tecnológicas-- siempre lo describen como la culminación de un proceso que derivará (si les hacemos caso como expertos que son) en una nueva Edad de Oro de la Humanidad en la que la tecnología se pondrá al servicio de nuestras vidas para hacerlas más felices. Me sorprende esa tendencia --en personas tan doctas, políglotas y leídas-- a dejarse llevar por un estilo tan trascendente (y apocalíptico en ocasiones) cuando podrían ofrecer datos y tendencias estadísticas. Igual que se toman tantas molestias en poner límites en sus presentaciones de proyectos, llenos de cláusulas y contextos de validación, ¿no podrían hacer lo mismo con sus predicciones? ¿No podrían ser un poco más amenos y un poco menos agoreros?