Esta historia me ha recordado mucho a la película Titanic, de James Cameron: pasajero de primera clase que se enamora del pasajero de tercera, un collar de por medio, el transatlántico… La única diferencia potente entre ambos relatos es que Leonardo DiCaprio tenía menos pelo que Alec y no andaba a cuatro patas (por eso de que Alec es un hombre lobo). A pesar de esto, el planteamiento de Aguas oscuras parecía prometedor, desafortunadamente su ritmo extraño y los intentos de la autora por meter temas serios en una trama que no es capaz de sostenerlos, sólo sirven para hundir la novela junto con el barco. El romance entre Tess y Alec se desarrolla en cuestión de horas. Él es demasiado perfecto, ella es demasiado perfecta, su relación es demasiado perfecta. Hasta los malos son “perfectos”: uno de ellos, Dimitri, comienza como villano en condiciones, pero se desinfla por momentos y termina resultando cansino. Y lo que podría haber sido el punto fuerte de la novela, el asunto de la Hermandad (el poder supremo en el mundo de los hombres lobo, que tiene bajo su control a medio mundo), pasa por el libro sin pena ni gloria, totalmente desaprovechado. Por otra parte, si bien a lo largo de la lectura no es difícil olvidarse de que todo sucede en el Titanic, al menos sí son reseñables los detalles sobre el barco que ofrece Gray: aparecen, por ejemplo, muchos personajes inspirados en pasajeros reales, desde el capitán Smith, pasando por Benjamin Guggenheim, John Jacob Astor y el señor Andrews, hasta el constructor de la nave. Pero al final todo se queda en un intento, porque la sombra de la historia real, de lo que verdaderamente sucedió en el Titanic, es mucho más interesante que todo el libro.
Aparentemente Aguas oscuras es una novela autoconclusiva, pero por cómo termina y por todos los cabos que quedan sueltos, me da la sensación de que bien podría ser el comienzo de una nueva saga de Claudia Gray… y me temo que no estoy muy segura de querer leer más.