Ajuste de recursos por limitación

Por Jagonzalez

La utilización de los recursos es un tema actual. Entendemos que el interés creciente, a veces impetuoso, por la gestión se debe al momento de estrechez dineraria de estos tiempos. El uso eficiente y adecuado no debería ligarse a este contexto aunque, aprovechando la coyuntura, sí se debería hacer un esfuerzo para consagrarlo como una de las máximas del sistema sanitario público.

No abogamos por la restricción indiscriminada en materia sanitaria. Es más, habría que reconsiderar la gasto en otras partidas dependientes de las Administraciones mucho antes de abordarlo en este asunto. Sin embargo, la falta de diligencia en la gestión de los fondos destinados a sanidad bien podría, como en otros ámbitos, haber participado en el desencadenamiento de la situación actual. Por ello, y puestos a recortar, lo que ha de hacerse primero es conicer si, con los recursos diponibles, se hace una disposición basada en criterios de eficacia y eficiencia. Sin olvidar que estamos hablando de salud, donde los aspectos sociales y psicológicos, humanos en general, juegan un papel junto con los puramente económicos.

La fisioterapia es un apéndice minúsculo en relación con las dimensiones del sistema sanitario público. Su gestión no tendría entonces unas repercusiones relevantes en términos de gasto y ahorro. Sin embargo, sí que padece, como el resto, los envites de la  nueva política económica (disminución de recursos materiales, disminución o eliminación de nuevas contrataciones, cierre de unidades y servicios, abandono de nuevas iniciativas de asistencia y/o investigación, etc.). En todo caso, todas la ideas que promuevan la mejora en el uso de los recursos disponibles habrían de ser consideradas. La pena es que, como dijimos, no sea esta la norma en ausencia de crisis.

Otra vez rescatamos un concepto presente muy a menudo en el ámbito de los cuidados paliativos: la limitación del esfuerzo terapéutico (LET). Esta se puede definir como la exclusión explícita o la retirada de medidas terapéuticas al constatarse que no producen un beneficio para el paciente. Muy relacionada está entonces la futilidad de una intervención, tando desde el punto de vista objetivo como subjetivo (en relación con las expectativas y valoraciones del propio paciente). Así pues, cabe interrogarse sobre si, para mejorar la utilización de la fisioterapia, no sería más útil la renuncia a la misma, al menos en los términos en los que fue propuesta inicialmente. Cualquier fisioterapia debiera responder con cierta claridad a estas cuestiones: ¿cual es el objetivo de la intervención?, ¿es este factible? y ¿son proporcionados los medios empleados (en cuanto al coste, requerimientos al paciente y/o familia, etc.)? Es fácilmente constatable, al menos para los ejercientes de la fisioterapia pública, que mucha de la práctica cotidiana no da respuesta, o ni siquiera lo intenta, a esas cuestiones. La aceptación de la ausencia de progresión, de la posibilidad de secuelas, de la escasa o nula eficacia de ciertas técnicas, del coste desproporcionado (en términos económicos, laborales, sociales) que supone la asistencia a sesiones de fisioterapia, etc. debería llevar a corregir estas situaciones. Ello implica que los gestores cercanos y distantes de la fisioterapia deberían conocer este estado de cosas y que los fisioterapeutas deberían responsabilizarse más en la detección y comunicación de estos casos. Pero, la cuestión central es que, dadas esas condiciones previas, los fisioterapeutas, como responsables de su tratamiento, vean reconocido su criterio y competencia en la decisión de instaurar o cesar en su intervención, en pacto con el paciente y/o familia.

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