Las más antiguas escalas en la evaluación del estrés familiar empleaban muy pocos items, que se centraban, además, en los problemas familiares y desatendían otras muchas variables implicadas en el estrés. Una excepción a esto fue la escala de Hill (Adjustement to Reunion Score, 1949). Los datos obtenidos a través de este instrumento contribuyeron a establecer el modelo ABC-X de estrés familiar, el cual ha servido como fundamento de otras formulaciones más recientes y a ampliar el ámbito de investigación en esta materia. Instrumentos diseñados con posterioridad, se refieren a medidas genéricas de conceptos relacionados con el estrés (recursos de afrontamiento, riñas o peleas, eventos traumáticos, circunstancias cambiantes, etc.) es decir, fuentes generadoras de estrés, pero que no evalúan en sí mismo el estrés. La evaluación del estrés se realiza a través de alguna de sus manifestaciones externas o internas, observadas por quienes las sufren. Los procesos que por lo general, suelen evaluarse son los siguientes: la angustia, las relaciones tensas, los roles fuertes, las riñas diarias, los eventos vitales, los cambios bruscos y las estrategias y recursos de afrontamiento del estrés.
Uno de los principios básicos de que aquí se parte es que las familias que experimentan varios estresores es más probable, que a lo largo del tiempo, hagan crisis (Hill, 1949; McCubbin y Patterson, 1983ab). Según Burr (1973) las crisis se producen cuando cambian las reglas, los roles y las relaciones familiares. Aún sabiendo esto puede afirmarse que aquí no se dispone de medidas de las crisis familiares.
El concepto estresor es un concepto multidimensional, que es definido en función de varias características relevantes. Los estresores incluyen eventos discretos de la vida, series de eventos (transiciones), tensiones crónicas y riñas diarias (Pearlin y Schooler, 1978: 470).
Estas experiencias tienen el efecto potencial de suscitar cambios en el sistema familiar (McCubbin y col., 1980), que puede ser normativo o no. Dado que un componente principal de los estresores es el conjunto de cambios vivido por los miembros de la familia, es importante destacar cuáles son las principales dimensiones de ese cambio: la intensidad del cambio y la valencia percibida (positividad, negatividad), y lo son por su elevada atención en la reciente literatura sobre el estrés familiar.
Uno de los principales problemas que presenta la evaluación de los estresores es el modo de distinguir los aspecto externos y objetivos de los estresores de las respuestas y manifestaciones internas o subjetivas (Dohrenwend y Shrout, 1985; Reiss y Oliveri, 1980). Otro importante problema es la evaluación de los estresores familiares, en lugar de los individuales. El inventario Family Inventory of Life Events (McCubbin y Patterson, 1987) es, en nuestra opinión, la única escala que se dirige adecuadamente el apresamiento de los estresores familiares. En este instrumento, las personas pueden responder basándose solamente en su propia experiencia o teniendo en cuenta también las experiencias de cualquier otro miembro de la familia. Esta última posibilidad se atiene más rigurosamente a la evaluación de los estresores del sistema familiar que a la propia experiencia familiar.
Los recursos manifiestan, ciertamente, la capacidad de que está dotado el sistema para prevenir el cambio que probablemente suscite una crisis en el sistema familiar (Burr, 1973; McCubbin y Patterson, 1983). Los recursos se distinguen de las estrategias de afrontamiento, en que los primeros designan lo que la familia es o tiene, mientras que las estrategias de afrontamiento refieren lo que hace (adaptado de Pearlin y Schooler, 1978). Los recursos incluyen los personales de cada miembro de la familia, los internos del propio sistema familiar y los que provienen del soporte social. Los recursos específicos son aquéllos que están sólo potencialmente disponibles para los miembros de la familia, durante las situaciones estresantes. Los miembros de la familia eligen emplear aquellos recursos que les son asequibles en un determinado momento, en función de cuáles sean sus percepciones relativas a su asequibilidad y utilidad. Por tanto, es importante reconocer qué recursos son característicos de una persona, familia o situación (Gross, Crandall y Knoll, 1980). Además, un recurso puede ser útil en relación a ciertos cambios y personas, y ser, en cambio, un obstáculo para otras. De aquí la necesidad de evaluar qué recursos son eficaces o no. La eficacia de los recursos del sistema familiar puede ser evaluada a través de ciertas escalas, así como correlacionando el uso que se hace de ellos respecto de algunas medidas relativas a los resultados obtenidos. (Menaghan, 1983).
Los recursos del sistema familiar han sido con mucho el principal objetivo de investigación en el ámbito del estrés familiar (Moos, 1984). Recursos como la cohesión y la adaptación familiar han sido puestos de relieve en investigaciones relativas a la vulnerabilidad diferencia de las familias, respecto de diversos estresores (Olson y McCubbin, 1982; Walker, 1985). Una reciente tendencia es el empleo de tipologías familiares (16 tipos de familias), en función de los recursos de que disponga el sistema familiar (conceptualizados como dimensiones del funcionamiento familiar, en la sección anterior). El empleo de los tipos de familia, como indicadores de los recursos familiares, ha supuesto un significativo avance en el estudio del estrés familiar.
En cuanto a las estrategias de afrontamiento, éstas constituyen también un concepto multidimensional en el que se incluyen muy diversas estrategias cognitivas, conductuales y emocionales para prevenir, aliviar o responder a las demandas de los estresores (McCubbin, y Patterson, 1983b; Moos, 1984). Pearlin y Schooler (1978) y Moos (1984) han tratado de esclarecer lo que subyace en este concepto. Las estrategias de afrontamiento cognitivas suelen emplearse para apreciar, valorar, definir y/o redefinir el significado de la situación. Las estrategias de afrontamiento comportamentales son respuestas que emiten las personas para tratar de modificar o eliminar la fuente de estrés o bien para afrontar las consecuencias de un problema inevitable, cuya solución no debe demorarse. Por último, las estrategias emocionales de afrontamiento intentan conducir los afectos desencadenados por las situaciones estresantes, para que no resulten nocivos a quienes lo experimentan.
Aunque los recursos se emplean en los procesos de afrontamiento, conviene distinguir entre éstos y las respuestas de afrontamiento (Pearlin y Schooler, 1978), por constituir dos respuestas diferentes, que, además, tienen una diversa dinámica. La eficacia del afrontamiento puede evaluarse a través de escalas en que se explora la efectividad percibida por la persona, así como por los cambios que generan en ciertas variables como la adaptación y el bienestar (Menaghan, 1983). Desde un punto de vista teórico, las estrategias de afrontamiento pueden afectar directa o indirectamente a la adaptación (o bienestar), ampliando los efectos de las demandas/estresores en estas variables y en sus resultados (Voydanoff y Donnelly, 1985). Y en definitiva, la medida de los estrategias de afrontamiento puede realizarse a través de conductas o a través de patrones/estrategias (*).
En cuanto a la adaptación, (que no debería ser confundida con la adaptabilidad) forma el constructo principal en los modelos Double ABC-X y Family Adjustment and Adaptation Response, relativos al estrés familiar. Su rango de variabilidad va de la buena a la mala adaptación (McCubbin y Patterson, 1983a, 1983b).
La adaptación se ha definido como «un ajuste a dos niveles: entre los miembros familiares y la unidad familiar, y entre la unidad familiar y la comunidad» (Lavee y McCubbin, 1985, pág. 1; citado en Antonovski y Sourani, 1988) con excepción de la medida de adaptación familiar desarrollada por Antonovski y Sourani (1988), la mayoría de los autores han considerado la adaptación en función del bienestar, más que como ajuste al ambiente (Buehler, Hogan, Robinson, Levy, 1985-1986; Lavee, McCubbin y Olson, 1987; Lavee, McCubbin y Patterson, 1985; Voydanoff y Donnelly, 1985).(*) 90 Wolf, Weinraub y Haimo (Weinraub y Wolf, 1983) elaboraron la escala Social Network Form (SNF) para evaluar las características de las redes y soportes sociales de los padres. McCubbin, Olson y Larsen (1987), con las Family Crisis Orientated Personal Evaluation Scales (F-COPES), intentaron evaluar el uso que la familia hace de sí misma y de otro tipo de recursos en el afrontamiento a las crisis familiares. McCubbin (1987) elaboró el Coping Health Inventory For Parents (CHIP) para evaluar los procedimientos empleados por los padres para afrontar las enfermedades graves padecidas por uno o varios de sus hijos. Un último ejemplo de lo que aquí se afirma, es la escala de Zimmerman (1986), que evalúa el estrés familiar y los mecanismos de afrontamiento, en el caso de que la familia sea el principal cuidador de una persona mayor, con problemas físicos, lo que se lleva a cabo a través de la escala Adult Day Care: Its Coping Effects for Families of Primary Caregivers of Elderly Disabled Persons.