Muchas personas cuando estamos frente a un público tenemos la tentación de olvidarnos del público, de sus necesidades e intereses, aunque parezca extraño es una verdad que se repite constantemente y se debe al hecho que nos enfocamos en la disertación, o nos domina el miedo escénico, obviando el lenguaje corporal de los asistentes.
Por esta situación, muchas conferencias pierden la calidad y el peor caso es que el orador, conferenciante o facilitador pierde al público, porque se aburren, otros se distraen y un gran número comienza a conversar entre si, con lo cual las ideas que se transmiten no tienen el efecto deseado, no se logra la tan deseada bidireccionalidad del mensaje.
Lo antes expuesto, puede obedecer a ciertas falacias que se enseñan sobre hablar en público, entre las cuales podemos citar: no mirar al público, sino que se mira al fondo del auditorio, enfocarse en las láminas de apoyo y no en el público, imaginarse al público en condiciones que nos fortalezcan la confianza (esta última podría ser considerada la HOMERICA, porque la aconsejan en un episodio de los Simpsons) o mirar a una sola persona, conocida o no, para desarrollar el tema. Es así, como al hablar en público nos olvidamos del público.