Escrita por Kristen Wiig (que también la protagoniza) y Annie Mumolo, colaboradoras habituales de Saturday Night Live, la película no se sale, en líneas generales, de los argumentos habituales del género: treintañeras --de buen ver aunque sin espectacularidades. Una elección coherente teniendo en cuenta el punto de vista de la narración-- con algunos hitos vitales todavía por concretar que sienten cómo la presión social del compromiso aumenta a medida que pasan los años y escasean los concursantes. La novedad y la originalidad, como siempre, residen en ver cómo se sale de la encrucijada: en La boda de mi mejor amiga el desencadenante es el inminente enlace de la mejor-mejor amiga, que confía a Annie (la protagonista) la organización de toda la logística de celebraciones sociales que eso implica, sin tener en cuenta que está atravesando graves dificultades económicas, familiares --su madre asiste a reuniones de alcohólicos anónimos aunque no tiene problemas con la bebida, lo hace sólo para enterarse de cotilleos jugosos-- y, por supuesto, sentimentales (mantiene una relación sin futuro con un follamigo con quien no le importaría saltar al siguiente nivel a pesar de no ser el tío de sus sueños).
Dicho así no parece que haya grandes novedades argumentales, y además refuerza uno de los tópicos del género más lamentables: la mitificación de la boda como hito culminante en la vida de toda mujer, fabricado a partir de la combinación ideal de sinceridad de sentimientos y momentos perfectos -- de indudable buen gusto y efecto deslumbrante sobre los invitados-- aparentemente naturales aunque cuidadosamente diseñados. Sin embargo, para compensar, ofrece un repertorio de caracterizaciones no inéditas pero sí al menos diferentes en cuanto a tratamiento: ausencia de actrices famosas luciendo palmito y sirviendo de gancho, caracterización de la guapa como la mala remala, reivindicación inteligente de la gorda y apoteosis de las chicas resultonas (y, a pesar de todo, delgadas) con la cabeza en su sitio. Un catálogo reveladoramente freudiano del universo estrogénico, cuyas diferencias con el contrapunto masculino (con un sólido centro de gravedad sexual) son todavía más reveladoras.
Desde un punto de vista narrativo, imagino que la cosa ofrece más alicientes (y digo imagino porque como miembro de la parte masculina de la audiencia, lo encontré chocante): el ritmo es claramente más lento que en una comedia al uso, con un tempo ralentizado que desarrolla con minuciosidad los matices que requieren los sucesivos hundimientos de Annie. Largas escenas llenas de diálogo, sin apenas gags visuales o situacionales (excepto la escena en la tienda de novias, la del vuelo a Las Vegas y el ataque de histeria en la fiesta, la mejor de todas); en cualquier caso sin llegar nunca a ese caos irreverente tan habitual en los filmes del lado masculino del género. No me parece una película desternillante, pero eso no quiere decir nada, porque cuando leí El diario de Bridget Jones (1998) me pasó lo mismo, y sin embargo a la mayoría de mujeres les pareció divertidísimo. Su principal mérito es precisamente ese, que a ellas les parecerá mucho más divertida que a nosotros.
La boda de mi mejor amiga es una producción que mantiene las señas de identidad del sello Apatow, que se viene distinguiendo del resto por su capacidad para hacer amenos argumentos que, tradicionalmente y sobre el papel, han tenido un tratamiento garrulo lleno de humor zafio y al que le suelen dar un toque más estiloso y cerebral. La película está en esa extraña zona de calidad por encima de la media cuyos méritos no logran que se la respete demasiado, al estilo de Virgen a los 40 (2005) o Supersalidos (2007). Las tres permiten pasar un rato entretenido sin pasar vergüenza ajena ni tener mala conciencia a la salida.
Estaría bien que se consolidara esta tendencia del género romántico desde un punto de vista ortodoxamente femenino: serviría para medir con exactitud la (ahora) enorme distancia que la separa los respectivos hemisferios fílmicos fabricados por cada sexo. También serviría para que, con el tiempo, ambos estilos acabaran por influenciarse mutuamente, incluso se parodiaran, hasta llegar un punto en que no distinguiéramos uno del otro. El día que eso suceda habremos llegado a una comunión de intereses en lo sentimental que da miedo pensar qué tipo de cine saldrá de ahí.
De momento, tras la aportación de La boda de mi mejor amiga, queda una cierta sensación de decepción al comprobar que a las guionistas les cuesta escapar a determinados clichés: igual que aún no existe un anuncio de tampones hecho enteramente por hombres, todavía está por hacer una comedia romántica protagonizada por una persona sin atractivo físico. Eso sí que sería una transgresión radical, puesto que ambas cosas son tabús firmemente establecidos, no ya por el género, sino por la propia industria audiovisual.
Habrá quien me acuse de ser excesivamente simplista, de aferrarme por conveniencia a los tópicos sexistas que nos diferencian. Es posible. Sin embargo, antes de argumentar en contra, asegúrate de que el problema de fondo es que no reivindico ese punto de vista más cercano a la corrección política que estás dispuesta/o a exhibir. Un planteamiento, en definitiva, que rehúya los estereotipos y defienda una igualdad teórica tan cierta como minoritaria (ahí están diarios, radios y televisiones) que poco tiene que ver con la pauta mayoritaria que describo. Es triste que el mundo funcione a base de tópicos, pero eso no impide ni deslegitima la perspectiva deformadamente personal que yo le doy.