Hace años leí que al gran poeta chileno, Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura en 1971 y una de las máximas figuras de la lírica hispanoamericana del siglo XX, le gustaba coleccionar (como a mí por cierto) conchas marinas, mascarones de proa y botellas traídas por el mar. Por lo visto le apasionaba andar y ver los mercados buscando las mejores verduras y los mejores vinos para después sentar a sus amigos alrededor de una buena mesa. De hecho, en su poesía hay muchas referencias a la comida, como la serie “Odas elementales” dedicadas al pan, a la sal, el maíz, la cebolla, el congrio, el aceite, el tomate, el limón, las patatas fritas y la alcachofa.
Aunque sus raíces se hunden en el noreste de África siendo reconocida por sus múltiples y excelentes propiedades nutricionales y medicinales.
Su nombre de una sonoridad singular, alcachofa, tiene su origen etimológico como muchas otras palabras de nuestro idioma, directamente del árabe. Concretamente de “al-kharshùf” cuya traducción vendría a ser “palo de espinas”; de hecho fue introducida en la Península Ibérica por ellos en el siglo XI
Hoy en “Mi Cocina” la ha introducido una bellísima persona, buena amiga, madre de mi yerno, ella es Reme, quien con sus propias manos ha ido recogiendo éstas “alcachofas” ecológicas de un huerto familiar situado en el propio Valle del Guadalhorce.
INGREDIENTES PARA DOS PERSONAS:
5 alcachofas, un trozo mediano de cebolla blanca dulce, dos dientes de ajo, seis granos de pimienta negra, un vaso pequeño de vino blanco fino amontillado, una hoja de laurel, medio limón, medio vaso pequeño de aceite de oliva virgen extra, dos cucharadas soperas de harina de trigo, dos vasos medianos de agua, sal y un sobre de azafrán molido (en su defecto colorante alimentario).
Lavar bien las alcachofas bajo el grifo, quitar las hojas exteriores y cortar las puntas y la base, dejando sólo los corazones. Introducirlos en un cuenco con agua y el zumo del medio limón a fin de que no ennegrezcan.