Alfred Jarry: una estética de la antiestética (II)

Por Avellanal

La apología de la “suprema ciencia” de la Patafísica se desprende del convencimiento de que la lógica y la razón sólo pueden llevar al individuo hasta cierto grado de conocimiento, para toparse entonces con una barrera infranqueable (la comprensión de la muerte); más allá de ella, la mente humana es impotente. Así Jarry denuncia la inutilidad del pensamiento humano, tildándolo de ridículo y absurdo. Rafael Cippolini, Nababo del Longevo Instituto de Altos Estudios Patafísicos de Buenos Aires, afirmó en una entrevista reciente, que no existe nada más patafísico que la actualidad: Leo en un sitio de la BBC: 1) El Parque de Thorpe, del condado de Surrey (Inglaterra), prohibió levantar los brazos a los usuarios de la montaña rusa por temor a los olores; 2) En un viaje de la compañía Egypt Air procedente de Abu Dhabi los viajantes descubrieron que uno de los pasajeros era un cocodrilo bebé; 3) En Suecia cinco mujeres violan a un desprevenido ciclista de 50 años en medio de la ruta. Las vanguardias sólo tienen un interés histórico, porque hace mucho que el mundo las digirió por completo.

El aparente infantilismo del argumento de los libros de Jarry no debe ocultar el alcance de su obra como impulsora de un alarido de rebelión que Artaud definiría más tarde como tema oficial del teatro de vanguardia. En ese sentido, la piedra de toque de esa actitud inspiradora y de su plasmación escénica fue, desde luego, Ubú Rey, que con los resultados ya conocidos (y con la escenografía a cargo nada menos que de Toulouse-Lautrec) fue estrenada en 1896. Escribió el autor: Yo quería que no bien se levantara el telón, el decorado apareciera ante el público como uno de esos espejos de los cuentos de hadas, en los cuales el villano se ve a sí mismo con cuernos de toro y cuerpo de dragón, como exageraciones de su propia naturaleza viciosa. No es nada sorprendente que el público del estreno quedara perplejo al observar su innoble reflejo, que nunca antes había sido presentado en su totalidad, hecho de la eterna imbecilidad del hombre, su eterna lubricidad, su eterna glotonería, la bajeza de sus instintos elevada al status de tiranía, la modestia, la virtud, el patriotismo y los ideales de los que han comido bien.

Para exteriorizar ese “innoble reflejo”, Jarry delineó lo que en superficie  parece apenas una ingenua fantasía infantil y una versión singular del tradicional cuento de hadas, con un rey asesinado por un grotesco y perverso usurpador, un joven y virtuoso heredero legítimo en el rol de vengador, combates librados por risibles tropas que se asemejan a soldaditos de plomo, y sucesos sobrenaturales pretendidamente aterradores que no asustan ni al infante más crédulo. Justamente por ser una obra tan simple y supuestamente tan infantil es que Ubú Rey admite, a más de un siglo de su alumbramiento, todas las interpretaciones posibles, despierta todas las complicidades imaginadas y se puede proyectar en ella lo que al lector/espectador se le plazca.

Ubú, ese personaje memorable e imborrable, esa figura mítica y caricaturesca, es el depositario y el chivo expiatorio de todo lo más bajo, innoble y bochornoso de cada lector/espectador (en algún punto me hace recordar a la drag queen Divine, que junto al director John Waters revolvieron más de un estómago). Sucio, mezquino, ingrato, cobarde y sanguinario, Ubú es el genio mismo de la estupidez humana en lo que posee de más terrorífico, y tiene asimismo el carácter jovial y campechano que con frecuencia se atribuye a la gordura excesiva. Por eso, la brutal y cáustica hipérbole del père de famille burgués, con la cabeza como un rabanito y la barriga como un globo, ha sido desentrañada como un frontal embate contra el hombre de clase media, como una violenta requisitoria contra el individualismo y el irracionalismo contemporáneo (no son pocos los que incluso han visto en Ubú una premonición –a la luz de los hechos, yo diría, edulcorada– de Adolf Hitler).

Entre 1897 y 1898, Jarry escribió Ubú cornudo, donde el protagonista ya no es rey pero continúa cometiendo tropelías y arrollando todo lo que se le pone por delante con el automatismo de un tanque dirigido por control remoto. Finalmente, en 1900 apareció Ubú encadenado, en la cual llega a Francia y con la finalidad de ser diferente en un país de hombres libres, se hace esclavo. No obstante, se hace cuesta arriba modificar de cuajo la naturaleza humana y, aunque esclavo, Ubú sigue siendo el personaje despótico y canalla de antaño. De ese modo, Ubú Rey, donde apreciábamos la abrupta caída de un régimen feudal y el establecimiento de otro de carácter fascista, y Ubú encadenado, que muestra lo que sucede cuando una insurrección voltea al tirano y establece una libertad que termina por ser tan tiránica como antes, forma un todo coherente desde el punto de vista conceptual. Y ambas obras conforman en lo estético la imagen de un genio precursor que, más allá de las posibles influencias, fue uno de los pocos primitivos  auténticos de la historia de la literatura, un caso anómalo que apareció de repente, misteriosamente cristalizado con los peculiares elementos de una personalidad única y original.