Algo se mueve en Galicia: vinos

Por Jgomezp24
Han sido sólo cuatro días los que he podido pasar en Galicia. Pero han sido intensos. Asumí de entrada que no podía hacer todo lo que quería y me concentré en unas pocas cosas, zonas, DOs, bodegas, personas, paisajes. Cierto es que, además, en comidas y cenas fue saliendo algún otro vino de DOs que, en esta ocasión, no pisé. Por supuesto, siempre vino gallego, que es lo que toca cuando uno está en Galicia, con una leve incursión en el Bierzo, que será frontera administrativa (en DOs, en provincia, en Comunidad Autónoma), pero no cultural y vitivinícola: las variedades de la Ribeira Sacra y de Valdeorras están bien presentes en el Bierzo, vamos. Y viceversa. No se tomen esto como un informe, por favor: son sólo las notas de mi Iter Gallaicum, tomadas a vuelapluma, mis impresiones al hilo de las conversaciones que iba teniendo con quienes hacen el vino y pisando los lugarse donde ese vino nace. Lo que más me interesa de este asunto. Decidí que dedicaría  mi tiempo a dos bodegas del interior, la una cercana al Sil, la otra al Miño. Y dos días de costa. Uno para una bodega de Rías Baixas. El otro, para descubrir una zona de la que no hubiera probado nada ni supiera nada. Para mí, para mi suerte, ¡eso todavía es posible en Galicia! Lo de los cañones del Sil era cosa cantada: uno que vive con pasión los costers del Priorat y las laderas del Mosela, no puede dejar de sentirse en casa en el Sil.
La DO Ribeira Sacra es la que ampara a las bodegas que se encuentran en la zona. Tenía varias alternativas (Adega Algueira, Ponte da Boga), pero al final me incliné por la que desconocía casi por completo: Bodega Régoa C.B. Son los viñedos que tenéis a vuestra izquierda en la foto superior. En la parroquia de Amandi, con pendientes que llegan al 80%, la protagonista es la viticultura heroica. Por decir algo, porque la tierra va por libre: no se puede cultivar y las cepas, relativamente jóvenes, trabajan duro y solas para romper el esquisto ferruginoso de la zona. José Mª Prieto es el alma de Régoa, la persona que con paciencia de cartujano, ha ido recomponiendo un paisaje de viñedos único en esa zona: su uva procede de un viñedo de once Ha ¡en una pieza! La bodega es joven, los vinos son jóvenes, el criterio se va construyendo a medida que José Mª aprende. Lo mejor es lo que ya nadie le puede quitar: terruño y fruta. Su mencía y su albarello (de ésta, tiene casi el monopolio en Ribeira Sacra) darán grandes vinos. De todos los que probamos, me quedo caso con el "mayor", el Régoa 2006, mal llamado básico, trabajado con una criomaceración de 48 horas, levaduras autóctonas (en pie de cuba) y unos 26 días de maceración. Es el vino que mejor me habló de esos viñedos: el amargor suave del albarello (brancellao), la suavidad del leve paso por madera de 5000 l troncocónica, el laurel, una matizada mineralidad, el deje seco del raspón. Frescor y pocos afeites. Un buen vino.
Juan González Arjones me esperaba en el concello de Crecente, parroquia de Ribeira, muy cerca del río Miño. As Furnias es su vino y su proyecto. Ha sido (¡y es!) la vida de sus padres y será la suya. Espero...Porque Juan vale, es muy joven, tiene ideas y ambición de vino y una larga tradición que proyectar hacia el futuro (las cepas de su abuela, que cuida el tío abuelo, son casi como las de la Sra. Lola, no digo más: ¡y están bien activas!). Su principal viñedo es clásico de zona de aluvión, con arena, arcilla, un fuerte componente de granito y cuarzo. Juan no cultiva la tierra. Juan tiene cubierta vegetal (que es la que la compacta) y su segadora es el rebaño de ovejas del vecino: precisión milimétrica y animal. Su marco de plantación está muy meditado: libertad para las calles, competencia para las cepas (2 x 0,8). Crecente siempre fue tierra de tintos: caíño longo, caíño da terra, brancellao, sousón, espadeiro son sus uvas. Las de su vino, el único por ahora en el mercado, As Furnias 2010. Más caíño y brancellao que sousón y espadeiro.  Juan tiene la suerte de poder trabajar el viñedo del Canda (brancellao), puro suelo de fósiles y cantos rodados, que es lo más parecido al vergel de Angeli que he visto en España.  Se considera el 100% del raspón: si es verde no entra, el resto todo para adentro. Prensa vertical. 50% del vino pasa 6 meses en barrica usada. 12,8%. Trasiega lo mínimo. No filtra. Su rasero de calidad: ¿les gusta a los paisanos? Vamos bien. Su vino tiende más a la reducción que a la oxidación. Conserva algo del carbónico de la fermentación, la fruta, el frescor: violeta, cereza, fresón, pimienta roja, laurel, vegetal sano. La tercera copa es mejor que la primera. Un vinazo para comer, para beber, para no cansarse.
Entre los viñedos y los viñerones, hubo sus pausas de cuyas comidas hablaré en otro post. Pero con las comidas, hubo también sus vinos. Y entre ellos (más allá o más acá de los de la Sra. Lola y el Finca Genoveva de Rodri: ¡no se pierdan el próximo post!), reinó el Escolma Viña de Martín 2005, de Luis Anxo  Rodríguez Vázquez. No podía ser de otra manera: fue abierto en Bagos, uno de los grandes templos de la vinofília en Galicia, como quien no quiere la cosa. Treixadura, lado, torrontés, albariño. 13%. Fermentado en barrica, con doce meses más en barrica, seis de los cuales con sus lías. 1 año en botellero antes de salir a un mercado que todavía no entiende bien que esto sea un Ribeiro (su DO). Sencillamente, es otra historia. Luis Anxo es otra historia. La de alguien que persigue la calidad y la perfeccción y vendimia y vinifica sin sacar botellas hasta que considera que llegó el momento. Este vino, con los años que ya tiene, es de otra dimensión: la de los grandes Arbois, la de algunos rieslings y chenins del Loire, ya en la estela de los grandes blancos europeos. Mieles y acidez brutal, qué contraste magnífico. Hinojo silvestre, balsámico, acetaldehído, flores algo marchitas. Brisa del mar. Un vino para la emoción y el recuerdo.
Las dos visitas marítimas estuvieron reservadas para la bodega de Rodri Méndez, Forjas del Salnés, y para la península del Morrazo. De la primera, he hablado con cierta frecuencia en este cuaderno. El día que comimos en Sabino (¡qué restaurantazo, próxima crónica: comidas!), además del Leirana Finca Genoveva, Rodri me dio a probar el mismo vino pero brisado. Cos Pes se llamará, quizás: un vino cuya uva se pisa "con los pies", que pasa dos meses con sus brisas, trabajado con gas inerte y con un toque oxidativo. Es un vino que se perfila y empieza a beber en la parte alta de la cepa y termina en la profundidad de sus raíces. Rodri tiene sus modelos para este vino, hablamos de ellos (Fontanasanta de Foradori, no les digo más), pero en mi opinión, sin barro es mucho más emocionante que los que se hacen con nosiola. También será un vino para la emoción. La península do Morrazo. Mi amigo Antonio tenía in mente llevarme a descubrir los vinos arousáns (Vinos de la Tierra de Barbanza e Iria), pero al final cambió de opinión y me introdujo en algo más desconocido, para mí por lo menos. El Morrazo, del que Antonio ha hecho una descripción que me ahorra todo. 17 paisanos, todos ellos amateurs puros, agrupados en la Asociación de Viticultores de San Martín de Bueu, con viñedos que son vergeles (literalmente: tratamientos hacen, pero cultivo, nada de nada), orientados a la ría de Pontevedra o a la de Aldán (una maravilla de paisaje, dicho sea de paso) y sobre suelos de arena con granito y cuarzo. La variedad reina es la tinta femia (caíño da terra), junto con la albariño.
Es tierra de furancheiros: esos productores hacen vino para su consumo anual (aunque algo probamos de 2010), pero lo que no beben ellos, lo sirven en sus casas, en sus furanchos (marcados para público conocimiento con una rama de laurel en esquinas y cercanía de las casas), con vasos de sidra (sic), carolinos. Estuvimos dando vueltas con Fernando "Tourón" y terminamos en casa de su madre, donde él y su cuñado, Luis, nos sirvieron una extraordinaria empanada de maíz para acompañar esos vinos. Lo dicho: tratan el viñedo, pero una vez hecha la vendimia, el mosto se convierte en vino sin ningún tipo de tratamiento (ni trasiegas ni filtraciones, nada) ni de aditivo. Son tintos, pues, con un carbónico marcado, con una acidez brutal y con un grado que apenas llega a los 11%. Son vinos cuya uva tiene un gran potencial: los viñedos no están contaminados y el perfil organoléptico de la tinta femia que probamos (compré después otra, en el Bar Fariña, que todavía estaba mejor) es sincero, franco, hermoso, incluso con unos taninos nada bastos. La albariño de Luís fue punto y aparte. Cierto que tienen la volatil algo alta (a veces al límite), pero esa fruta tiene también un potencial grande, incluso con un perfil terpénico inusual. Si leen el post de Antonio, descubrirán también viñedos en espaldera muy baja (medio metro) y plantados directamente en la arena de la playa cercana. Se trata de una tierra descuidada por los grandes productores (no hablo de tamaño, conste) de vino gallegos y a la que no es fácil acceder. Los furancheiros están muy orgullosos de sus viñedos y de su vino. Yo diría que tienen que estar más orgullososos de haber preservado un patrimonio importante y de ser los guardianos de una fruta que podría dar nuevas e inesperadas alegrías a aficionados que no puedan frecuentar sus furanchos. Esa alianza entre gentes que puedan ayudar a hacer un mejor vino en la zona y los loureiros (el otro nombre con que se les conoce en la zona), sería para no perdérsela.
Esta es una tierra de paisanos. En esta tierra, la gente siempre cuidó sus campos y sus cepas y siempre hizo vino. Muchos se fueron, sí, pero no pocos quedaron cuidando de un patrimonio de variedades y de productos que tiene un valor incalculable. De los que se quedaron, muchos siguen tal cual. Y me parece perfecto: forman parte de esta tierra y de su memoria cultural, que es también la de las recetas y sus vinos. Pero de los que quedaron, no pocos han empezado a andar con otro aire, con un ritmo y una ambición que les proyecta hacia el futuro. De algunos, he hablado hoy aquí, pero hay muchos más. Los seguiremos, los comeremos y beberemos juntos. Yo no me lo pienso perder. Porque esta tierra gallega tiene todo: castas blancas de ensueño; castas tintas frescas y fragantes; productos de primerísima calidad tanto en el mar como en el monte. Gran variedad de climas y de terruños.  Potencial de crecimiento y de viñedos y variedades por descubrir. Cocineros sensibles y muy atentos al producto de su tierra y de su mar. Y lo más importante: gente que sabe qué hacer con todo eso.
PS. Y bueno, lo siento. La pasión por el viaje, sus gentes y sus vinos me desbordó, y salió un post muy largo...Jamie Goode me va a reñir. Y todavía me falta hablar con calma de la Sra. Lola y Rodri. Y de lo que comí...
PS 2. Este post hubiera sido imposible sin los contactos, ayuda y consejos de Mariano y de Antonio. Mil gracias para ambos. Ellos demuestran, una vez más, que esto de los enoblogs va mucho más allá de la escritura.