En décadas pasadas las empresas “usaban” a los empleados como meros recursos al servicio de un proyecto empresarial. De esa época todavía arrastramos el desafortunado término “recursos humanos”. Si exceptuamos a los cargos ejecutivos, el resto de personal se consideraba de “poco valor” para el negocio. Las empresas tenían éxito o no dependiendo de los elementos tecnológicos que poseían, y no de las personas que las integraban. Por ejemplo, las compañías con la maquinaria más moderna capaz de generar importantes economías de escala eran las que triunfaban gracias a que sacaban productos de mejor calidad y a un coste asumible para el público objetivo. Quien no podía jugar en esta “división”, quedaba relegado a ser una empresa de “ir tirando”.
¿Cuál era el papel del empleado? De simple operario, un “recurso” que aportaba su conocimiento para conseguir que los procesos no se detuvieran, y poco más. Pero no hablo solo del área de operaciones de la empresa, sino que a nivel administrativo pasaba otro tanto: “recursos humanos” necesarios para el día a día de la organización.
Y en estas que llegó la “globalización”; la tecnología avanzó muchísimo y se hizo accesible a todo el mundo, las fronteras se rompieron y las empresas se abrieron a la internacionalización, al intercambio de conocimiento y recursos con otros lugares, etc. En fin, lo que todos conocemos. Estos cambios tan drásticos y repentinos afectaron a la empresa de un modo muy claro: se masificaron todos los mercados, aumentó considerablemente el número y calidad de los competidores, se igualaron las tecnologías y se perdieron buena parte de las ventajas competitivas que existían antaño.
¿Y cómo competimos ahora en un mundo en que la tecnología ya no aporta ventajas? ¿En un mundo en el que cualquier innovación es replicada, copiada o imitada en menos que canta un gallo? ¿Quién tiene ahora ventajas propias, inaccesibles para los demás? Las empresas están descubriendo que estas ventajas provienen de los “intangibles”, por ser estos más difíciles de copiar. ¡¡Las personas, su talento y su buen hacer!!, en una palabra.
El operario “programable” dejó de ser visto como un mero robot y ahora se le comienza a valorar por su capacidad para proponer ideas y aportar su talento al proceso. Pero para que esto suceda, es imprescindible que tenga razones para hacerlo. Vamos, ¡¡que esté motivado!!
Y aquí quería llegar. El creciente interés por encontrar el camino más exitoso para motivar al personal de las organizaciones se explica por la dependencia que las empresas tienen del talento de sus empleados: gracias a él podrán sobrevivir en un mercado cada vez más igualado y competitivo. Ahora las compañías se ven en la necesidad de “destapar el buen vino” que durante años arrinconaron en sus bodegas, dejando que se llenara de polvo y suciedad.
No es tarea fácil y para colmo los directivos no andan muy sobrados de ideas. De ahí que se busque desesperadamente la fórmula mágica para cambiar tantos paradigmas arcaicos de dirección.
Auguro un buen futuro para las personas con talento. Poco a poco las organizaciones irán reconociéndoles su valía y premiando su capacidad. Es cuestión de tiempo. Primero hace falta que superemos este tremendo bache económico que estamos atravesando y después, todos (los empresarios y los empleados), tendremos que olvidar viejos rencores derivados del maltrato recíproco al que nos sometimos durante años (¡¡décadas!!) Aquellas empresas que sean capaces de hacer esta transición, encuentren fórmulas de motivación y recompensa adecuadas y erradiquen para siempre la palabra “recurso humano”, tendrán ante sí un panorama bastante exitoso. Las personas le ayudarán a ello.
Repito: es mi teoría.
Un abrazo