Hasta hace cuatro días Santiago Calatrava era el orgullo de la profesión, el objeto de deseo de los alcaldes, el yerno perfecto, el mago de la forma, el artista genial.
Era el gran arquitectingenierescultor del mundo. El megaestrella de las estrellas. El alfa y el omega.
¡Guau! ¡Cómo era! ¡Qué tío!
Y ahora, como por ensalmo, ha pasado a ser un apestado, el peor arquitecto del mundo, el ingeniero