Han pasado los años y su conclusión es clara: nosotros somos payeses, nosotros trabajamos la tierra de la forma más respetuosa y, después, la cepa ya responderá. Y está empezando a hablar de nuevo, la cepa. Vaya si lo hace. Tener la certificación ecológica y biodinámica (Deméter) era una condición necesaria para ellos (para que los mercados les identifiquen correctamente), pero no era suficiente. Su reflexión necesitaba elementos variados. Los que pertenecen a la tierra, los primeros. Sin ellos nada nuevo ni auténtico existe: compost de oveja y vegetal preparado por ellos con la ayuda de Jordi Querol (también los distintos preparados biodinámicos); arar sólo lo imprescindible; azufre en polvo ecológico. Buscan la esencia de sus terruños, bien distintos, terrenos muy sedimentarios, con PH neutros, lechos de rio, cantos rodados, mucha arena, poca arcilla, zonas con óxido de hierro. Vendimian cada parcela para vinificarla por separado. Replantan y se concentran en las variedades mejor adaptadas a la tierra, además.
Y también, claro, las cosas que pertenecen al trabajo en bodega: menos madera, más usada, más cemento (en 2012 casi al 50%), empiezan con el raspón, con otro tipo de maceraciones. Altaroses 2011 es, para mí, el anuncio de que las cosas están cambiando: no han llegado donde quieren, entre otras cosas (buenas) porque no saben dónde está ese lugar. Pero esta garnacha fina, del viñedo del mismo nombre, suelo de aluvión y cantos rodados, orientado al norte, nos habla (con 14% en 2011) de fermentaciones malolácticas en hormigón, de estabilizaciones naturales (mínima parte en maderas de tercer año), sin filtraciones, habla de los aromas de la fermentación, de la emoción de esos olores en la bodega, de mucha fruta y volúmenes, esfericidad y agilidad, frescura pero con cuerpo, mucha mora madura recién cogida (ese aroma de la zarza todavía en las manos), cereza picota, brezo. Es un vino con curvas, meandros del Ebro hechos fruta hechos vino. Pero hay más, ya en 2012: Bugader 2012, sin syrah, con garnacha del Pla de Pere Anton, se me antojó agua perfumada de uva y tierra, una delicia, fragancia muy agradable y buqué de primavera. Esto no es un vino, son grosellas, violetas y tierra arenosa, cristalino y limpio, en una botella. Sin más. La carinyena del Hostal. Veremos dónde va, pero estad atentos: es un vino antiguo, el viñedo lo da todo y no hacen falta extracciones. Pedernal puro y duro, mineral que enamora, concentración natural, estilete del fondo de la tierra, con el punto de brezo y locura que le gustaban a Baco- Posgusto que te deja catatónico.
La voz y los ojos de Joan y Josep d'Anguera brillan, sí, de otra manera. 2012 es la vendimia de la inflexión: han empezado a desaprender con rapidez, a deshacer camino para empezar otro nuevo, siguiendo la intuición, es decir, la observación. Son valientes y lo tienen claro: sus nuevos vinos están empezando a seguirles. Yo, disfrutando de nuevo con ellos y esperando con ilusión ver dónde me llevarán. Y vaya, me salió algo largo el texto, pero estos jóvenes se lo merecen, caramba.