Una descripción clásica por su riqueza es la de Dupré, correspondiente a este tipo de alucinaciones, las llamadas alucinaciones cenestopáticas (también denominadas alucinaciones viscerales):
" Los enfermos se quejan de sentir en diferentes partes del cuerpo sentimientos anormales de carácter más penoso y molesto que doloroso, cuya naturaleza insólita los desconcierta y cuya persistencia los inquieta. Se trata de sensaciones extrañas, a menudo indefinibles y descritas por los pacientes con un gran lujo de imágenes y comparaciones. Los órganos son estrechados, alargados, aplastados, inflados, desecados, dados vuelta, desplazados, modificados en su forma, en su temperatura, su peso, sus secreciones, su movilidad o su fijeza. Son mantenidos y comprimidos por pinzas, ataduras, apliques, tenazas, etc. Cuerpos extraños se interponen, gases se insinúan, corrientes circulan, vibran excitaciones, crujidos estallan, chisporroteos, etc. Se sienten estiramientos, movimientos, dislocaciones. A estas penosas sensaciones se agregan otros malestares de naturaleza más vaga y que los pacientes designan por el término de parálisis, de congestión, de anemia, de muerte, de podredumbre, de carie, de estado de trastorno, etc. Para dar cuenta del asiento y naturaleza de sus sensaciones, los pacientes se entregan a una mímica donde domina la expresión ansiosa y gesticulante del rostro y la repetición de actitudes y gestos."
Como acotaba Ey, estas vivencias hacen de la enfermedad no sólo un objeto heterogéneo al cuerpo sino también un ser animado o monstruoso que devora el cuerpo y la salud.
Las alucinaciones son, por excelencia, uno de los síntomas psicopatológicos más difícilmente comprensibles e intuíbles por el común de personas sanas y no son excepción a ello los mismos profesionales de la salud. Suele asumirse que las alucinaciones son símiles de objetos imaginados o representados en la mente, o fantasías que el mismo alucinado fabrica y confunde o exagera, o qu eel enfermo podría desbaratar con la sola fuerza de su voluntad.
Inclusive una errónea perspectiva del fenómeno alucinatorio contribuye, como Sims señala, al pobre entendimiento de este síntoma y su estigmatización como patrimonio de la locura, de enajenación: “Existe una idea equivocada y generalizada de que “oír voces” supone necesariamente tener alucinaciones auditivas y que esto, a su vez, supone, una enfermedad mental grave como esquizofrenia. Esta noción es simplista: las personas sanas y aquellas sin psicosis describen y no infrecuentemente el 'oír voces'.”
Existe el reto de incorporar en el conocimiento médico no especializado en psiquiatría la sensibilización hacia el problema de la alucinación, más allá del positivismo rampante