Por María Arranz
Ya sabemos que el mundo es un lugar complejo e inabarcable, imposible de reflejar en una sola fotografía o en un único dibujo. Pero también es cierto que, en ocasiones, una pequeña parte nos vale para comprender el todo.
Amaia Arrazola expone en Miscelänea para demostrarnos que, de vez en cuando, el mundo sí puede plegar toda su enormidad y hacerse muy pequeño, reducirse a una sencilla escena y caber en un trozo de papel, en el reverso de un billete de tren o en una servilleta de bar. Porque a veces, el mundo podría resumirse en un fotograma de la última película que viste, en la conversación entre dos señoras en un banco del parque, en la mirada perdida de la chica que iba sentada frente a ti esta mañana en el metro, en una tarde de lluvia sin salir de casa o en el viaje que hiciste el verano pasado.
Como recién llegada a Barcelona, Amaia decidió plasmar siete meses de su vida haciendo un dibujo diario, retratando así a la gente, los objetos y las escenas que han ido construyendo su día a día durante todo este tiempo. Una colección de pequeños detalles que seguramente no encontrarás en las postales, pero que uno a uno van sumando y sumando hasta construir el puzzle mental que todos nos hacemos cuando llegamos a un sitio nuevo y tratamos de empezar a llamarlo hogar.
Barcelona, Madrid, el País Vasco o Marruecos son algunas de las paradas en las que se detienen sus ilustraciones, más de doscientos dibujos en diferentes tamaños y soportes que prácticamente han hecho desaparecer el blanco de las paredes de Miscelänea.
“Amaia was here”. Y esperemos que se quede durante mucho tiempo.