Bienvenido el Dr. Anderson al mundo de la realidad de un sistema escolar deficitario… pero eso no vamos a resolverlo con pastillas.
El fármaco de moda es Adderall, una combinación de dextroamfetamina en cuatro formas (sulfato, sacarato, aspartato y amfetamina racémica) en cantidades iguales en cápsulas de 5 mg, 10 mg, 15 mg, 20 mg, 25 mg, 30 mg y dos presentaciones, una de absorción rápida y otra de liberación lenta (XR). La farmacodinámica incide en la inhibición de la recapación de la noradrenaliana y la dopamina. Básicamente es un estimulante del Sistema Nervioso Central.
En el informe de Wikipedia, bastante completo y con más de setenta referencias, se resalta su empleo para mejorar el rendimiento escolar. Así se usa en muchas universidades por parte de los alumnos y se comenta que”…entre los más competitivos…” Es el “doping” en las carreras universitarias.
Nada nuevo bajo el sol. Quien esto escribe puede testificar que las dos formas comercializadas de amfetaminas en España en los años 60 del siglo pasado “Simpatina” y “Centramina” se usaban profusamente entre los estudiantes de la Universidad de Barcelona. Incluso de la imagen del representante comercial de los Laboratorios Miquel, fabricante de “Centramina” y que tenía su sede en la misma calle Casanovas tres manzanas más abajo, con su cartera ofreciendo muestras a quien quisiera en el hall de la facultad de Medicina. En el prospecto de la “Simpatina” se decía que se recomendaba su uso a “…militares, policías y transportistas…” con jornadas laborables extensas y que necesitaban mantenerse despiertos (sic!).
Si el Dr. Anderson utilizó (quizá) amfetas para estudiarse la Patología quirúrgica de 4º año (un “hueso” clásico), nadie debe sorprenderse que haga un salto en el aire y se lo acabe recomendando a los chiquillos que no pasan curso en las escuelas del barrio norte de Atlanta. pero hay otros facultativos que opinan algo parecido, como se relata en el mencionado artículo.
Bueno, bueno, bueno…Ya falta poco para que alcancemos el mundo feliz de Aldous Huxley que administraba a todo quisque una dosis de “soma” para ir tirando….
Hay que extremar la profesionalidad. Los diagnósticos médicos deben ser precisos, peró aún más los diagnósticos psicosociales de los problemas que tienen los niños. Y los diagnósticos correctos y responsables deben promover el empleo de recursos terapéuticos eficaces. A partir de ahí los criterios deben, por lo menos, que ser contrastados, y los resultados evaluados objetivamente. Y pensar sobre todo en el bien de los niños.
X. Allué (Editor)