Mi tío Manolo que es el más filósofo de mis tíos, aunque no sea doctor en la materia como otros, sino que trabaja en Correos, siempre dice que cuando me ve es como si hubiésemos estado de cervezas el día anterior. Claro que eso sucede una vez cada tres años, más o menos y suele ser en el escenario de la BBC, es decir, boda, bautizo o comunión familiar.
Esta enseñanza de mi tío filósofo/correo la vengo yo observando desde hace años, pero me la topé de golpe hace ahora dos meses y medio en la cena que organizamos para reencontrarnos varios compañeros del colegio. Llevaba muchos años sin encontrarme con Andrés, Ricardo o María, los íntimos de aquellos años de adolescencia, pero parecía que nos hubiésemos estado en contacto durante todo ese enorme período de tiempo.
Fue una noche larga y excitante. Remembranzas de aventuras juveniles, perfiles de compañeros ausentes y escenas de lo sucedido en el largo camino hasta llegar allí. Más bien hasta regresar de nuevo a Granada en una noche de mayo, fresca y contumaz como la vida que pretendía ser y no quise que fuera.
La cuestión es que cuando me despedí de Andrés y vi que llevaba la última recopilación de Jimmy Hendrix en el coche, de lo primero que me acordé fue de mi tío filósofo/correo y de sus sabias palabras. Era como si hubiésemos estado de cervezas el día anterior. Desde aquella noche de tapas y gin-tonic no he vuelto a saber de Andrés. Pero tengo claro que si nos volvemos a encontrar, será como si el tiempo se hubiese detenido y continuaremos la conversación inconclusa.
Indagando yo en ese pensamiento sobre la amistad, me doy cuenta de lo complejo que resulta, a estas alturas de la vida, forjar amistades como aquellas. Por mucho tiempo que uno pase trabando una relación, pareciera como que todo empieza de nuevo al día siguiente. El esfuerzo resulta ímprobo y se nos hace cuesta arriba lo que con nuestros amigos de siempre era fluidez.
Podríamos pensar que el tiempo compartido con aquellos compañeros de adolescencia fue muy amplio, pero aún mayor fue el que transcurrió desde que nos vimos por última vez. Lo cual me lleva a pensar que ahora, por uno u otro motivo la amistad es más cara, toda vez que arrastramos todo tipo de complejos, carencias y necesidades, amén de alguna que otra hipoteca.
Con la edad la amistad se complica. Quizá porque aplicamos nuestra coraza para defender nuestras intimidades y nuestros no pocos miedos. Los cuales en nuestra juventud no eran un lastre, sino más bien una forma de vida que nos unía a los que nos acompañaban en ese momento de nuestro tránsito por la existencia.
En definitiva, una reflexión ampliada de aquella que me cedió mi tío el empleado de estafeta de Correos que resultó ser más filósofo que cualquiera de nosotros. Un pensamiento de esos que a uno se le ocurren en el aeropuerto, después de una larga noche de amistad y alcohol y que no ha sido capaz de escribir hasta que el alma aprieta… pero no ahoga.