Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, / Venas que humor a tanto fuego han dado, / Médulas que han gloriosamente ardido, / Su cuerpo dejará, no su cuidado; / Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado.
Tal vez para confirmar la clarividencia del poeta, en febrero del 2007 un grupo de arqueólogos italianos encontró en un barrio de Mantua los esqueletos de un hombre y una mujer "muy jóvenes", que vivieron en el período neolítico (hace alrededor de seis mil años), unidos en un abrazo eterno.
Premonitoriamente, unos años antes del hallazgo el extraordinario y personalísimo pintor polaco Zdzislaw Beksinzki, fallecido en febrero de 2005, pintó una versión del amor eterno que podría ser vista como una recreación del abrazo de los amantes de Mantua, una escena que, sin embargo, Bekzinzki nunca llegó a conocer.
La sospecha de que tanto Quevedo como Bekzinzki percibieron la esencia de aquella remota y perdida historia de amor, cuyos detalles nunca llegaremos a conocer, deja una pregunta flotando en el aire:
¿Perdurará algún vestigio de la invisible fiebre del amor en nuestros huesos y nuestras cenizas?