Amor en Ciudad Vilas

Por Anxo @anxocarracedo

Polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo.

Imaginaos una ciudad donde el presidente de la comunidad autónoma no alumbrase vuestro camino con la potente luz de su discurso de Año Nuevo. Imaginaos una ciudad donde las mujeres añosas no ofrecieran sus criaturas a las cámaras como trofeos pixelados. Imaginaos una ciudad donde los padres añosos no aparcasen en doble fila delante de las farmacias. ¿Quién quiere una ciudad así? Vosotros haced lo que os dé la gana, pero yo prefiero darme un paseo por Ciudad Vilas.

En Ciudad Vilas hay crímenes contra la humanidad y hoteles de lujo decadente a precios populares. Hay descapotables negros con mujeres de vestidos rojos. Hay McDonald’s colgados del cielo. Lo ha dicho quien se pretende su fundador, Manuel Vilas. Sí, sí, Manuel Vilas, no Manuel Rivas, no Manuel Vilas-Matas. Manuel Vilas.

El problema de fondo es: ¿quién conoce a Manuel Vilas? Todo el mundo conoce a Elvis, todo el mundo conoce a Bowie ahora que a Bowie la muerte lo ha nivelado con el resto de los mortales, estén o no muertos a fecha de la presente. Todo el mundo conoce al Che, lo ha dicho Manuel Vilas, ¿pero quién conoce a Vilas? No Rivas. No Vilas-Matas. Vilas.

Vilas es el que dijo: “No quiero seguir escribiendo poesía. No creo en ella. (…) La poesía dejó de servir a la vida para servir a la historia de la poesía”, etcétera.

Vilas es el que se apalanca en el McDonald’s y se siente Lenin y traga patatas y mira cómo los maricas tragan patatas. Es el que recita en Nueva York y, con habilidad de trilero, cambia a última hora el negro por un mendigo, todo sea por tener la fiesta en paz con el afroamericano de la tercera fila que mira tan atento.

Vilas es el que se sorprende de que las mujeres sonrían como si la vida fuese buena. Vilas es el que a veces tiene la marcha de ser santo. Es el que absuelve a la negra que le quiere comer el sexo, la negra que acabará siendo mendiga el día que a Vilas le toque recitar en Boston (Massachusetts) o en Albuquerque (Nuevo México) o en Baltimore (Maryland) o donde quiera que haya afroamericanos a porrillo.

Vilas es ese que fue profesor de Secundaria y que por eso sabe lo que vale un buen horario, un horario sin huecos. Y se ríe. Vilas es el que puso a cantar a Johnny Cash en la catedral de Santiago de Compostela. Y se rie.

Vilas es el amante que no deja rastro, un tipo que a veces no puede dormir de pura felicidad, que tiene los mismos ojos que Kafka en las fotos de su escritorio y que mata transparentes insectos del buen tiempo con un destornillador que compró de oferta.

En la distancia corta, Vilas se parece poco al cabronazo que se sienta en el McDonalds a creerse Lenin, a tragar patatas y a mirar cómo los maricas tragan patatas.

Vilas es ese viudo de Lou Reed que ha puesto la poesía de nuevo en circulación. El tipo que siempre acaba en un lugar distinto del que ha empezado y que morirá como mueren las estrellas del rock and roll, como un hombre bueno o como un santo o como el huésped que paga cien billetes por el color de las bragas de la camarera.

Vilas es amor. Amor constante más allá de la muerte.

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El 14 de enero Manuel Rivas leyó algunos de sus textos en un encuentro
organizado por la sede de la UNED en A Coruña.