Amor en tiempos de pandemia: el síndrome Tinder

Por Cristina Lago @CrisMalago

Es un hecho: al igual que el teletrabajo, el teleamor preside nuestra vida de pandemia. El uso de las páginas de contactos ha disparado y sus riegos y decepciones, también. ¡Que empiecen los juegos del ghosting!

Un amigo me cuenta su última aventura en Tinder. Conoce a una chica, se atraen, se conocen, tienen relaciones sexuales y después de un mes en el que aparentemente, todo fluye, ella lo deja porque “no hay suficiente conexión”. Igualito que en First Dates, pero con más cenas de por medio. Me sigue sorprendiendo la celeridad con la que inician y terminan los proyectos amorosos en esta época. A veces, da la sensación de que muchas personas deambulan perdidas por un inmenso supermercado, metiendo aleatoriamente los objetos en el carro de la compra. Atraídos momentáneamente por el envoltorio o el precio, se olvidan de ellos en cuanto posan sus ojos sobre cualquier otra estantería repleta de promesas. Hay algo enormemente impersonal en todo este proceso. Que exista conexión es un auténtico milagro.

Mi amigo es una persona que busca, como muchas otras personas que buscan, relaciones a fuego lento. Donde se conozca tranquilamente a otra persona, se vayan compartiendo experiencias y surja el amor verdadero a medida que uno sienta que en verdad quiere elegir a este compañero. El pobre todavía está intentando entender qué es lo que ha fallado.

La vida del soltero en pandemia impone ciertas restricciones y dificultades. Muchas personas apenas salen de su círculo habitual y la queja más común es lo mucho que se complica conocer gente nueva en estas circunstancias. Entre confinamientos, toques de queda y miedos varios, Internet y las páginas de contactos son la versión romántica de esa distancia de seguridad tan higiénica con la que tenemos que convivir ahora. Irónico, cuando hay muchas otras distancias que no nos molestamos en soslayar. Como escribía durante el confinamiento, en un post de Instagram: no queremos distancia de seguridad con otros cuerpos, cuando nos pasamos la vida poniendo distancias de seguridad de todas las demás cosas que son mucho más esenciales que un cuerpo.

Y nos quejamos de la carencia. Añoramos sentires más carnales, humanos y menos asépticos. Y aparece la soledad y el deseo. Y pensamos en ese compañero, aun no hallado, que compartiría con nosotros el viaje por este mar de incertidumbre pandémica.

Y no se nos ocurre nada mejor que buscarlo en una página de contactos…

Cabe decir que todo esto es una receta para el desastre, y a este desastre lo llamamos el síndrome Tinder.

Que dícese de aquella condición en la que uno tiene una bonita teoría sobre cómo han de ser las relaciones cómodas, finas y seguras (como las compresas) y al mismo tiempo, empieza a tener sexo y una relación de pareja inmediata con gente a la que apenas conoce. Esperando por no se sabe qué alineación cósmica de planetas, que eso no te mate de vacío a las tres semanas de empezarlo.

De esto es sencillo deducir que estas páginas son lugares de encuentro para la gente que cree buscar el amor y en realidad, tiene tal miedo al amor, que en su lugar prefiere relaciones prediseñadas en un entorno controlado. En las que no quepa el peligro de tener que amar y por tanto, crecer y espabilar, y donde sigamos alimentado esa zona de confort repletita de creencias inmovilistas y relaciones tóxicas. O lo que es peor, relaciones DoA: muertas nada más llegar.

En esta época donde el que más y el que menos ha sufrido una mala relación, o ha vivido el desamor; en la que la dependencia se ha convertido en anatema y el enamorarse en algo aún más problemático que la herencia de la Pantoja; en la que nunca se habló tanto de fluir y nunca se fluyó tan poco….es admirable que siga habiendo personas que transiten por el mundo con la honestidad de declarar sus ganas de amar y ser amadas. Con esa inocencia adulta tan difícil de conquistar, tras un largo camino de ida y vuelta de muchas experiencias. Es cierto que el amor no se busca, se encuentra, pero incluso el amor que se encuentra, requiere de una cierta disposición. Estar en una página de contactos supone una disposición: no obstante, a veces es una falsa disposición, un más quiero que me quieran, que un quiero querer. El diablo está en los detalles…

No quiero demonizar Internet, muy al contrario. Es un medio que abre caminos infinitos y a mí en lo particular me ha brindado muchas más alegrías que problemas. Las redes sociales se han incorporado con pleno derecho a nuestra manera de relacionarnos. No hay nada de negativo en conocer personas por estos medios, ni tampoco deberíamos agobiarnos por el hecho de no haberlas conocido en una tienda o en un bar, lo cual es irrelevante. Está claro que el siglo XXI tiene y tendrá una carga de vida virtual muy importante y más que luchar contra ello, deberíamos ver cómo nos beneficia y qué puede aportarnos.

No obstante, si estamos en la búsqueda amorosa (en el mercado, ¡para entendernos!), evitemos caer en el síndrome Tinder. Si el primer enemigo del amor es el miedo, sin duda el segundo, es la incoherencia y no vamos a encontrar coherencia en un lugar virtual repleto de gente que quiere ir despacio y empieza una relación de pareja con alguien con el que lleva chateando cuatro días. Cuando los hechos y las palabras no son amigos, mejor démonos un tiempo para saber lo que realmente buscamos.

No es que no existan flechazos o situaciones extraordinarias, igual que existe gente a la que le tocan cinco millones de euros en la lotería o publica su primer disco y gana cinco Grammys. Pero las posibilidades de que esto ocurra son realmente ínfimas. Y quizás, la idea de algo que cae del cielo de esa manera, no sea tan interesante como todo este camino de aprendizaje y autodescubrimiento que nos va encontrando con lo que resuena con nosotros.

Hay un proceso apasionante que todo ser humano puede conocer. El de ir cultivando con cariño un terreno en el que las cosas bellas deseen arraigar y crecer. Una filosofía difícil en un mundo orientado más a conseguir cosas que a crearlas por uno mismo, pero una filosofía necesaria para reestablecer la clase de equilibrio que aseguraría un futuro sostenible en todos los ámbitos de la existencia humana.

Todos experimentamos en alguna ocasión la sensación de faltarnos algo y es totalmente humano y normal que lo busquemos donde consideremos que podamos encontrarlo. Pero no tiene sentido alguno esperar algo extraordinario cuando se están utilizando las mismas herramientas que aplicaríamos para buscar un trabajo mediocre con el que salir del paso a fin de mes. Cuidado con el síndrome Tinder y reflexionad: si tenemos que recurrir a estas plataformas para conocer a otras personas, vamos a considerar seriamente qué nos impide hacerlo cada día, con todos aquellos que ya están a nuestro lado. Me causa estupefacción la cantidad de gente busca el amor y la sexualidad con casi completos desconocidos y sin embargo, es incapaz de darle los buenos días al vecino cuando se lo encuentra por la escalera.

Os deseo ánimo y buenas energías a los que estéis en la búsqueda y llevad con vosotros estas sabias palabras de Khalil Gibran.

Y no penséis que podéis dirigir el curso del amor,
porque el amor, si os halla dignos, dirigirá él vuestros corazones.