Hay dos explicaciones básicas. Una es la que nos proporciona el Dr. Joseph Carver en su artículo “El Amor y el Síndrome de Estocolmo” y la otra es la que podríamos llamar “La Ley del Deseo”, citando el título de la famosa película de Pedro Almodóvar.
Normalmente, en una relación (ya sea de pareja, familiar, de amistad, laboral, etc.), cuando alguien nos hace daño, es natural querer un resarcimiento. Queremos que esa persona se disculpe, queremos que esa persona se ponga en nuestros zapatos y comprenda el daño que nos causó. Queremos que sienta empatía y subsane o repare el daño causado.
En otros casos, también podemos permitir que afloren sentimientos negativos y podemos querer que la persona que nos hirió pague por ello. Podemos querer venganza, podemos desear lastimar a esa persona “para que aprenda a no lastimar a los demás” (un concepto totalmente erróneo, ya que no se aprende nada positivo de esa manera).
Pero también existe una lucha de poder. Muchas veces, vemos a la persona que nos ha lastimado, o engañado, estafado, mentido, herido, como alguien que “nos ganó”. En realidad, una persona así – que va por la vida causando daño, estafando, engañando gente – no es un “ganador/a“, sino un “perdedor/a“. De modo que no ganó ni nos ganó nada. Por el contrario, salió perdiendo.
¿Qué es lo que esa persona dañina sale perdiendo?
Muchas cosas. En primer lugar, pierde a alguien sano y bueno, como nosotros. En segundo lugar, pierde credibilidad, y también, pierde la posibilidad de establecer relaciones y vínculos sanos con los demás. En resumen, quien daña a los demás es un perdedor nato.
Y ¿por qué querríamos a alguien así en nuestra vida?
Como explicamos antes, nuestro orgullo herido demanda una compensación por el daño recibido, también nuestro lado oscuro entra en competencia y quiere darle su merecido a ese patán. Pero, ¿alguien que causa tanto daño, vale la pena nuestro esfuerzo? No, definitivamente no.
Realmente no vale la pena que perdamos tiempo ni que le dediquemos ni una pizca de nuestras energías a quienes nos causan daño. Estas personas ya tienen bastante con elegir ser malas personas, en lugar de buenas personas, y quitarse a sí mismas la posibilidad de establecer relaciones saludables con los demás.
Nuestro lado humanitario y compasivo es el que, en ocasiones, puede impedirnos poner fin a una relación tortuosa. Las personas dañinas buscan, naturalmente, gente compasiva que quiera perdonarles todo, redimirlos, recuperarlos, sacrificarse por ellos. Y manejan a estas personas a través de la culpa, (¿cómo no me vas a ayudar?) o través de la sumisión (los psicópatas tergiversan los hechos de manera tal que parecen tener siempre razón y hasta obligan a sus víctimas a disculparse, en lugar de pedir perdón ellos mismos).
Los psicópatas son, por su propia naturaleza narcisista y egocéntrica, personas inconquistables. Para el psicópata, el “otro” no existe. Es sólo un objeto. No tiene en cuenta a las demás personas y sólo las usa a su antojo, para luego descartarlas.
Y esto es precisamente lo que la víctima de un abusador de este tipo ve como un desafío. Dejar de ser un objeto más de la colección de un psicópata. Conquistar a una persona inconquistable, recuperar a una persona enferma o mala, y resarcirse por el daño que ha causado, entre otras cosas.
Ésta es la verdadera razón por la que muchas personas sienten que “quieren un psicópata en sus vidas“, cuando en el fondo, sólo quieren reparar el daño que han sufrido. La persona que ha sido herida o lastimada por un abusador emocional, se siente frustrada e insatisfecha. Se siente infeliz. Y un modo de compensar su frustración es buscar satisfacer aquello que ha quedado pendiente o insatisfecho.
El mejor remedio para esto es comprender que esa persona dañina, si ya dejó de formar parte de nuestras vidas, nos hizo un favor al alejarse. Nadie necesita un abusador en su vida. No nos beneficia en nada, sino por el contrario, no nos permite avanzar en la vida, ni estar bien. Si aún no ha salido de nuestras vidas, es importante hacer todo lo posible por cortar ese tipo de relación enfermiza que no nos favorece en nada.
La gente psicológicamente saludable puede parecer aburrida, si la comparamos con la adrenalina que nos provoca lidiar con la gente psicológicamente enferma. Pero, demás está decir, que una relación con una persona enferma y dañina es una pérdida de tiempo y de energía absoluta, mientras que una relación con una persona que parece “aburrida” no sólo nos enriquecerá, sino que nos beneficiará y propiciará nuestro crecimiento emocional.
No desee relaciones negativas, deséese lo mejor para usted mismo.
Fuente: www.abusoemocional.com