¿Amor sano y seguro?

Por Maribelium @maribelium


Todo ser humano se ha sentido alguna vez manipulado por otro y es probable que también consciente o inconscientemente, haya manipulado, a su vez, a los demás. De forma intuitiva, sabemos qué es eso de manipular o sentirse manipulado, ya que es fuente de conflictos y malestar. Cuando alguien nos manipula, nos sentimos engañados, cansados, como sin energías, con sensación de que hay algo que no está funcionando bien y es injusto.

En el ámbito familiar y en el de la pareja es en los que se hace más patente la cuestión de la manipulación, pero también son ámbitos en los que cuesta reconocerlo e identificarlo, pues decir que una madre es manipuladora suena a acusación hacia la buena madre que nos ha cuidado y queremos y se supone que nos quiere. Lo mismo sucede en el ámbito de la pareja, si yo le quiero o él o ella me quiere, ¿cómo se va a dar la manipulación? Pues sí se da. En principio no tiene que ver con quererse o no quererse, sino vivir la relación desde un amor egoísta o con que en ciertos momentos de la vida, se manifiestan partes egoístas o infantiles de nosotros mismos. Normalmente, estas partes egoístas se suelen expresar en momentos de más sufrimiento y vulnerabilidad, en los que uno cree que ya no se puede hacer mucho desde la parte más adulta y se queda en la parte de uno más de niño, que sólo se sabe quejar y que le solucionen los problemas.

También hay que tener en cuenta, que en general se manipula a otro desde la inconsciencia y desde la idea de que uno está pidiendo algo legítimo y que el fin justifica los medios. Por ejemplo, sería el caso de quién pretende que le quieran dando pena, quejándose exageradamente para llamar así la atención de la persona de la que quiere obtener el cariño, en lugar de decir simplemente que se quiere sentir el cariño del otro. Aunque una opción más sana sería expresar el cariño que se siente por el otro y dejar que el otro libremente exprese lo que realmente sienta. Libremente quiere decir que el otro no está obligado a darnos nada aunque le estemos dando algo. Porque si damos para que nos den, también es una manipulación.

La opción más sana sería dar desde la libertad, desde lo que se siente, sin imponer o controlar lo que ha de sentir la otra persona.Dar desde la libertad quiere decir que me sale de mi interior expresar algo y que a la otra persona también le puede o no salir algo desde el interior. Seguramente, esta opción le puede dar vértigo a más de uno, porque se supone que a todos nos gusta que nos quieran, pero también se supone que queremos que nos quieran de verdad. Paradójicamente, cuando más libres nos sentimos de dar, más recibimos. Cuanto menos esperamos que nos devuelvan algo que estamos dando, más vuelve a nosotros y de una forma multiplicada. Se trataría entonces, de tratar de confiar y no depender de afectos ajenos. Para ello hacen falta grandes dosis de madurez y de amor por uno mismo. Si nos amamos a nosotros mismos, es más fácil que podamos amar a otros desde la libertad y no estemos esperando que nos den algo a cambio. Es más enriquecedor dar, expresar, compartir desde un corazón que se siente o se va sintiendo seguro.

Nadie puede darnos esa seguridad. En la infancia es cierto que los padres nos han condicionado, en algún sentido, pues la seguridad básica nos ayudan a construirla ellos. Pero una vez que somos adultos y padres potenciales, somos nosotros los que nos hemos de ocupar de nuestro niño interior herido. Algo que también, para quienes crean en una realidad trascendente se puede fortalecer, desde la consciencia de que hay una Madre-Padre Dios que nos sana y sostiene. Esto también se debe vivir desde la libertad de no ser dependientes de lo que nos gustaría que fuera la realidad trascendente. En este punto también estamos tentados de manipular a Dios para mantenernos en un estado infantil en el que le decimos qué es lo que tiene que hacer con nuestra vida, en el que negociamos con artimañas lo que toca darnos o no darnos, en el que pedimos deseos como si los pidiéramos a nuestra hada madrina o le condenamos cuando no hacemos lo que quiere desde nuestra parte más infantil y egoísta...

Es importante ser consciente de la propia vulnerabilidad para sanarla y trascenderla, pues así es posible amar sin esperar, relacionarnos sin manipular y disfrutar de verdad de la vida con libertad.

Que cada cuál piense desde donde vive, desde lo que da o desde lo que está pidiendo... Si actúa abierto a la vida o queriéndola controlar y manipular a su antojo. Si al menos lo piensa y se va haciendo consciente, ya puede empezar a labrar el camino hacia su propia libertad y hacia un amor más real, profundo y maduro. Lo creáis o no, es posible…