Analizan los efectos del 'acoso continuo' contra personas y colectivos

Por Fat
"¡Los gritos! A mí, los gritos... se te quedan. Un continuo nerviosismo, cualquier ruido que oyes o cualquier tumulto te altera...". El testimonio, aportado por una víctima del terrorismo en el País Vasco, es sólo una pequeña muestra de los muchos síntomas y secuelas a los que deben enfrentarse cada día las personas que han sufrido en sus propias carnes la violencia.
El terrorismo de ETA y su entorno es, desde hace décadas, uno de los problemas que más preocupan a los españoles, según han mostrado repetidamente las encuestas. Pero se han estudiado poco las consecuencias globales sobre la salud de esta clase de violencia, que no sólo se manifiesta en agresiones directas, sino también en actitudes hostiles y estrategias de intimidación capaces de minar gravemente la calidad de vida de los afectados.
Las víctimas del terrorismo presentan "mayores dificultades funcionales de orden fisiológico, emocional y social", que se manifiestan en una amplia variedad de secuelas, desde la depresión y la ansiedad hasta problemas con el sueño, trastornos digestivos, dolores de cabeza o reacciones alérgicas. Todo ello consecuencia de una somatización de la violencia de la que han sido objeto.
Así lo refleja un reciente estudio realizado por la psicóloga social Itziar Larizgoitia, de la Universidad Complutense de Madrid, y otros investigadores españoles, en el que se recogen testimonios de víctimas de lo que los autores denominan "violencia colectiva", obtenidos en el País Vasco entre 2005 y 2008. La situación reflejada es la siguiente: un grupo de personas ejerce una "violencia instrumental" contra otro conjunto de individuos al que consideran adverso.
El carácter instrumental (porque persigue un objetivo) y colectivo (porque deriva de un grupo cohesionado) de la violencia también queda reflejado en otro estudio que acaban de publicar expertos de Barcelona y Nueva York. En él se han observado las vivencias de las víctimas y amenazados a la luz del concepto de "exclusión moral". Es decir, algunas personas son percibidas como 'enemigas' o 'extrañas', por lo que pueden ser atacadas, o simplemente ignoradas, sin que la sociedad perciba que se ha cometido una injusticia.
"Este tipo de investigaciones puede contribuir a profundizar en el análisis de un fenómeno muy poco estudiado desde el rigor que nos aporta la metodología científica", explica a ELMUNDO.es Javier Martín Peña, investigador del departamento de Psicología Social de la Universidad de Barcelona y principal autor de este nuevo estudio. La idea de 'exclusión moral' incorpora actitudes que van desde ignorar a las víctimas o mostrar desconsideración por ellas, hasta la ejecución de violencia sistemática, pasando por un amplio abanico de conductas intermedias.
-Riesgo de ser seleccionado
"Las víctimas de ETA en Euskadi pueden ser percibidas y situadas por los acosadores fuera de los límites en los que ellos aplican sus valores morales, reglas y consideraciones de justicia", señala Martín Peña. "El hecho de que estas personas sean percibidas por sus acosadores fuera de esas consideraciones de justicia, implica el riesgo de ser seleccionados como objetivos de daño y violencia y la restricción de derechos y libertades", añade este experto.
Larizgoitia y sus colegas, en un estudio diferente al de Martín Peña, han llegado a conclusiones complementarias a partir del concepto de violencia colectiva. Se estima que entre el 30% y el 60% de las personas expuestas a esta violencia pueden presentar "secuelas emocionales de moderadas a graves", además de "sentirse más solas" y percibir "un clima emocional más hostil". Los autores han indagado en las secuelas emocionales y físicas de 36 víctimas de ETA. La muestra, según admiten, "no es representativa", pero "quizás ayude a comprender cómo el hecho traumático repercute en la salud".
Los participantes -algunos de los cuales "acumularon experiencias de violencia colectiva durante años" o han sido objeto de un "acoso continuo"- refieren numerosas secuelas emocionales, tales como la depresión, la ansiedad o la repetición de escenas de violencia en su cabeza. Además, junto a las secuelas físicas propias de haber sufrido un atentado, se relatan diversas "somatizaciones" de la violencia, como reacciones alérgicas, trastornos digestivos o dolores de cabeza.
-Procesos traumáticos de duelo
"A mis problemas con el sueño se unió la aparición de reacciones alérgicas fortísimas que tardaron en desaparecer pese a ser tratadas con antihistamínicos. Yo creo que todo era producto de mi desorden psiquiátrico", refiere una víctima en el citado estudio. "Yo sentía que me dolía la cabeza, que me dolía no sé qué... Yo iba a los médicos y me decían 'tú no tienes nada, lo tuyo es todo obsesivo'", refiere otro testimonio. En general, las respuestas resultaron coherentes con anteriores estudios sobre víctimas de violencia colectiva. "Las víctimas de este estudio sufrieron experiencias muy estresantes y a las cuales es difícil atribuir un significado. Muchas mostraron signos de seguir confrontando las consecuencias de procesos de duelo muy traumáticos en los que no terminan de poder reconstruir sus vidas".
Muchos participantes, además, "relataron aislamiento, rechazo y estigma, quizás más frecuentes en tiempos más lejanos", según señala el estudio, que incide en la importancia de la relación entre las víctimas y la sociedad en que viven, la cual puede condicionar "el impacto de la violencia en la salud", según los investigadores. "Los resultados del análisis a partir de testimonios de víctimas y amenazados en Euskadi, describen, en primer lugar, cómo los afectados componen unos sectores concretos en la sociedad", resume Martín Peña.
"En segundo lugar, describen unas conductas de violencia de tipo más psicológico que físico, como amenazas o intimidaciones, entre otras. En tercer lugar, víctimas y amenazados describen un desinterés y una falta de apoyo social e institucional en relación a la situación de violencia y a las consecuencias vividas", concluye este investigador.
**Publicado en "EL MUNDO"