Declaración de intenciones
HE DECIDIDO SER ‘FAMOSO’. ¿Y por qué? Pues porque he llegado a la conclusión que desde el anonimato he influido en mi sociedad el 0,0%, entendido en términos publicitarios de cerveza. Salvo servir de ejemplo, a seguir o no, a los dos hijos que he criado, mi aportación consciente como individuo social se refiere a votar un programa político que luego, tras el recuento de votos, se olvida, aunque en mi juventud fuera un revolucionario teórico, como hoy. Eso sí, ahora puedo decir lo que quiera (no siempre fue así), aunque debo cuidar las formas para no chocar contra el Código Civil o Pernal, y menos mal, que no el Militar. Me he referido a mis hijos como personas a las que he criado porque el varón nunca tiene la seguridad de que aquellos que pare la hembra que cree haber fecundado lleven sus genes. Y no es que dude, y menos a estas alturas. Este es un hecho que, aparentemente, pasa desapercibido y que por el contrario es de una relevancia crucial para la historia y el devenir del ser humano. Cuando el varón se da cuenta (el conocimiento da poder) de que tiene algo que ver en la perpetuación de su especie, empieza a destruir el sistema matriarcal de una forma progresiva y exhaustiva. Para mí es cuando se alumbra el machismo que perdura y perdurará, por desgracia, por los siglos de los siglos, sencillamente, porque quien hace las leyes es la sociedad machista y corporativa que sufrimos. Si no, es inexplicable, al menos para mí, que pase lo que pasa y sigamos hoy igual o peor que ayer, aunque las formas hayan cambiado: ya no es políticamente correcto poner un twitter machista, por ejemplo, acaso porque el teléfono móvil no es propiedad del político, ya que se lo han costeado bastantes mujeres con sus impuestos. O porque, ahora, lo que se lleva es defender La Leyde Paridad, acaso por eso los más ven a las parejas homosexuales como no procedentes, porque yo la paridad solo la veo entre las parejas heterosexuales, ni en la cámara de diputados, ni en la empresa privada, ni en los clubes de fútbol, ni en las familias monoparentales, ni en ningún sitio, salvo en el citado matrimonio heterosexual mientras dura, y porque no hay más remedio, si no... Hay que joderse, como diría de estar acodado en la barra de un bar. He de reconocer que si bien no nací machista ni homófobo, me educaron para ello, por lo que, durante un tiempo, ejercí de macho hispano. No por actitud, sino por manipulación. Y ya sé lo que cuesta bajarse de un burro que te han vendido como el caballo de batalla que te llevará a todos los triunfos y en el que debes cabalgar si quieres mantener tu dignidad y personalidad intactas, es decir, ser un hombre que se viste por los pies. No soy feminista porque no puedo serlo, pero he llegado, y no sé si del todo, a no ser machista. Y todo gracias a mis propias recriminaciones (cuando me he dado cuenta), a las lecturas, y al consejo de algunas de vosotras. Como tampoco me enseñaron a pensar, debo agradecer a mis genes esta capacidad. Que nadie piense que presumo de nada, porque mis genes los debo compartir con media humanidad, si no con toda, si hacemos real el cuento de Adán y Eva. Así que, mi ego y yo hemos decido poner todo el empeño en hacernos un hueco en el panorama actual de celíbrites. Otra cosa es que lo consigamos, claro, porque no nos van a seleccionar para ningún reality show televiso, eso lo tenemos claro, tanto como que no aceptaríamos, ni mi ego ni yo. De ahí este empeño literario tras ‘el gran éxito‘ del anterior (jaja). No sé exactamente el motivo por el que cambio de actitud y quiero salir a la palestra. Seguramente, de conseguirlo, me arrepienta más de una vez, pero me lo debo y me lo debe mi ego también. Al menos intentarlo. Acaso sea para que se escuchen otras voces, no mejores, pero sí distintas, de las que actualmente oigo y de las que desconfío de la misma forma que otros desconfiarán de la mía. Pero que se lo monten como se lo montan algunos, y encima les escuchen, me parece, si me lo permitís, un agravio comparativo con cualquiera que se levanta a las siete de la mañana y no para hasta que los niños se acuestan, aunque curiosamente sea este personal el que les dé la audiencia. Pero que quede una cosa clara, no represento a nadie, solo a mí mismo, y tampoco quiero sentar cátedra, ni dar lecciones. Eso sí, quiero gritar lo más alto posible mis ideas y ayudar, aunque sea a una persona, a que se forme una opinión propia o se informe sobre cualquier asunto o simplemente a distraerse. Por todo ello escribo esta novela desde la humildad de quien quiere ser cuentista y no pasar por la fama de una forma efímera o televisiva. Estoy seguro que si Cervantes hubiera ganado un Gran Hermano VIP, se le conocería más que por ser el autor de la mejor novela escrita en todos los tiempos. Y, además, debido a ese triunfo pírrico y personal, su novela hubiera sido leída por más personas de las que hoy declaran haberla leído y no solo empezado, que empezar, los humanos empezamos mucho. Como yo, que hoy empiezo a hacer público lo que ya empecé hace unos meses. Ahora, os advierto, la densidad de este nuevo relato puede aburriros, pero confío en vuestra fidelidad. Con que una de vosotras acabe de leerlo, me daría por satisfecho. Y no lo digo con la boca pequeña, sino con la precaución del que no desea engañar. Por eso las entregas serán un poco más cortas, porque requeriréis de más atención. Este texto, por su propia historia y lo que pretende, no podía ser escrito de otra forma, y eso que me costó encontrar la manera de que no saliera más ladrillo de lo que es. Mientras la señora Casta es cercana e incluso cualquiera puede proyectar sobre ella a su propia madre o abuela, Dikembe es un personaje extraño, ajeno a nuestro día a día, e incluso incómodo, alguien que puede irritar nuestra conciencia, aunque creo que también moverá nuestra ternura. Lo mismo ocurre con los nombres propios y con las culturas que, aunque mezcladas quizás en el tiempo y lugar, he querido que fueran reflejo de la realidad. La picaresca, como género literario, siempre me ha fascinado. Luego me enteré de que era consustancial a España. Es el único país en el que se puede hacer esta catalogación gracias a los títulos escritos por los autores de una época concreta de nuestra historia que, según nuestros estudiosos, también es consustancial al género. En ellos hicieron aflorar, generalmente, críos y no tan críos que, usando de la astucia, del ingenio y de las malas artes, pudieron sobrevivir a un destino que, en un principio, parecía más un fracaso. Más tarde me hice con un librote, compendio de Florencio Sevilla, que leí con avidez. Y cual fue mi sorpresa cuando descubrí que no solamente había pícaros, sino también pícaras, como La pícara Justina. Los expertos discuten, y hacen bien, sobre si tal obra pertenece o no a la novela picaresca, de lo que aprendes a pensar. Y también sacas algo de las propias introducciones de estas novelas, sean las que sean que haya seleccionado el filólogo de turno, preciosas por otro lado. Hay que recordar que Internet no ha estado siempre ahí. Ahora es más fácil, gracias a esta red de intercomunicación y las entidades como la RAE o el CVC, entre otras muchas, que se han esforzado y han creado portales virtuales, para que todo quisqui, que pueda y quiera, entre a consultar o leer incluso incunables. Bien es verdad que algunas de estas joyas ya estaban en mi biblioteca, quién no conoce al de Tormes o al Buscón. Aunque conocerlos no te hace mejor, sí es verdad que te abre a un mundo desconocido que a mí, particularmente, me hizo y me hace pensar mucho. ¿Y por qué digo esto?, pues porque hace un tiempo, se despertó en mí la “necesidad” de escribir una novela picaresca. Pero claro, uno no es aquel fraile al que atribuyen el Lazarillo, que todos dicen que fue la novela que inauguró el género, ni un Mateo Alemán, ni un Quevedo…, ni tampoco estamos en el siglo XVII. Así que hube de conformarme con el “no puedes”. Hasta que, recientemente, me crucé en la calle con un chaval de piel oscura en el que resaltaban unos ojos grandes y despiertos, además de una sonrisa blanca y fresca. Iba trajeado y cuando desapareció de mi vista, porque me le quedé mirando descaradamente, mi neurona selectiva envió un mensaje al resto y las tres se pusieron a trabajar como locas. Mi imaginación se disparó, retrocedí cuatro siglos, vestí de harapos al chaval y no supe el tiempo que le estuve poniendo aquella mañana en situaciones, digamos, complicadillas. Me divertí de lo lindo. Esta novela es el resultado de esa chispa que el mes de octubre de 2015 se encendió, al pasear y escribir Entre puntada y puntada, gracias a ese crío que, por desgracia, no reconoceré aunque le vuelva a ver.
Y ya solo queda decir que este libro está dedicado a Mateo, abuelo materno de mis dos hijos que, sin saberlo, me regaló un tercio de lo que más quiere y la niña de sus ojos, aunque ella tampoco lo sepa. Gracias, abuelo.P.D.: Perdóname José María por haberte “matado”.
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INTRODUCCIÓN
Andaba uno sin saber qué hacer, en medio de uno de esos silencios que desprende la soledad, cuando llamaron a mi puerta. Era una tarde tan anodina como lluviosa en la que, desde luego, no esperaba que nadie fuera a visitarme. Abrí, lógicamente, y vi a una mujer dentro de una gabardina salpicada de gotas, que usaba un ridículo sombrero a juego y maletín de cuero, todo del año venaquíquetepeino. Por cierto, que la cartera también estaba moteada de gotas, por lo que deduje que había llegado hasta mi calle en coche, si no, sin paraguas, hubiera aparecido hecha una sopa. Me fijé en el portafolio porque alguien parecía haber embutido en él un balón de fútbol. Muy educadamente, aquella dama, que podría ser mi madre, por la edad, dijo mi nombre en tono de pregunta. Afirmé con un gesto y ella se presentó: «Me llamo María Marlasca del Pino y soy el abogado de una persona que fue amiga suya hace mucho tiempo. Me gustaría hablar con usted unas palabras». Le extendí la mano, que estrechó, y me di cuenta de mi mala educación. Le hice pasar y cerré la puerta. Le invité a seguir su historia. Sus palabras habían levantado mi curiosidad.—¿Recuerda usted a José María Mendes González?—¡Cómo no, señora! Nunca podré olvidar a ese hijo de asturianos que vivía en la plaza de los Chisperos, compañero de colegio y de niñez hasta el inicio de la adolescencia. Pero, mejor nos tuteamos, ¿no? Y pasa, pasa al salón. Quizá quieras deshacerte, en el buen sentido, de tus prendas de abrigo y del peso muerto ese. Déjalo ahí mismo —le indiqué una silla.—Bueno, acaso porque al salir voy a notar el cambio de temperatura, pero he venido en coche y no me hadado tiempo a sentir los rigores del invierno —. Se quitó la gabardina, pero conservó el sombrerito y asió otra vez la cartera sin aparente esfuerzo. Esperé a que se sentara en una butaca y yo ocupé la otra.—Me ha costado encontrarte, pero al fin aquí estoy. Verás, siento decirte que tu amigo ha muerto.—¡Vaya por Dios! Ahora empiezas a no caerme tan bien.—Espero no darte más motivos. ¿Puedes enseñarme tu carné de identidad, por favor? —. Al verme sorprendido, añadió una explicación a tan extraña petición viniendo de una persona que acaba de llegar a tu casa y no viste de uniforme—. Tengo el encargo de mi cliente de entregarle algo, pero debo constatar su identidad. Puro formalismo —. La presunta abogada quiso quitar hierro al asunto. Me levanté y, antes de salir del salón le pregunté si deseaba tomar un café u otra cosa. Contestó que no. Me dio la impresión de que aquella señora había recibido una educación más autoritaria que la mía. Volví con el susodicho documento de identidad y se lo tendí según me sentaba. No me lo devolvió enseguida, sino que miró la foto y mi cara alternativamente un par de veces, se sacó del bolsillo interior de su chaqueta unsmarphone, y sacó dos fotos de mi DNI, una por el anverso y otra por el reverso. Esperé a que acabara y le advertí.—O me cuentas a qué viene todo esto o me quedo con tu móvil —. Ella se sonrió. Mi bravata había servido para poco.—No te preocupes. Has heredado. Por eso necesito tus datos.—Entiendo. ¿Y qué he heredado? Porque llevo sin ver a Mendes lo menos cuarenta y cinco años.—Un buen legajo de cartas. Si eres tan amable de acercarme la cartera, mi reuma se pone pesado con la humedad, te lo entrego y me firmas un recibí, y si te he visto, no me acuerdo.—No me lo tomes a mal, pero no pienso levantarme a por tu cartera —. Ahora la sorprendida fue ella, hasta que le di la razón de mi negativa—. Porque la tienes junto a tus pies.—Uy, es verdad. Tiene una la cabeza que pa qué.
EL AFORTUNADO RECOPILADOR
Nota:-En la imagen del pie la figura del anciano corresponde a Chinua Achebe, novelista y poeta nigeriano conocido como el abuelo de la literatura africana, y su foto la he recuperado de eleconomista.com. El crío, por desgracia no sé como se llama, pero me lo comería. No apunté de donde me baje esa cara tan bonita. Perdón.