CAPÍTULO 3De lo que fue de mi aldea
Bajada de elconfidencial.com
de rabia. Recibí un mamporro de madre que me hizo soltar el arma, y en ese momento mi hermana Delande cayó desmayada al suelo. Y no es que ella fuera más sensible que los demás, que tardamos en hablar mucho tiempo, sino que tenía sus motivos, como verás más adelante, aunque lo supe después. Padre dijo un «vamos» apagado al que todos obedecimos. Acaso era la primera vez que lo hacíamos unánimemente y sin protestar. Nos alejamos un poco, menos mi hermana mayor, a la que hubo que levantar del suelo y traer a la cruel realidad. De ello se encargó mi abuela que, abrazada a su cabeza, parecía cantar sin palabras. Después le dio una contundente y cariñosa bofetada y Delande abrió sus ojos. Mayifa apretó contra su pecho la cabeza de su nieta para ocultarle todo lo que ya había visto más de una vez. Así, con los hombros caídos y Mayifa abrazada a Delande dejamos atrás nuestra vida, que buena o mala, nos habían arrancado como una muela de cuajo. Antes de abondar la explanada, madre se volvió y e hizo intención de correr hacia nuestra choza. Todos la seguimos con la mirada e imaginamos adónde y a qué iba, pero se paró, se volvió y vimos que de sus ojos manaba hacia fuera todo el dolor que nosotros sentíamos dentro. Y comenzó nuestra huida. O lo que vuestras estadísticas llaman la migración interna centro-africana. Los movimientos migratorios entre países africanos suman el 95% del total de ese continente arrasado por los que viven allí, a sueldo de los que viven fuera, para que velen por sus intereses. Solo te daré un dato: La RDC es uno de los países con más recursos naturales del mundo. Y, aun así, es una de las naciones más pobres de la tierra. Bien es verdad que los organismos oficiales occidentales culpan a Ruanda y Burundi de esa explotación, sin tener en cuenta que sus clientes son empresas del primer mundo que fabrican todo tipo de artilugios electrónicos miniaturizados, como los tan necesarios teléfonos móviles o tablets. ¿Qué sería de vuestro día a día sin el coltan? ¿O sin el uranio? ¿Qué harías tú sin tu móvil? Ya ni te lo imaginas. Ya sé que yo tampoco me salvo por tu interés en que tuviera acceso a eso que llamas Interné, y que tantos datos me ha aportado. Ahí he leído cómo vuestros avezados periodistas denuncian la trama que la mafia africana ha creado para explotar y vender en negro estas materias primas. ¿Pero quién compra a las mafias? ¿Quién hace rico a los militares ruandeses de alto grado? ¿Te lo has preguntado? Si se computaran todas las muertes segadas por las hambrunas, la religión u odio entre etnias, que Europa alimentó, y las guerras para controlar los yacimientos, tanto Stalin como Hitler serían hermanitas de la caridad al lado de los responsables de la violencia en África, aunque haya otras opiniones contrarias. Y eso que no hemos contado con la trata de blancas, en nuestro caso negras. Pero, agarrándonos al acervo popular del refranero de tu idioma, cabría decir que todos la mataron y ella sola se murió. Y, por supuesto ella es África. «Y encima nos salpican con sus gotas negras que deslucen nuestras imperfectas democracias» como más de un frente nacional opina. Cuando uno escucha que los ganaderos de tal o cual región o país han protestado por la situación del sector, uno piensa que razones tienen porque «todo anda muy mal». Pero cuando a continuación la noticia sigue y especifica que se han vertido no sé cuantos litros de leche, a más de uno nos chirría la información y más, cuando, por casualidad y tras informar de que en la ‘Tomatina’ (1) se han usado 150.000 kilos de tomates, las teles o las radios giran hacia las noticias internacionales y hablan de nuestras hambrunas y guerras. Y no es que este negro esté en contra de las fiestas populares, pero se pregunta ¿por qué no se tirarán piedras y enlatan los tomates y los donan a quien pasa hambre, aunque no sea en África y los tomates no sean comestibles? Las culturas son caprichosas y los pueblos más. Ya es complicado un individuo, como para entender las relaciones que establece con los demás y la sociedad que dan a luz. Todo esto que digo te puede sonar a demagogia, pero aun así no dejaría de ser cierto, aunque relativamente.iziyiziyiziyiziyi
Al leer toda la correspondencia de Dikembe, si bien la primera vez lo hice de tirón y con ansia, no encontré ningún victimismo en sus letras. En todo caso, habrá más en mis palabras que en la suyas, aunque este no debe ser tenido en cuenta, pues es falso a todas luces. En mi defensa aduciré que todo aquel que se alinea puntualmente para defender una injusticia, y lo hace basado en la humanidad, corre el riesgo de exagerar aquello que siente porque, precisamente, la injusticia es un sentimiento, mientras que la justicia es un derecho más que universal. Y dicho esto, no sé vosotros, pero yo, cuando siento el mordisco de una noticia que nunca debería producirse, recurro a la aflicción y los pensamientos tristes se suman a la sensación de injusticia. Todo ello ayuda a que el siguiente donativo a una ONG duela menos en mi bolsillo. A otros, mejores personas que yo, les mueve a un voluntariado que mitiga en magnitudes muy pequeñas ese sufrimiento que nos hace arrostrar. No somos los individuos los responsables ni los activos que deberían solucionar estos problemas. No, señor, no. Deberían ser los estados y aquellas entidades que crean los desajustes en los derechos humanos, y, aunque algunos se vistan de ovejas y creen fundaciones para el desarrollo del tercer mundo, la verdad la sabemos todos. Podrían arreglarlo si quisieran. Eso sí, a todos se nos escapa el motivo por el que no lo hacen. Sentir dolor no sirve nada más que para sufrir. No arregla nada, como yo mismo con mis palabras. Hechos es lo que necesitan esas y otras gentes. Y por mucho que quiera hacer desde mi propia falsa seguridad de títere, sé que necesitamos el consenso de los poderosos. Aquellos que ponen y quitan gobiernos, aquellos que quieren arreglar sus mundos, aquellos que negocian con el mineral de moda, aquellos que se erigen en los mayores demócratas del mundo, aquellos que ensucian nuestros pulmones con sustancias tóxicas, aquellos que nos envenenan la sangre con proclamas nacionalistas... Llega un momento en que ves tantos aquellos como nosotros. Pero no me engaño, son más, y representan más, quienes cuentan que quienes mandan.
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Tú sabrás lo que haces y tus motivos tendrás para pedirme que te escriba todo esto con detalle, porque no me creo que sea para que llene mis horas de holgazanería, según tú, y que yo uso para leer. Lo que sí te ruego es que seas prudente y no presentes mis miserias a cualquiera. Tenlo presente, por favor. Ayer hube de dejar para hoy tu encargo, la vista ya no me funciona como antes, prefiero leer a escribir. Ya hace tiempo también que pierdo altura aunque todavía pueda darte capones con la barbilla, no se te olvide. ¡Mira!, tu perro se está comiendo en estos momentos mi otra media zapatilla, así que ya sabes lo que puedes traerme como souvenir de tu viaje, no te doy más pistas. A buen entendedor… Ah, y le pongo la ración de comida que me dijiste, no vayas a pensar que le hago pasar hambre al pobre animal y por eso devora lo que no le corresponde, como tantos otros. Bon, el caso es que nos tuvimos que ir de donde habíamos llegado ya en otro viaje. Ni padre ni madre quisieron asentarse en el campamento de refugiados por el que pasamos sin pena ni gloria, y donde también contamos lo ocurrido. Allí repusimos fuerzas y víveres copiosamente, pero mis padres no aceptaron la hospitalidad ni los consejos de los cooperantes europeos. Allí nos vio a todos, menos a Mayifa, una médica muy amable. Y nos vacunaron de no sé qué. La más reacia a quedarse, incluso a pincharse, fue Mayifa, que ni siquiera quiso pisar el campamento, aunque madre consiguió que durmiera al final con nosotros bajo unas lonas y en el suelo. Con la excusa de orar, siempre se retiraba lejos de las tiendas de campaña. Ella decía que lo que contábamos nosotros pronto se olvidaría porque otros llegarían que contarían otras desgracias más nuevas. Que lo que había que hacer era dejar en paz a Delande y seguir hasta que nadie supiera de lo que estábamos hablando. Yo lo segundo no lo entendía, pero lo primero sí, y le daba la razón. Inevitablemente aquella familia, la mía, portadora de semejantes noticias, haría el trabajo propagandístico gratis a las milicias rebeldes, porque, por allí por donde pasábamos, dejábamos la simiente del horror con nuestras palabras. Y como mis padres no sentían suficiente lejanía con los hechos que te he contado anteriormente, ponían cada vez más tierra de por medio entre nuestra aldea desaparecida y los suyos, sin saber que el pánico lo llevaríamos siempre dentro de nosotros. No era cuestión de espacio, sino de tiempo, como casi todo en esta vida. ¿O no dices tú que la distancia entre dos puntos de esta ciudad se debe medir en tiempo y no en metros? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y seguramente, para nuestro descargo, fuera cierto lo que mi abuela opinaba sobre el miedo que metíamos en el cuerpo a quienes nos acogían, y que no era otra cosa que otros vendrían detrás y contarían desgracias mayores que harían olvidar la nuestra, con lo que la bola de horrores rodaría y se haría cada vez más grande. Era la forma que habían encontrado aquellas malas gentes para llegar a Bamako. Lo que no sabían los rebeldes es que esos oídos oficiales no oían esa clase de noticias, pero sí las trasladaban al extranjero para que aparecieran en las portadas de vuestros periódicos, y así presentarse como garantes contra el terrorismo en mi país. Así llegaría más dinero de los fondos internacionales, más armas de cualquiera de los bloques militares y más ayudas políticas. Con lo que, curiosamente, los terroristas conseguían su propósito: llegar hasta las personas más lejanas a sus ideas. Si las malas noticias surgían de las sedes de las ONG no tenían tanta difusión y transcendencia, al fin y al cabo, están todo el santo día denunciando hechos como los vividos por nuestra familia, ahora lo sé. Ya sabes, la política se aprovecha de todo aquello que tiene a mano, por muy deleznable que sea, y convierte cualquier asunto negativo en positivo para la causa del político. ¿Cuántas veces has escuchado «No, con la vida humana no se puede hacer política»? Eh bien, c'est ça, mon ami. Y da igual que el gobierno de un país sea democrático, seudodemocrático, dictatorial o impuesto, la política busca el interés de los políticos. Con los ciudadanos no cuentan, como mucho son usados en la capital para ser abrazados por los ministros y presidentes en las pompas fúnebres de las víctimas, éstas elegidas por el impacto en los medios de comunicación internacionales, y aquellas, sus familias, para ser grabadas junto a los verdaderos protagonistas, ellos, y difundidas por la CNN, la BBC o/y Al Jaseera: «Miren ustedes lo humanitarios que somos, lo preocupados que estamos por los ciudadanos». Los ciudadanos muertos diría yo, porque por los vivos… Como dice una canción de hace unos años: «Lo están gritando/siempre que pueden/Lo andan pintando por las paredes» (2). Pero, una de dos, o ya os habéis avezado a estas denuncias y peticiones, o es que os habéis quedado sordos y ciegos. Yo secundo esta segunda opinión, que los ojos que no quieren mirar también son sordos, porque yo sí oigo los gritos de angustia y no miro hacia otro lado. Y no solo me llegan los lamentos de mi aldea, de mi país o de mi continente. Te lo aseguro. Bon, dejemos a un lado mis percepciones y opiniones, porque, a parte de que no me has pedido estas últimas, vas a empezar con la cantinela de siempre: que si soy un quejicoso, que si soy un gemebundo, un apátrida y no sé qué cosas más… Mejor te dejo, que por hoy ya es bastante y me he puesto de mal humor. Tu amigo,