Veo algo que me fascina, me asombra o provoca que mi cerebro haga un clic. Ahora mismo no recuerdo ese “algo”. Una pareja sonriente, unos chicos cruzando la vía, un pajarillo intentando salir del recinto o una oscura mancha que parece tinta en el suelo: todo es posible. Tal vez ese “algo” ni siquiera existe. Solo sé que ha hecho llegar la inspiración a mi interior y que debo escribir lo que me pasa por la cabeza ya, ahora mismo. Da igual dónde (en un sudoku, en mi antebrazo, en el banco o en el forro de la chaqueta); no puedo perder el tiempo dejando que esa idea se evapore en un segundo.
Lamentablemente, mi querido lápiz amarillo* no se encuentra en la mochila y solo puedo apuntar mentalmente algún detalle. Por este motivo, lo que estoy escribiendo no quedará igual que si lo hubiese escrito en aquel momento.
Me vinieron a la mente las primeras veces, en uno de esos momentos en los que te paras a pensar y reflexionas sobre lo que te ha llevado a estar donde estás. Y no hablo solamente del primer beso o de tu primera vez, de la primera vez que vas a la universidad o de la primera vez que das a luz. Me refiero a todas las primeras veces que se encuentran en nuestro día a día y a las que hacemos caso omiso porque nos parecen de menor importancia.
Había pensado hacer una especie de “crítica” –no os ofendáis- a los blogs que estos días hablan de lo mismo: del nuevo mes que entra y nos trae la Navidad, del invierno, del año que se va y el nuevo que viene. Y es que lo peor es que el año pasado escribían sobre la llegada del 2014 y ahora lo harán sobre la llegada del 2015. Sin embargo, ahora es cuando me he dado cuenta de que yo soy igual, una pesada que medio-cuenta su vida aquí, de modo que aquí va mi reflexión y el resumen de mi año.
Este 2014 ha significado mucho para mí visto con perspectiva. Ha sido mi primer amor real y mi primera vida en Inglaterra, la primera vez que he ido a la Agencia Tributaria (y que he hecho la declaración de la renta), la primera entrevista de trabajo (o dinámica de grupo, como les gusta llamarla ahora), la primera vez que he dormido en casa de un desconocido, la primera vez que me he bañado vestida –y desnuda- en la piscina (de día y de noche), la primera vez que me han tirado al mar mientras pataleaba como una niña pequeña, la primera vez que he cogido un taxi, la primera vez que lo he hecho en el bosque, la primera vez que me he atrevido a escribir mi propio blog, la primera vez que realmente le he partido el corazón a alguien, lamentablemente, no ha sido la primera vez que me lo han partido a mí (¿o sí?), la primera vez que he hablado por Skype, o que he traducido un texto del alemán, que le he tirado latas a un balcón, la primera vez que he llevado camisa, o que he jugado al billar, la primera vez que he entrado en un casino, mi primer agosto sin veranear en el pueblo…
Pero las primeras veces no se acaban aquí. No son solo eso. Las primeras veces son tu primera tortilla de patatas, la primera vez que te tiñes el pelo, la primera vez que pruebas fish & chips o la chirimoya, la primera vez que te pintas las uñas de naranja, la primera vez que te atreves a hablarle al chico de al lado y preguntarle qué está leyendo, la primera vez que viajas en avión, que duermes en el banco de un parque, que montas un espectáculo en el metro, que montas a caballo, que cantas en un karaoke, que aprendes un idioma, la primera vez que tocas la guitarra (o la gaita), que haces yoga, que te inventas una canción, que lloras en público, que llevas tacones, que te enamoras por Internet, que le gritas al cielo.
*Historia del lápiz amarillo contada sin sentimiento: Se me cayó a la vía y lo recuperé.
Con sentimiento: Desde hace no mucho tiempo, ese lápiz es uno de los objetos más preciados que tengo porque me lo regalaron mis amigas por mi cumpleaños. Me conocen bien: saben que me encanta escribir y que el amarillo corre por mis venas. Un día, mientras esperaba el tren para volver a casa, junto a una amiga de la uni, empecé a hacer un sudoku y, con lo torpe que soy, el lápiz amarillo se me resbaló de las manos. Mientras gritaba un exagerado ¡Nooo!, vi a cámara lenta cómo el lápiz rodaba despacio hasta caer a la vía, donde hacía dos minutos que nuestro tren ya debería estar. Pensé que sería una estupidez recuperarlo, así que ni lo intenté, pero una chica a la que debimos caer simpáticas, se asomó a la vía y me dijo que lo podía coger porque se había clavado verticalmente entre las piedras. Me lo tomé como una señal (divina o no) y lo pude recoger del suelo sin esfuerzo.