Si algo nos propone el autor y de algo se trata en Tipos Duros, una vez metidos en faena a la hora de abordar este libro, es la posibilidad de derribar la barrera de esa realidad mezquina que nos carcome día a día, para posicionar el mundo patas arriba y observarlo al revés. Es verdad que con ello no arreglamos la situación inicial, pero sí, al menos, nos proporcionamos el placer de las vistas a contraluz o a contrapelo, y de esa forma, pasamos de ser víctimas a protagonistas de nuestras intrahistorias, tan descabelladas como las de los demás, pero nuestras al fin y al cabo. Ese pánico a uno mismo, es el que nos propone Andrés Ortiz Tafur en sus relatos, y él lo resuelve de diferentes formas: en algunas ocasiones, sobre todo en los relatos iniciales, con un manejo de la elipsis que nos transporta a lo largo del tiempo al final de la historia que nos cuenta de una manera caprichosa que, sin embargo, deja de serlo nada más terminar de leer la última palabra del relato en cuestión, y aunque en determinados momentos parezcan elipsis surrealistas, desde el punto de vista literario dejan de serlo, cuando constatamos que le sirven al autor para dar el brochazo final al cuadro que nos muestra; en otros relatos, la propuesta se basa en una idea circular, y esto ocurre cuando la narración acaba como empezó, siendo ésta la fórmula que el narrador escoge para mostrarnos esa razón —tan inexorable— que es la de la incapacidad que tenemos para resolver nuestros propios problemas, y a la vez, esa atroz manía de dar una y mil veces siempre las mismas vueltas a aquello que no nos hace felices sin ser capaces de proporcionarnos una salida distinta o un punto de vista diferente al inicial; también, hay ocasiones que esos finales son finales sorpresivos o amenazadores o simplemente geniales, donde el narrador nos demuestra su gran manejo de la técnica del relato corto. En este sentido,muchos cuentos comienzan con frases cortas, de apenas dos o tres palabras, con las que el autor logra sintetizar de una forma muy certera el contexto de la historia que, en algunos relatos, devienen en unas extraordinarias repeticiones que nos sugieren los ecos de la conciencia —mordida, mutilada o quemada—, y que rozan la paranoia pero nos sirven para identificar sin ambages el estado mental del protagonista en cuestión.
En definitiva, bajo el título de Tipos duros, se esconden muchas historias de una masculinidad mal resuelta, pero sobre todo, subyacen las distorsiones de los egos que nos mantiene anclados en el egocentrismo más ancestral, lo que sin duda, es una magnífica metáfora de la sociedad actual, donde nuestro egoísmo e intransigencia se resuelven mal, quizá, porque nunca nos ponemos en la posición del otro, o quizá, porque somos hombres que luchamos contra nosotros mismos, mientras nos despellejamos nuestros falsos sueños o nuestras certeras maldiciones.
Ángel Silvelo Gabriel.