“Andy Warhol, Mr. América”.
Formado en el poderoso mundo norteamericano de la publicidad y capacitado para detectar las apetencias e ilusiones del público, que facilitan la penetración de un jabón, un automóvil o una gaseosa, Andy Warhol fue un verdadero animal publicitario, un apasionado adorador de la fama y el dinero y un experto en diseñar los medios necesarios para conseguirlos. Dueño de ese bagaje vital dedicó todos sus esfuerzos a inundar el mercado con el producto que más le interesaba y que lo apasionó hasta la monomanía: un muñeco de cuerpo enfermizo, anteojos oscuros y peluca platinada, casi un clon de la Barbie, al que bautizó con su propio nombre. En 1960, cuando ya se había convertido en un exitoso ilustrador comercial, el inminente creador del producto Warhol empezó a vislumbrar las ilimitadas posibilidades de proyección personal que le ofrecía un mundo del arte recientemente liberado del lastre de la racionalidad. En esos días de reinvención y de vértigo, seducida por la personalidad del exiliado Duchamp y acelerada por la reciente apoteosis del expresionismo abstracto, la intelectualidad neoyorquina empezaba a esgrimir el mingitorio como un atajo para eludir los límites éticos e intelectuales y sumergirse en las livianas
Nota para la revista Estímulo de octubre 2009